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Harli Marten
El mayor regalo para las personas mayores: gestos de amor envueltos en paciencia

El mayor regalo para las personas mayores: gestos de amor envueltos en paciencia

Cuando nuestros referentes empiezan a caminar más lento, a repetir las cosas o a olvidar recuerdos es el momento de devolverles el cariño y la generosidad que tuvieron con nosotros

Jueves, 25 de enero 2024, 20:56

Con la vida apretando los talones llegan los inviernos, las primaveras, los veranos, acumulamos otoños y, sin darnos cuenta, nos vemos cumpliendo años. Un día te descubres añorando el maravilloso mundo lleno de ilusiones que viviste en la lejana infancia. Ese día afloran los anhelos y nuestros recuerdos nos enredan en un viaje al pasado, donde detalles del presente activan tu memoria con imágenes, aromas, sabores y sensaciones que te conectan con la pequeña personita que habita en ti y que se estremece ante la idea de que el tiempo pasado no volverá.

Si la vida te ha sonreído con momentos en los que el mejor refugio era los brazos de tus padres, y disfrutaste de tus abuelos contándote historias mientras escuchaban con atención tus aventuras, déjame decirte que has sido una persona afortunada. La biología ha permitido que nuestra especie se perpetúe pero es, en especial, el amor acompañado de valores humanos los que provocan que dentro de un nicho biológico aflore el sentido de la familia. Todo ese amor, valores y cuidados impregnados de paciencia permiten que echemos raíces emocionales, que nos afianzan el crecimiento de unas alas con las que nos vemos volando en el presente.

Aquí podéis verme con mi padre -Zacarías Aldonza-, y mis abuelos Porfirio y Flor durante un viaje a Galicia.

Recuerdo cuando mi abuelo, amante del deporte, me enseñó a nadar cargado de paciencia y con los mayores cuidados. Dedicó tiempo a ver cómo su nieta chapoteaba para acabar nadando con la agilidad de un pececillo. A mi mente llegan los olores de guisos, empanadas y pastas caseras que mi abuela, gran cocinera, elaboraba para los clientes mientras me dejaba cacharrear por la cocina y me enseñaba a hacer muñecos de pan. Nunca me hizo sentir que era un estorbo, es más, conseguía que me viera como su mejor ayudante.

También recuerdo con cariño los días en que mi madre se armaba de aguante para preguntarme la lección una y otra vez hasta que descubrí el placer de aprender. Me encantaba repetirle mil veces lo aprendido mientras ella hacía la cena, cansada de un día sin parar y, aún así, ponía todo el interés en escucharme las veces que hiciera falta ante mi insistencia. ¡Qué paciencia la suya!

Otro de mis recuerdos favoritos hace que una sonrisa se dibuje en mi cara, y eso que lloré como una magdalena, el día que me tuve que despedir de mis primeros zuecos porque se quedaron anclados en el barro de la calle que estaban preparando para cimentar. Tenía cinco años y me encantaba taconear. Aquel día mi padre tuvo que rescatarme, literalmente, del barro. Ni que decir tiene que cada vez que me ponía malita me cuidaban con un amor que mantengo en mi corazón.

Estos son sólo algunos de mis recuerdos y, al traerlos al presente, hacen que mi pecho se llene de emoción por haber podido vivir y revivir el amor, la delicadeza, la dedicación y en especial la paciencia que me brindaron.

Me regalaron su paciencia envuelta en amor con todos sus matices. ¡Todo un tesoro!

Aterrizando en nuestro presente, ahora que para muchos la edad empieza a dar lecciones de vida haciéndonos conscientes del paso del tiempo, es momento de echar una mirada hacia aquellas personas que un día te dieron la mano para llegar donde hemos llegado. Es momento de mirar hacia nuestros padres, abuelos y personas mayores sin olvidar que ellos también necesitan recoger aquello que sembraron.

Ellos y ellas, curtidos por experiencias vividas que se reflejan en cada surco de su piel, se merecen vivir y envejecer con amor envuelto en paciencia.

Josh Appel

Ahora, con suerte, muchos mayores de nuestra vida están pletóricos en su 'viejuventud' pero el caminar de otros se vuelve más lento, o su mente empieza a difuminar y dilapidar recuerdos, o en su afán de recordarte las cosas, repiten sin cesar las cosas o les encanta contar y volver a contarte las historias de vida.

Cuando esos momentos empiezan a llegar debemos regalarles paciencia para entender que el mejor tesoro que se pueden llevar es dejarles ser ellos y ellas tal y como la vida se les presenta. Démosles tiempo de calidad, oídos, miradas, hechos y libertad para que disfruten del curso de su vida en el que continúan siendo maestros de nuestro presente. Para que el día que no podamos tomar sus manos, sentir sus miradas y vivir sus latidos, podamos estar orgullosos de haber entregado el tesoro del amor envuelto en paciencia.

¡Recordemos cuidar nuestras palabras, nuestros gestos, hechos y miradas, porque donde estás ellos ya han estado, y donde están, con suerte, te verás!

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