Fernando Matarrubia García: «Santander está muy bien para jubilarse»
CÁNTABROS EN MADRID | DEL VALLE A LA MESETA ·
Este ingeniero informático santanderino, todo un apasionado de los videojuegos, lleva siete años en la capital, pero no sabe si será su destino definitivo
Suele ser en Cantabria, y en fechas tan señaladas como la Navidad, cuando Fernando Matarrubia García (Santander, 1987) se reencuentra con sus amigos de toda la vida. Un hecho que ni siquiera llegaría a ser anécdota sino fuera porque algunos de ellos, al igual ... que él, viven desde hace años en Madrid. Cada vez que se ven lo comentan y encuentran la solución para verse más en la capital. Sin embargo, a la hora de la verdad, las cosas no son tan fáciles. El ritmo de vida allí no es el mismo y las distancias tampoco. Quizás, de eso sea de lo que más disfruta Fernando cuando vuelve a Santander, de poder ir a los sitios caminando, sin depender del coche o del transporte público.
La pasión por los videojuegos le llevó a Madrid y su inquietud por conocer mundo a vivir en ciudades como Bolonia, Vancouver o Murcia. Bueno, quizás a esta última, para él «la gran desconocida», le llevó el amor. Fue allí, un día de diciembre sobre las cinco de la tarde, mientras paseaba, cuando descubrió lo que era un invierno con sol, un detalle sin mucha importancia al principio pero que se valora mucho en el día a día. Pero, aunque le pareció fácil acostumbrarse a tener más luz, el calor de Murcia o el de Madrid hace que su nostalgia por el norte se multiplique en verano. Y es que, no hay nada como salir a cenar en pleno agosto con una chaqueta, como decimos los cántabros «por si acaso»
-¿Cuánto llevas y qué te trajo a Madrid?
-No han sido seguidos, pero en total ya llevo seis o siete años. Hice Ingeniería Informática y me gustaban mucho los videojuegos y en la Complutense ofertaban un máster dedicado a ellos, así que me vine a estudiar.
-Y después te fuiste a Canadá, ¿verdad?
-Sí. Yo hice el máster, estuve un tiempo trabajando y en un momento dado decidí que me apetecía irme por ahí a conocer mundo, así que me fui con mi chica. Estuvimos casi dos años fuera y luego volvimos. Y al volver no vinimos directamente a Madrid, pero terminamos aquí por razones de trabajo.
-¿Habías pensado alguna vez antes en la posibilidad de venirte a Madrid?
-Qué va. Yo hice la carrera en Santander cuando todavía era licenciatura, es decir, que duraba cinco años. Y ya en tercer año a mi la ciudad se me estaba quedando pequeña y me estaba empezando a agobiar. Así que, en cuarto me fui de Erasmus a Italia y allí conocí a una chica, que ahora es mi mujer. Y como ella es de Murcia, en quinto me las ingenié para hacerlo allí de Séneca. Ese año en la carrera había un par de asignaturas que tenían algo que ver con videojuegos e hice el proyecto de fin de carrera en una empresa relacionada con gráficos por computador y cosas que tenían algo que ver. Mi expectativa era quedarme en esa empresa porque hacía cosas que me gustaban, lo que pasa es que la empresa la llevaba un profesor, estaba asociada a la Universidad y prácticamente cuando terminé el proyecto, se empezó a ir a pique. Encontré un máster que me interesaba en Madrid y ahí es dónde todo dio un giro y me vine aquí.
-Cantabria, Bolonia, Murcia, Canadá y Madrid. ¿Podrías elegir?
-Cada una tiene lo suyo, y depende mucho de la época en la que te encuentres. Yo, por ejemplo, tengo muy buen recuerdo de Bolonia, porque hice el Erasmus allí, viajé mucho, y de alguna forma conseguí que el año académico funcionase. Sin embargo, también era una ciudad pequeña y cuando llevaba nueve meses ya me apetecía volverme. Al final tampoco estás en tu casa, vives en unas condiciones que no son muy sostenibles a largo plazo, etc. Luego, Murcia me gusta mucho. Es la gran desconocida, creo que porque no está bien comunicada y eso les pasa factura. Y además en verano no se puede estar. De hecho, la gente se va. En cambio, el clima ayuda mucho en invierno, la gente pasa mucho rato en la calle y eso te da la vida. Es lo típico que sales de trabajar y nunca te vas a casa, cosa que no suele ocurrir en Santander en enero.
-¿Y tu experiencia en Canadá?
-Pues hay muchas diferencias culturales y cuenta mucho tú situación, la gente que conoces allí, etc. Cuando llegas en un poco difícil, te ves con veintinueve años pensando que tienes que hacer amigos y en un idioma que no es el tuyo… Pero también salió bien y de Vancouver guardamos muy buen recuerdo, es una ciudad muy bonita. Pero, como te he dicho, las barreras culturales son complicadas a largo plazo. Y la comida, que parece que no pero también es un factor importante, y allí eso es muy diferente.
«De Cantabria lo que más echo de menos, a parte de los dulces como los sobaos o la quesada, es la carne»
-Has mencionado el clima y la comida. Hablemos primero del tiempo de Madrid, ¿cómo lo llevas?
-Tengo una anécdota que siempre cuento. Yo de Santander me fui a Bolonia y aunque en invierno hacía un poco más de frio y algún día nevaba, y solía hacer un poco más de sol, el clima no me resultaba distinto. Sin embargo, me mudé a Murcia en septiembre y recuerdo un día de diciembre, volviendo de la facultad a eso de las cinco de la tarde, que iba caminando y había algo que no me encajaba. No sabía muy bien que era, pero no me sentía como siempre. ¿Sabes lo que era? Que hacía sol. En Murcia hay trescientos días de sol al año, y aquí pasa un poco lo mismo. En cambio, en Cantabria es diferente. Al principio no lo piensas, pero luego se nota mucho en el día a día. En mi experiencia personal, creo que es más fácil acostumbrarse a pasar de menos luz a más que, al contrario.
-¿Y la gastronomía?
-Al final yo creo que mucho es la costumbre. De Cantabria lo que más echo de menos, a parte de los dulces como los sobaos o la quesada, son las carnes. Creo que es algo más del norte, de País Vasco, Asturias o Cantabria. En el sur, por lo menos en Murcia, hay mercado del producto, pero no se valora tanto. Es una ciudad más de picoteo. No te vas a tomar unas cañas y a comerte un chuletón. Además, si en marzo ya hace 25 grados igual no hay tantas ganas. En el norte apetece mucho más comer carne o un buen cocido.
-¿Vas mucho a Cantabria?
-No mucho. He tenido un peque hace dos años y medio y nos tenemos que dividir un poco entre norte y sur para ir a ver a los abuelos. Antes iba más porque también tenía más tiempo e ir un fin de semana no cunde mucho. Siempre nos organizamos para ir en Navidad y verano. Y luego vamos algún fin de semana suelto o alguna Semana Santa.
-¿Qué es lo que más echas de menos?
-Creo que lo que más echo de menos son los veranos de allí. Aquí estás a 38 grados y allí puedes estar a 27, pero por la noche te va a hacer falta salir con chaqueta y te vas a poder tapar. Vives de forma distinta. Aquí hay veces que no sales a la calle porque hace calor. La gente del sur lo tiene más interiorizado. La siesta, al final, creo que existe para eso, para evitar las horas de más calor.
-¿Qué es lo que más valoras cuando estás allí?
-Poder ir a los sitios andando. Es algo que en Madrid no es tan fácil de hacer, igual te tiras dos horas caminando. Allí lo tienes todo más bajo control, no dependes de transporte público ni de coche… Entonces cuando haces planes es todo más sencillo.
-¿Crees que las distancias largas de Madrid hacen que las relaciones sean más complicadas?
-Sé que es así. Tengo amigos de toda la vida, del instituto, de la carrera, que viven en Madrid, a los que veo en la comida de Navidad en el restaurante Fuente Dé. Quedamos en Cantabria, pero aquí puedo estar sin verlos cuatro o cinco meses. Y piensas que tampoco es tan difícil, que solo tienes que llamarles o ellos a ti y ya está. O sí es difícil porque todos los días sales de trabajar a las seis o las siete de la tarde y vives a tres cuartos de hora de distancia. Al final no te ves porque llevas ritmos de vida diferentes y moverte a otro barrio puede llevarte una hora y entre la ida y la vuelta se te ha ido el día. Siempre que nos juntamos lo hablamos y la solución parece totalmente evidente, pero a la hora de la verdad, la logística no es tan sencilla.
-¿Es un Madrid definitivo?
-No es un Madrid definitivo. Va a sonar un poco triste, pero yo creo que es un fuera de Cantabria definitivo. No necesariamente será Madrid, porque nosotros ya hemos estado fuera, y siempre tienes el gusanillo como de que igual te gustaría volver en unos años, nunca se sabe. Madrid nos sigue pareciendo un poco temporal, pero a Cantabria no me veo volviendo a corto-medio plazo. Es un tópico decir que Santander está muy bien para jubilarse, porque la ciudad es pequeña y cómoda. Y si tienes las cosas resultas, se puede vivir muy bien. Pero de momento…
-¿Cómo llegaron las ganas de querer salir de Santander?
-Creo que llegaron de forma gradual. Yo tengo compañeros y amigos a los que no se les ha pasado por la cabeza salir de Santander en la vida. Están allí más contentos que nadie y eso está perfecto, pero yo tenía más inquietudes de salir, de viajar. También es verdad, que yo estudié Ingeniera Informática y es un mundo que está más asociado con el mercado americano, y llega un momento en el que, dependiendo de ambiciones personales y cómo te apetece vivir más la vida, el cuerpo te pide más salir. Y ya, cuando me fui de Erasmus empecé a tener claro que no sabía dónde, pero que en Santander no me iba a quedar. Ya me lo había planteado antes, cuando terminé el Instituto y tuve el eterno dilema de qué estudiar, pero al final las cosas te vienen un poco dadas. Justo ese año era el primero de Ingeniería Informática en la Universidad de Cantabria, y piensas «Bueno, ya que me lo ponen al lado de casa, sigo aquí con mis amigos». Yo además por aquel entonces jugaba al baloncesto, tenía mi equipo, y quedarme cuadraba. Pero la ambición de salir se fue acentuando.
«En Madrid puedes estar haciendo cosas constantemente. Actividades, centros de ocio, exposiciones, incluso algo tan sencillo como ver películas en versión original».
-¿Ya no juegas a baloncesto?
-No. A veces sí que quedo con amigos y vamos a jugar a Pacifico que hay unas pistas y echamos unos tiros. Y parte de no seguir jugando ha sido el viajar. Yo llevaba jugando desde los diez años y la primera vez que dejé de jugar fue cuando me fui a Bolonia que tenía veintidós años. Llegué, intenté encontrar un equipo, lo encontré, empecé a entrenar, pero estás totalmente fuera de tu elemento, y son mundillos que a veces son un poco cerrados y son ciudades pequeñas… No llegué a encajar. En Murcia me pasó un poco lo mismo. Al final, todos se conocen, y tampoco era a un nivel profesional, así que no encontré mi sitio. Estuve jugando dos años al volver a Madrid y sí que conoces gente y está bien, pero tus doce años de trayectoria en Santander, con toda tu gente, con los amigos, los tienes que dejar un poco atrás.
-¿Lo que más te gusta de Madrid?
-Que tienes muchas cosas que hacer o al menos el sentimiento de que puedes hacerlas. En Santander había una época que, si salía a la calle, antes o después, me encontraba a alguien, y que la oferta de ocio era más limitada. Tenías opciones, pero en la adolescencia se te empieza a terminar el repertorio. En la Universidad ya empezabas a viajar un poco más, a ver a otros amigos que estaban fuera, y eso te daba un poco de oxígeno. Eso en Madrid no pasa, aquí puedes estar haciendo cosas constantemente. Actividades, centros de ocio, exposiciones, incluso algo tan sencillo como ver películas en versión original. En Santander existe, pero la selección es mucho más limitada. Como te digo, a veces es solo saber que tienes la posibilidad de hacer planes, no necesariamente hacer cada día algo. Pero de repente cuando llega el sábado y piensas en lo que hacer, sabes que tienes muchas opciones.
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