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Eduardo Fernández-Abascal empezó a trabajar en 1979, fundando su estudio en 1981, y desde entonces no ha parado de crear junto a Floren Muruzábal, también arquitecta. Sus proyectos salen de su casa-estudio, situada en Mijares, una estructura de hormigón y acero, revestida de aluminio. Entre sus creaciones: la Torre de Don Borja, sede de la Fundación Santillana, en colaboración con Luis Castillo, en Santillana del Mar: la rehabilitación del Palacio de Peredo Barreda y las casas anexas para la Fundación Bancaria Caja de Ahorros de Santander y Cantabria, en colaboración con José Orruela, también en Santillana del Mar; la rehabilitación del Seminario Mayor, de la Universidad Pontificia de Comillas, sede de la Fundación Campus Comillas, en colaboración con Alberto Alonso, Joaquín Barrientos, Eduardo Pesquera y Jesús Ulargui; o las Naves de Gamazo, sede de la Fundación Enaire, en Santander, esta última en colaboración con el estudio creado por sus hijos, GFA2.
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El edificio es una construcción única, estratificada en alturas, con los jardines que rodean a toda la casa. La planta baja o semisótano está dedicada al estudio; en la primera planta está la vivienda, con la cocina, comedor, salón y dormitorio principal, y en la superior, más pequeña, las habitaciones y baños de sus hijos, ya independizados. La cubierta de la planta principal, a la que se asoma esta última, es una estructura de perfiles de acero y chapa de acero ondulada, aislada y terminada con una chapa de aluminio Kalzip, sobre la cual se disponen placas de drenaje, tierra vegetal y plantas tipo sedum, que requieren poca agua y poca tierra, pero que crean armonía con el entorno y los montes del fondo.
Para Fernández-Abascal, algo esencial al diseñar sus viviendas (cuando el espacio lo permite) es «la naturaleza y vivir al ras del suelo». Así creó su casa. Según explica, «su colocación en el centro de la parcela, permite que haya cuatro jardines diferentes: el dedicado al disfrute de la familia, que se fusiona con el salón, al abrir sus grandes puertas correderas, y donde hay plantados manzanos, arces y un liquidámbar», plantado por el pintor Juan Uslé, a quien el arquitecto hizo su casa-taller, en Saro (Cantabria). Además, en uno de los extremos está la barbacoa y la sauna con un pequeño jacuzzi.
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En la superposición de las tres plantas, explica, «hay un juego de las entradas de luz alternadas. y la posición de las librerías, en perpendicular. Para mí los libros son fundamentales. Son la memoria». Además, son los que dan paso en el salón a su dormitorio, colocados en una librería, que sirve para articular los espacios.
Desde el estudio se accede a la vivienda, bien desde una escalera exterior, que conecta jardín con jardín, o por dentro. El jardín posterior ha sido utilizado para plantar un huerto y un pequeño corral, con tres gallinas que les proporcionan huevos.
Desde su punto de vista, la arquitectura «debe estar más atenta al contexto en el que se construye, contexto social, físico… Los arquitectos dedicaremos en las próximas décadas nuestros esfuerzos más a la mejora de las construcciones existentes que a la ejecución de nuevos desarrollos, que sigan ocupando territorio. En los últimos años, especialmente entre los arquitectos más jóvenes, se observa esta nueva sensibilidad», afirma.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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