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Este papel es bueno. No lo entiendan mal. No significa que el que compran por rollos en un bazar el último día deprisa y corriendo no cumpla su cometido. Pero esto es otra cosa. Otra liga. Para regalos currados de verdad. Por los diseños y ... por la calidad. Sirve para envolver así, sin más. Pero también para encuadernar, hacer bolsas, cajas, tarjetas de Navidad forrando los sobres, decorar una mesa... No se rasga, no se desgasta el color en la zona de los dobleces y se queda 'pinado' si hace falta. Lleva trabajo, eso sí. Y es parte de la tarea que desarrollan Alicia Oceja y Giuliano Camilleri en Artpapel. Se dedican a la encuadernación, conservación y restauración del papel. En sentido amplio. Arreglan o recuperan libros, mapas... Y encuadernan con el material que ellos mismos diseñan, un papel decorado en la línea de una tradición italiana que se remonta a 1700. Ahora, en Navidad, esos diseños son todo un regalo. Más allá de lo que ponga usted dentro.
«El papel es un material con el que todos hemos tenido experiencias. Desde niños. No es caro, se dobla, se pega, se corta... No requiere de herramientas complicadas y de un papel salen cosas diferentes», explica Alicia. Es un punto de partida. Ellos envuelven, encuadernan, decoran... Y todo eso enlaza perfecto con la Navidad. Tanto que estos días recuerdan un pedido de hace años para envolver panetones (es una tradición arraigada en la zona de Milán y requiere de un papel resistente), otro para una empresa que hizo unas «cestas selectas de productos típicos de Sicilia» o la caja que han entregado estos días ajustada exactamente a las medidas de unas escrituras y unas llaves (también hacen eso, cajas a medida de lo que va a ir dentro o del hueco que va a ocupar, y lo de las escrituras merecía algo especial). Regalazo. También a un cliente que busca diseños específicos en el envoltorio para cada persona a la que hace un regalo (ellos tienen ya unos 120 modelos de papel distintos).
Empezaron importando de Italia –sí, Giuliano es de allí– para las encuadernaciones. «Hasta que dijimos, ¿por qué no lo hacemos nosotros?». Dicho y hecho. En pocos meses y con sólo dos diseños se plantaron en Frankfurt, en la feria de papelería más importante del mundo. Ahora tienen un fondo de armario en el que, entre otros, están los cuentos clásicos. Pinocho, Caperucita, Alicia en el país de las maravillas, el Soldadito de plomo... De cada modelo hacen unas mil hojas (son de 70 por 100 centímetros). Y al año, «dos o tres modelos nuevos o variedades de color o de forma de alguno que ya teníamos».
A veces trabajan con ilustradores a los que encargan figuras, motivos. Italianos, españoles (algunos de los dibulos de los cuentos infantiles son del cántabro David Díaz) y hasta ucranianos (contactaron con una para darle trabajo cuando arrancó la guerra). Luego, ellos hacen la composición definitiva, montan «una historia en el papel». En otras ocasiones diseñan ellos mismos con imágenes antiguas como la nota de propiedad de un libro de 1787 (es un texto en letras rojas muy llamativo), las iniciales de ediciones con mucha historia o motivos ornamentales rescatados de imprentas que ya no existen (esos bordes tan típicos de una orla, por ejemplo). Incluso, a través de fotos callejeras suyas, recrean texturas.
Después de eso viene la impresión. Con el sistema Offset. Lo hacen con una empresa de Cantabria, aunque traen el papel de Italia. De la firma Fedrigoni Fabriano (Fabriano es la ciudad donde se empezó a producir en el país). Materiales de celulosa pura o con un porcentaje de celulosa pura y fibra virgen. Es esa calidad la que le da, más allá de los diseños, sus propiedades (lo de que no se rasga, que se queda 'pinado'...).
Hay, sobre la mesa en la que Alicia está trabajando (acaban de abrir un local en Cisneros, en Santander, pero mantienen el taller en el que han estado estos años en Ganzo) un envoltorio en forma de camisa que en su interior permite guardar dinero, una entrada o algún tipo de vale. También tiene una caja que parece un álbum para guardar esas fotos impresas (que aún quedan) y que suelen andar medio perdidas en sobres en el fondo de un cajón. «Una señora –explica– acaba de llevarse una tarjeta de Navidad hecha con un papel de Papá Noel porque le va a regalar a su hijo una suscripción de Spotify y no sabía dónde meterlo». La tarjeta está hecha con el papel que ellos diseñan y el sobre va forrado con el mismo diseño.
Seguro que si ha llegado hasta aquí se habrá preguntado varias veces por el precio del papel. Pues bien, las tarjetas oscilan entre 1,50 y 3,50 euros, las cajas a medida de diez euros en adelante y el pliego de papel –de 70 por 100– son cuatro euros.
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