Recordando los 'baños flotantes' de Santander
LO QUE EL TIEMPO SE LLEVÓ ·
Además de los instalados en El Sardinero, la capital cántabra tuvo balnearios con agua fría y caliente en la bahíaSecciones
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LO QUE EL TIEMPO SE LLEVÓ ·
Además de los instalados en El Sardinero, la capital cántabra tuvo balnearios con agua fría y caliente en la bahíaSantander fue una de las ciudades españolas con puerto que tuvo 'baños flotantes'. Al ser instalados, la ciudadanía se sintió muy intrigada con el invento. Pronto tuvieron clientela, pues no todo el mundo podía acercarse desde el centro hasta El Sardinero –unos por ... la distancia, otros por el precio del desplazamiento y del servicio- para disfrutar de los balnearios allí instalados.
Las primeras gabarras se vieron en San Martín y Puertochico. Tenían agua fría/caliente y permanecían abiertas al público los meses veraniegos, concediendo la autorización del lugar donde se instalaban la Comandancia de Marina. Dentro se repartían en zona de señoras y caballeros. Un anuncio publicado en la prensa local en junio de 1885 indicaba las siguientes tarifas: «Baño general sin ropa 0,25; Baño particular ídem. 0,50; Baño con algas ídem. 1,25 ; Ropa 0,25; Bañero 0,25; Rebaja 20 % tomando diez baños fríos de estas clases. Baños calientes, una peseta, con rebaja del 10 % tomando diez baños». Tanto las viejas como las nuevas barcazas fueron construidas por empresas de la tierruca.
Los baños más modernos disponían de «un baño general de treinta pies de largo por catorce de ancho, para escuela de natación y particulares», sala de espera, sala de hidroterapia, despacho para el médico, restaurante, cubierta tapada por un toldo, etcétera. Eran, en definitiva, un completo espacio de relax. Vamos, un balneario… que flotaba. Quienes podían acceder a ellos sentían muy mejorado su organismo.
Aunque su precio no se pasaba de la raya, dada la pésima situación económica de antaño no todos los ciudadanos tenían la cartera en disposición de permitirse tal alegría. No obstante, en los días punta de la temporada solían llenarse. A determinadas horas, sí, había que hacer cola para disfrutar de aquellos paraísos que ofrecía como complemento la hermosa bahía de la capital cántabra.
El paso de los años, las costumbres y las modas provocó la imparable caída del negocio hasta que, como tantos, desapareció para no retornar. Ahora que enfilamos la recta que conduce al ambiente veraniego, quede aquí recordado tanto literaria como gráficamente por haber formado parte destacada del Santander que fue.
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