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Silvia Andrés | Leticia Mena
Santander
Domingo, 14 de enero 2024
«He acabado donde me hubiera gustado empezar». Así describía su vida la peluquera Silvia Lozano en una entrevista en Bizkaia DModa hace unos ... días. Aunque no tiene redes sociales no ha dejado de recibir llamadas y mensajes de clientas y amigos felicitándola por su forma de enfocar su día a día. Consigue ganarse la vida trabajando cinco horas, algo que en redes alguno que otro ha envidiado en forma de crítica. A Silvia le da igual lo que piensen o lo que digan. Le gusta vivir como vive, no hace daño a nadie y a su madre le ha encantado lo 'famosa' que se ha hecho su hija en unos días.
A sus 46 años ha encontrado el lugar «perfecto» para desarrollar su profesión: un espacio pequeño ubicado en el centro de Bilbao que compara con la sala de la cabaña en la que vive en la zona de Lunada. De lunes a viernes recorre en su coche los 50 minutos que separan su vida de su trabajo. Durante su andadura profesional, Silvia ha conocido peluquerías muy grandes y con mucho personal y fue descubriendo que ni quería ni necesitaba «cosas rimbombantes ni grandes espacios. Me siento mucho más feliz en un lugar como La Favela», asegura.
La filosofía de Silvia de rodearse solo de lo esencial y lo natural llega también a su propia vida personal. De hecho, justo al principio del confinamiento, decidió cambiar su residencia de Castro Urdiales, donde vivió doce años, a una cabaña de tan solo 20 metros cuadrados cerca de la zona de Lunada. En la tranquilidad de Las Merindadaes, ya en la provincia de Burgos, encontró su sitio: «La naturaleza siempre me ha dado paz y quería vivir en pleno monte». Encontró el lugar perfecto y como no se podía permitir una casa, encargó a unos jóvenes de Las Merindades especialistas en bioconstrucción de lo que formalmente se considera una cabaña de aperos. «Doné todo lo que tenía en Castro y ahora vivo con lo justo, e incluso más. No necesitamos tantas cosas como nos han hecho creer». Hasta hace unos días tenía gallinas, pero un zorro se las ha comido todas. Tiene una pequeña huerta, una perra, dos placas solares que le dan 900 vatios y utiliza leña para la cocina económica y butano para cocinar.
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Silvia se dedica cada mañana a sí misma y después acude a trabajar a la peluquería. «Vivo a gusto y vengo con alegría, y eso para mí es lo más importante. Nos han vendido un modo de vida que genera mucha frustración y la verdad es que yo no veo a la gente contenta», reflexiona.
La ganancia de tiempo en su vida también le ha permitido ampliar sus aficiones e intereses. «Aunque antes sacaba el tiempo de donde podía, porque desde siempre soy una persona muy curiosa a la que le gusta aprender cosas nuevas». Pero ahora puede disfrutar con más tranquilidad de diferentes actividades, como las clases de teatro o del ilusionismo y tiene en mente realizar un curso de apicultura y otro de astrología. También baraja la posibilidad de crear sus propios champús y hasta sus propias infusiones. «Tengo plantas medicinales y aromáticas en mi huerta y no descarto elaborar infusiones e incluso comercializarlas, porque es un producto que me encanta», explica. Si está en su destino, Silvia está convencida de que ocurrirá. Y por supuesto, afirma, se dejará llevar por las señales del universo, como ha ido haciendo hasta ahora y que, al final, «me han traído al lugar en el quería estar desde el principio».
El camino hasta este momento profesional le ha deparado muchas malas experiencias, pero también muchos aprendizajes. Aunque Silvia quería estudiar Bellas Artes, cuando era joven «estaba muy ocupada en vivir experiencias y conocer otras culturas». «No estaba como para ponerme delante de un libro», recuerda riendo. Inquieta por naturaleza, fue su madre quien le sugirió la posibilidad de canalizar su vena artística en la peluquería. «Fui por ir y acabé descubriendo mi vocación», cuenta. Y eso que la primera experiencia laboral fue un poco traumática. «Por aquel entonces, llevaba la cara llena de 'piercings' e iba rapada a lo Sinead O'Connor y me mandaron a hacer prácticas a una peluquería muy pija de Las Arenas. La dueña se asustó un poco y al final me tenía lavando cabezas doce horas al día y poco más», recuerda. Sin embargo, de esa experiencia aprendió que, sobre todo en aquella época -hace casi 30 años- había que «guardar la estética al menos a medias para presentarse a un trabajo». «Terminé cambiando un poco mi estilo».
Después de trabajar en una peluquería de Deusto y en otra en el Casco Viejo, finalmente, montó su propio negocio hace 12 años en Telesforo Aranzadi, pasando por tres locales diferentes de la calle hasta su actual ubicación. El equipo de La Favela está formado por cuatro personas y, a su vez, cuenta con cuatro sillones para atender a la clientela. Poco tiempo después de la apertura, llegó la pandemia y tuvo que amoldarse a las restricciones de aforo, lo que para ella fue «una solución a todos sus problemas, una señal del universo», confiesa. Porque desde entonces, en La Favela trabajan en jornadas de cinco horas (dos personas por la mañana y dos por la tarde). «Mi objetivo siempre ha sido conseguir un trabajo digno para las mujeres, con un horario digno, un sueldo digno y una vida digna. Así podemos disfrutar de verdad de nuestra profesión», defiende. Nada de jornadas extenuantes y maratonianas: «No hay nada más importante en esta vida que el tiempo y es lo único que no se puede comprar».
Otra máxima que impregna su propuesta es la sencillez y la autenticidad, puesto que procura no seguir modas en los cortes de pelo. «Intento escuchar a las personas, que me cuenten su forma de vida, su estado de ánimo o el momento vital en el que están. De ahí deduzco si necesitan un corte u otro. Por ejemplo, si necesitan empezar de cero, lo mejor es un corte rápido y fácil de cambiar», detalla. Al final, Silvia quiere que la persona que se acerca a su peluquería se sienta cómoda y guapa, «sin tener en cuenta ni los colores ni los cortes que se llevan en ese momento y que además venga cuando realmente lo necesite». Silvia también apuesta por los productos naturales para el cabello y se mantiene alejada de las redes sociales. «Reconozco que es una herramienta útil, pero no van conmigo. Esto es un producto artesano y sigo creyendo en la fuerza y la importancia del boca a boca para que se conozca mi trabajo», asegura.
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Ana del Castillo
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