Remedios del ayer para combatir el frío

El nivel del vida del que disfrutamos actualmente nos permite tener en casa calefacción. Pero como antaño el panorama económico no era tan boyante, para combatir el frío invernal y no padecer «sabañones» había que buscarse la vida. ¿Qué ingenios se empleaban? Uno, el brasero. Se colocaba en el agujero que tenía en su base la popular «mesa camilla». Por cierto. Bastantes disgustos causó cada vez que su contenido entró en contacto con las faldas de la mesa: el panorama solía derivar en tea.

Otro invento bastante común –doy fe; de chaval lo utilicé años- consistía en verter agua muy caliente en una bolsa de goma (la popular Pirelli, su marca) y meterla en la cama. Envuelta en una toalla servía para calentar algo clave cuando de pelear contra el frío se trata: ¡los pies!

Para calentar los pies también se utilizaban la botella con agua caliente (procurando, por razones obvias, que el tapón quedara bien encajado) y el ladrillo calentado en el horno de la cocina de carbón o directamente al fuego. Ambos, eso sí, también envueltos para que el homo sapiens no acabara chamuscado en su lógico intento de evitar la congelación de las extremidades inferiores.

Cuando la vanguardia tecnológica invadió los hogares impusieron su ley las estufas de gas butano, que resultaban eficaces. Solía constituír una escena común pasar las tardes de lluvia en torno a la mesa camilla con la estufa cerca y disfrutando gracias a los «Juegos Reunidos Geyper». ¡Qué momentos aquellos!

La verdad es que el clima ha cambiado mucho con el transcurso de los años. Aunque algunos ciudadanos se quejen, los inviernos de ahora no tienen nada que ver con los de hace décadas. Entonces empezaban casi al acabar el verano y duraban la tira. El refranero lo confirma con su recomendación «Hasta el cuarenta de mayo no te quites el sayo». Queda claro que existió el ayer en todos los aspectos.