La reflexión de una abuela cántabra del peso del amor desde la madurez

Allá por el año 270 en Roma moría lapidado y decapitado Valentín, un sacerdote que desafiando al emperador Claudio II celebraba matrimonios de jóvenes soldados romanos en contra del decreto que lo prohibía (alegando que serían mejores soldados si no tenían familia). Su muerte, tal día como hoy, marcó esta fecha para celebrar en muchos lugares del mundo el 'Día de los Enamorados'.

Un pequeño detalle, una o muchas flores, bombones, una joya, una escapada para dos, una cena a la luz de las velas... Cualquier plan es bueno cuando se trata de celebrar el Amor. Sí, en mayúsculas, aunque, en mi opinión, debiéramos celebrarlo cada día.

Mucho han cambiado las cosas desde nuestro primer San Valentín, aquella emoción por dar y recibir un regalo que le dijera al otro, sin palabras, cuánto le amabas. Antes, simplemente nos obsequiábamos un pequeño detalle. Hoy, los hoteles y restaurantes ofrecen alojamiento y menús especiales para la ocasión y los escaparates de las tiendas se llenan de corazones rojos y regalos glamurosos. La presentación y el envoltorio puede que hayan cambiado, pero el motivo sigue siendo el mismo: los sentimientos y el amor verdadero.

En nuestro caso, tras 38 años de matrimonio, el paso de la vida ha suavizado nuestras demostraciones románticas, que han pasado por distintas etapas. Desde aquellos años de descubrirnos mutuamente, todo pasión y vehemencia, hasta la calma y el sosiego de nuestra madurez. Porque el tiempo cambia la forma en que demuestras cuánto amas al otro, aunque se mantenga la esencia y el sentido de lo que comenzó tiempo atrás. De mil maneras, sin prisas ni urgencias, con menos palabras y más silencios. Porque conocer profundamente al otro, y admirarle, es la única manera en que yo concibo el amor.

Sin olvidarnos de todas las formas de amor que giran a nuestro alrededor: el amor a nuestras familias, nuestros hijos, nuestros nietos....porque cuando te enamoras, no es sólo de una forma romántica, si no que tu corazón se ensancha con cada persona especial que llega a tu vida.

Yo me enamoré de mi marido hace 40 años, nada más y nada menos, y desde entonces nuestro amor ha crecido y madurado, no sólo como pareja, sino como familia. Con nuestra hija (Isabel) conocimos el amor de padres; y con sus hijos, nuestros nietos (Valentina y Nicolás), el de abuelos. Aunque diré que todas y cada una de esas formas de amor dan sentido a nuestra vida de hoy. No concibo mi vida sin ellos: me llenan, complementan y enamoran cada día.

Entonces, cómo no celebrar un día con un fondo tan especial como hoy. Puede ser con un pequeño gesto, lo que cuenta es dar las gracias por lo que tienes, por los que amas, por la vida misma. Hay que ser agradecidos. Sinceramente, no concibo una vida sin amor... y donde hay amor siempre habrá vida.

«Ninguna relación es todo el tiempo como un sol resplandeciente, pero... una vez que has aprendido como jugar con la lluvia, descubres el secreto de lo que es sobrevivir a la tormenta juntos», Fawn Weaber.

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