Aquellas tardes en familia
LO QUE EL TIEMPO SE LLEVÓ ·
La diversión del pasado de los pequeños poco tiene que ver con la actual y en familia se ha ido perdiendoSecciones
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LO QUE EL TIEMPO SE LLEVÓ ·
La diversión del pasado de los pequeños poco tiene que ver con la actual y en familia se ha ido perdiendoEn otras épocas, el otoño y el invierno eran tan interminables que casi ni se notaba cuándo acababa uno y empezaba otro. Desde que se despedía el verano empezaba el tiempo inestable y en cuatro días debutaba la lluvia. Bueno, debutaba… ¡y no se ... iba! Llovía tantos días, con mayor o menor intensidad, que las tiendas dedicadas a vender paraguas eran de las más visitadas.
Cuando las gotas de agua se deslizaban por las ventanas, en el interior de la sala de estar o la cocina (donde hacía un agradable calor gracias a ser alimentada con el carbón/leña) se solía compartir todo en familia.
Si se podía preparar un chocolate, la fiesta resultaba de campeonato. Si no, lo que cayera también sería bien recibido en el estómago. No solía faltar en aquellas tardes, sobre todo los fines de semana, los juegos. Por ejemplo, los «Juegos Reunidos Geyper», de caja inolvidable, que ideara un gran industrial valenciano: Antonio Pérez.
De no habernos traído los Reyes Magos una caja de los afamados «Juegos Reunidos», las opciones pasaban por jugar al parchís, a la oca («de oca en oca y tiro porque me toca»), a las cartas o la quina. Cualquier ingenio servía con tal de ganarle la partida al aburrimiento. Jugar en familia garantizaba risas, bromas, jolgorio. En definitiva, diversión.
Ahora, en cambio, las cosas no son así porque las casas se han convertido, en muchos casos, en pensiones. Es decir, lugares donde cada cual está en su habituación, en la que tiene su propio ordenador; dispone de su propio teléfono, etc. Entonces, no. Entonces… se compartía.
¡Todos estábamos físicamente juntos, ya que, de haberla, sólo había una tele! Y si sonaba el teléfono, todos teníamos que utilizar el mismo (situado en un punto fijo), pues no había otro. Compartir resultaba, en definitiva, la clave de la felicidad. En aquellos momentos no entendíamos la plena dimensión de cuanto significaba lo que estábamos viviendo.
Hoy, por contraste a peor, sí. Aprendan, por tanto, del ayer las nuevas generaciones. En la vida, determinados momentos son únicos, irrepetibles e irrecuperables.
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