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Virginia Melchor
Castro Urdiales
Lunes, 14 de agosto 2023, 17:52
María Rivero nunca imaginó que acabaría teniendo una cafetería frente al mar de su infancia. En Oriñón, su pueblo, donde siempre ha veraneado, aprendió a montar en bicicleta y compartió vivencias inolvidables con sus amigos, como «aquellos primeros botellones, chapuzones en la playa y noches ... de verbena». Pero a aquella niña aventurera y curiosa le esperaban nuevas experiencias lejos de casa. Estudió Derecho en la Universidad de Deusto, porque siempre quiso «dar voz y visibilidad a quienes no las tenían». Y al finalizar sus estudios, se mudó a Miami, a casa de unas primas de su madre, movida por sus ganas de ver mundo.
«Siempre me ha encantado la gente, conocer sus historias, y aprender de otras culturas», cuenta esta emprendedora portugaluja de 43 años. Allí cursó un máster en Derecho Internacional y otro especializado en arbitraje. Y allí logró su primera oportunidad laboral. Con 26 años, entró a trabajar en el departamento legal de la cadena estadounidense MTV. «Hice una foto de mi primer cheque y se la mandé a mi madre, porque no me lo creía», recuerda. Después fichó por la Asociación Americana de Arbitraje y fue ascendiendo hasta convertirse en directora de la oficina de Miami. Pese a su estresante ritmo laboral, también tuvo tiempo de enamorarse. Se casó con un arquitecto estadounidense, de quien se divorció seis años después. «En aquel momento, mis padres, que siempre quisieron lo mejor para mí y a la vez me echaban de menos, me dijeron que valorase volverme, pero decidí quedarme», cuenta María, que es hija única.
En 2016, atrapada en aquella espiral de trabajo, empezó a replantearse su vida. «Tenía la oficina en el piso 23, justo enfrente de los cruceros que salían de Miami. Y me preguntaba: '¿Voy a seguir así toda la vida?' Allí todo está enfocado en producir. Mucho sueldo americano, pero el primer año no tuve ni un solo día de vacaciones; y el segundo, una semana», reconoce. A sus 36 años decidió pedirse una excedencia y se marchó tres meses a La India, donde además de recorrerse el país, hizo un curso de Kundalini yoga, disciplina que ya practicaba en Miami. «Aquel viaje me cambió, empecé a pensar cómo quería vivir y qué era lo que me hacía feliz. ¿Tenía esa vida porque realmente me llenaba o porque era lo que la sociedad y mi entorno esperaban de mí?».
Después de aquel viaje introspectivo, regresó a Miami, pero ya no era la misma. «Tenía un buen sueldo, un estatus, un círculo social... pero quizá mi felicidad estaba en una cafetería al lado de la playa». Cerró aquella etapa y le surgió una oportunidad en Washington, donde entró a trabajar como abogada mediadora en el Banco Interamericano de Desarrollo. Pero irrumpió la pandemia y trastocó sus planes. Su padre, con párkinson y demencia, empeoró y volvió para estar a su lado. «Primero, teletrabajé desde Portugalete, pero después acondicioné una habitación en la casa de mis padres en Oriñón para poder concentrarme». Su padre falleció en agosto de 2021. Y tras varias idas y venidas, hace justo un año, decidió empezar de nuevo en el pueblo de los veranos de su infancia, en el municipio de Castro Urdiales. «Yo me he hecho como persona en Estados Unidos, donde me fui sola con 23 años. Pero he dejado una vida, un país y una identidad para reencontrarme con mi pasado y con quien realmente soy».
Heredó de su padre un local en Oriñón, frente al mar, y empezó a pensar qué podría hacer en este espacio. Sus padres regentaron en este mismo lugar un supermercado cuando estaban recién casados y le ilusionaba volver a llenarlo de vida. «No quería montar un negocio para sacar dinero, sino crear algo con una intención, con alma», cuenta. Contactó entonces con María, del estudio de diseño de interiores 'Vivo mi casa', para dar forma a esa idea que le rondaba en la cabeza. Su sueño era abrir un espacio que sirviese para «desconectar del ruido de fuera y conectar con uno mismo» a través de un té, un libro, una conversación o una clase de yoga.
Dar un giro a este espacio no ha sido un camino fácil: «En enero, estaban las paredes negras, el suelo de pena, había una humedad increíble...». Pero con tesón y ayuda, consiguió que volviese a brillar. «Muchos vecinos, al ver que estaba haciendo algo por el pueblo, venían a echarme una mano y se ponían a pintar conmigo», agradece. Y así, con ganas e ilusión, nació Ganesha Café, que se inauguró el pasado 30 de junio con la presentación del libro 'Semillas en el mar', de Mónica Iglesias, escritora de Guriezo. «Quiero dar visibilidad a las artistas de la zona. Esas láminas solidarias sobre mujeres que ves ahí colgadas las crea una chica en Bizkaia», cuenta.
En Ganesha Café, María ofrece comida orgánica y saludable: ensaladas, pokes, sandwiches, burritos calientes, wraps, açaí bowls... También triunfan las mermeladas y la repostería casera que hace Anca, vecina de Guriezo; y las tartas veganas de Josune, vecina de Oriñón. La oferta se completa con cruasanes rellenos, zumos naturales, batidos caseros, helados artesanos... «Muchos vecinos venían preguntando por el marianito y las rabas, pero poco a poco se van animando a probar nuestro zumo de apio y, además, les gusta. Yo quería darles opciones y que no se tuviesen que ir hasta Laredo para comerse una tostada», explica María, que cuenta con una gran ayudante. Le acompaña en esta aventura Julieta, una amiga mexicana que conoció en La India y que regenta desde hace 15 años una cafetería en Estados Unidos. «Se queda hasta septiembre y nos está enseñando muchísimas cosas, está siendo un apoyo increíble», asegura.
En una estantería, almacena varios libros en castellano e inglés, que están ahí para quien quiera leerlos. «La gente que viene con la autocaravana nos pide alguno y, al terminarlo, nos lo devuelve. Y varias personas también nos han traído libros». Justo al lado, destaca un rinconcito en el que vende pepinos, patatas, calabacines, tomates, lechugas... de las huertas de la zona. «No podemos asegurar lo que hay, según producen, nos lo van trayendo». Cerca de las guindillas, llaman la atención unas esterillas plegadas, porque María también ofrece clases de yoga, meditación y mindfulness. Y hasta organiza clubes de lectura.
«Yo he creado Ganesha lo mejor posible, con mucho amor. Me encanta quedarme aquí cuando cerramos, me parece increíble que se haya hecho realidad, pero ya no me pertenece. Lo que quiero es que la gente lo disfrute». María no se ha olvidado de honrar a su familia, a su padre, que tuvieron este espacio antes de que cayese en sus manos. Por eso, lo ha decorado con aquellos objetos que siempre vio en casa, como las lecheras de metal, las herraduras o varias fotos antiguas de Oriñón y de sus familiares. «Es curioso comprobar cómo muchas veces la historia se repite. Recuerdo a mi padre yendo a por fruta y verdura para su supermercado. Y a mi madre subiendo al tercero, a nuestra casa, cada vez que se le olvidaba algo. Yo estoy igual que ellos».
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