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La Casona de Cayón, la Casona rosada, la Casona del fantasma, la Casona de Herrán… Estos son algunos de los nombres que recibe la casa, de arquitectura típicamente indiana, de principios del siglo XX, que se alza, imponente, en el cruce de Santa María de Cayón, construyendo a su alrededor todo tipo de historias y leyendas, tras años de abandono, cuando tenía su fachada rosada.
Eva Gutiérrez, vecina de Esles, miraba embelesada desde pequeña la casona, mandada construir por una vecina de su pueblo, que hizo fortuna en Cuba a inicos del siglo XX y que a su vuelta ocupó hasta su muerte.
Finalmente, Eva, junto a su marido, David González, vieron la oportunidad de adquirirla hace diez años. Por entonces, «pertenecía a la familia mexicana Sámano, que se había encargado de su reforma integral hacía 30 años. Pintaron la fachada de rosa, quitaron los miradores y sustituyeron el tejado de pizarra por uno de tejas», indica David.
Sin embargo, «nunca llegaron a ocuparla, o al menos, de seguido. Creo que uno de los hermanos pasó alguna temporada, pero nunca se inauguró como es debido». Tantos años cerrada, la convirtieron en diana del gamberrismo y cuando David y Eva entraron a ver su interior «nos encontramos con pintadas, las escaleras destrozadas, porque se habían tirado por ellas utilizando las puertas a modo de trineo, restos de una hoguera en la buhardilla…».
Pero la realidad es que la estructura de la casa, de hormigón y piedra «estaba perfecta. Así que nos animamos a comprarla. Lo malo es que por el camino llegó la pandemia y las obras se alargaron cinco años».
Su idea inicial era convertir la casona en un hotelito especial, pero finalmente se encargaron de explotarlo unos primos de Eva: Celi Gutiérrez, Sonia Somacarrera y David Somacarrera (exjefe de cocina del Gran Casino del Sardinero).
De nuevo, fue sometida a unas reformas, pero esta vez de menor envergadura, manteniendo al máximo la esencia de la casa original, y con ayudas de los fondos Leader, que les concedieron a través del Grupo de Acción Local de Valles Pasiegos, los tres socios abrieron la posada y restaurante 'La Semilla'.
Cuenta con tres plantas y seis habitaciones, que alojan hasta 12 personas, todas con vistas al jardín y al valle, y algunas con baños con balcón.
Se trata de un lugar para desconectar y para disfrutar de la cocina de Rubén, en su agradable terraza del jardín, mientras el tiempo lo permite. Para el invierno, una gran chimenea (original de la casa) espera en el comedor.
Las puertas de las habitaciones, las contraventanas y los armarios de madera de roble son las originales y fueron sometidas a una profunda limpieza y rehabilitación, así como las escaleras. Cuenta con pocos muebles, para no distraer al cliente del descanso y la desconexión.
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