Recordando los años del 'no'

Hoy día el adverbio «no» casi ha desaparecido del vocabulario de los padres. ¿Motivo? El nivel de vida permite transformarlo en «sí». Pero como antaño los bolsillos estaban llenos de telarañas, los niños escuchábamos el desagradable «no» cada dos por tres. Con amarga asiduidad se confirmaba, sí, la sentencia de Jacinto Benavente: «En la vida, la mayoría de sueños… se roncan».

Las cosas podían comprarse con escasa frecuencia. Y me refiero a las que hoy consideramos de segundo orden: unas golosinas, algo de ropa, un juguete, etc. ¡Menudo cambio! En mi infancia se consumía a tope por los ojos, más vía imaginación que mediante las carteras de papá y mamá.

Resulta frecuente oír ahora, como sinónimo de cariño, «a mis hijos les doy todo lo que yo no pude tener». Es evidente que tal acto está lleno de amor. Sin embargo, ¿resulta práctico? ¿Es acertado? Surge la razonable duda. Quizá los padres nos estemos equivocando de punta a cabo actuando de tal modo. Es decir, transitando de la nada al todo. Del constante «no» a la constante aceptación de cuanto solicitan los niños y los jóvenes, hay un abismo. En el término medio radica la virtud, pero ¿quién le pone el cascabel a este gato?

Los niños disponen en la actualidad de montones de cosas con las que, a pesar de lo que han costado, ni juegan. A su edad otros pasábamos el tiempo con la nariz pegada a los cristales de los escaparates de pastelerías, jugueterías, etcétera. Sin embargo, aquello de lo que carecíamos quedaba compensado con el mejor regalo: ¡las horas vividas en familia! Quizá fuera útil retornar a un modelo de relación padres/hijos radicalmente distinto al que hoy se desarrolla en muchos hogares. El de antaño era, no cabe duda, más profundo. Aquí queda la reflexión.