Un primer baile en la ya desaparecida discoteca santanderina Belle Epoque les bastó a Alfonso Herrera y María Natividad Ruiz, para enamorarse. Año 1971, hace más de medio siglo. Él, empleado de banca, natural de Santa Cruz de Bezana –aunque cuando se conocieron residía en ... Santander–. Ella, nacida en Torrelavega, vecina del poblado de Sniace, en Barreda. Con 21 y 22 años respectivamente (ahora tienen 72 porque sólo se llevan cinco meses), el flechazo fue instantáneo, «y muy efectivo». Tal es así que el 22 de julio de 1973 se casaron en la iglesia parroquial de Barreda, junto a 200 invitados, con quienes lo celebraron en Suances.
Cincuenta años después han celebrado las bodas de oro con una ceremonia similar en la iglesia de la Anunciación, en Santander, donde residen; un lunch en la cafetería del Museo Marítimo y una comida en el Hotel Bahía. Sus dos hijos, Alfonso, de 49 años (con dos hijos de 21 y 19 años) y Laura, de 42, fueron los padrinos.
Alfonso Herrera y María Natividad Ruiz, el día de su boda, el 22 de julio de 1973, en la iglesia parroquial de Santa María de Barreda. A la derecha, el matrimonio el 22 de julio de 2023 cuando renovó sus votos en la iglesia de la Anunciación en Santander.
La Central/Ana Martín
¿Cuál es su secreto? ¿Cómo después de una larga singladura matrimonial han conseguido mantenerse unidos, felices y... enamorados? Las respuestas a estas preguntas la dan al unísono: «Respeto, y conseguir una convivencia muy positiva. Sin crisis, porque no hemos tenido ni una sola, pese a que ha habido problemas. De salud el primero, con una operación muy seria por la que tuve que pasar», comenta Natividad.
Pero nada más mirar a esta pareja, que ha escogido un crucero con destino a Grecia para disfrutar de una segunda luna de miel, junto con otro matrimonio amigo, uno se da cuenta de su complicidad. Son un perfecto binomio y, sobre todo, se aprecia amor y admiración mútua. «Es muy importante la constancia», dice Alfonso, mientras que su esposa reconoce que «50 años, son muchos años, muchos días...» y deja ahí la frase, con la bondad que se adivina en su mirada, en sus gestos, y en una sonrisa que ha sabido soportar incontables traslados, el cuidado del hogar y de sus dos hijos. «No he podido trabajar, ¡cómo iba a hacerlo, imposible!», argumenta sin arrepentimiento.
Una larga lista de mudanzas, de cambios de domicilio, de hacer y deshacer maletas que comenzó nada más casarse con el traslado a Tarragona, porque Alfonso trabajaba para el Banco Santander. Y de allí de vuelta a la tierruca, a Ontaneda; a Carrión de los Condes, a Reinosa, Bádames (Junta de Voto), Santillana del Mar y Puente San Miguel, hasta que en 1995 le destinaron a Santander.
En la capital cántabra fijaron su residencia definitiva y en 2016 se jubiló tras de más de cuarenta años de actividad. Insisten en que el mérito de seguir casados después de medio siglo es el respeto que se han tenido, y que se tienen. «Y querernos mucho».
Recuerdos de su boda muchos... «Especialmente nuestros padres, y que hubo mucha gente también. Nos regalaron lo habitual en aquellos años, menaje para el hogar y sobre todo dinero, porque como nos teníamos que ir a vivir a Tarragona...». Y de las de oro, también un 22 de julio pero de este 2023, les queda «lo mucho que bailamos y que la diversión duró hasta entrada la madrugada. Todo resultó estupendo».
También, la satisfacción de ver la alegría de sus hijos, que fueron los padrinos. «Y las palabras del sacerdote felicitándonos por haber llegado hasta aquí», sonríen. Una pareja envidiable, que sabe muy bien lo que significa superar retos y dificultades, y hacerlo con optimismo y valentía. Ahora aspiran a una vida en común mucho más sencilla, sin trasladados. Un futuro que seguirán por la misma senda, comprometidos como el primer día.
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