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Cuando se atraviesa el portón que da entrada a la casa familiar de la pintora y escritora Concha de la Serna, en Ribamontán al Mar, uno tiene la sensación de haberse introducido en la ilustración de un cuento. Con varios cuerpos, a distintas alturas, los tejados de brezo, la piedra de la fachada y las flores, árboles y arbustos que la rodean, hacen soñar con casas de la campiña inglesa.
En la fachada principal, el escudo familiar, un balcón al que asomarse desde las habitaciones del segundo piso. Unas escalones de piedra nos invitan a subir hasta el porche, arropado por dos árboles de naranjo (con cuyos frutos Concha hace mermeladas) y un árbol de Júpiter.
El jardín presenta un aspecto de desorden, ordenado. Entre sus diferentes etapas artísticas y profesionales está la de paisajista. Así, es ella misma quien se encarga de cuidarlo. Junto a los dos magnolios que su padre plantó y que crecieron con ella, a cada lado de la casa, unos rosales muy especiales flanquean el jardín en sus lados derecho e izquierdo. Se trata de una variación creada por la experta de reconocimiento internacional en rosas, Matilde Ferrer, quien le dio el nombre de su abuela, Concha Espina. Y en el centro, el arce rojo que trajo su padre de Canadá. Y como espectadoras de esta belleza, tres cabañas que Concha construyó para sus tres nietas, a modo de casas de muñecas, a tamaño real.
El interior va acorde con su caparazón. Telas estampadas, velas, retratos, libros por todas las esquinas, lámparas de mesa que ofrecen una luz cálida e indirecta y los muebles, unos heredados y otros pintados por De La Serna, pertenecientes a otra de sus etapas profesionales.
La decoración dice mucho de como es Concha, de su amor por la literatura y la pintura. En el antiguo garaje ha montado su estudio, cuyas paredes están cubiertas con puertas, recuperadas de un edificio en obras, y un agradable desorden hace confortable la estancia con sofá y chimenea, incluida. Aquí prepara parte de su próxima exposición, que se inaugura el 17 de julio, en el Centro Cultural de Surf de Somo.
Entre estas paredes también ha escrito poesía, inspirada por su abuela, Concha Espina, quien, ya estando ciega, escribió aquí mismo su último libro, 'Una novela de amor', en 1953, en la que habla de la juventud de Menéndez Pelayo. En el jardín, entre flores y arbustos, se descubre un busto dedicado a ella.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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