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Iván González Martínez se sintió atraído por los aviones desde joven, por ver el mundo desde el aire. Esta sensación creció cuando cumplió los 15 años. Su primer vuelo lo hizo con el padre de un amigo, «desde entonces tuve claro que yo acabaría teniendo un avión». Aclara que el término avioneta, como esta periodista llamó a su avión Vans RV6A, biplaza, de cuatro metros y medio de longitud, «no me gusta. Todos son aviones. Unos más grandes y otros más pequeños».
Su determinación hizo que en 2006 se sacara el título de piloto privado, en el antiguo aeroclub de Santander, y en 2009 compró, junto a otros tres socios, su primer avión, un Piper PA-28 Cherokee. «Eso fue pasar a otra liga. Ya no dependía de ningún aeroclub para volar. Podía sentir esa sensación de libertad, eso que te da el estar suspendido en el aire. El paisaje que ves desde arriba, te cambia la perspectiva de todo».
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Daniel Pedriza
Finalmente, en 2016 adquirió su actual avión, junto a otro socio, un biplaza, de fabricación amateur, del 2007, con un motor de 180 caballos, con velocidad de crucero alta, con muy buenas prestaciones y consumo de combustible moderado. Ahí es cuando empezó con las acrobacias. Hizo un curso de Recuperación de Posiciones Anormales (UPRT) y fue mejorando hasta que quedó el tercero en la Modalidad Intermedia del Campeonato de España 2022. Este jueves está compitiendo en el Campeonato de España de Vuelo Acrobático 2023, que se celebra en Valladolid.
Desde su punto de vista, «tener un avión del estilo al mío no supone una gran diferencia con tener un barco de los que veo en Puerto Deportivo Marina del Cantábrico cuando paso volando. Mi avión cuesta unos 100.000 euros y gasta, haciendo una media con todos los gastos (incluyendo gasolina, seguro y demás gastos), unos 180 euros la hora».
Preguntado si no le podría sacar más partido a su avión si lo alquilara, Iván (jefe de servicio de su empresa, Trayne) contesta que «no lo contemplo. Pero si alguien con licencia de piloto quiere salir a volar, pagando los costes del tiempo que quiera estar ahí arriba, puede volar conmigo, sin ningún problema».
Cuando DLujo le propuso que nos enseñara Santander desde el aire, no lo dudó, al igual que esta periodista y el cámara Daniel Pedriza, dos inquietos a los que la adrenalina se nos dispara ante retos como este. La experiencia fue increíble. El mejor momento, cuando hicimos una pérdida. Esto es, cuando se apaga el motor y el silencio te da paso a centrarte solo en lo espectacular de nuestra bahía y costa. Volamos a Comillas al cabo de Ajo, terminando con un recorrido por la ciudad y la bahía.
Pero el agradable paseo tomó otro cariz cuando Iván me propuso «un par de piruetas. Tú, aprieta el estómago y las piernas cuando te avise». Al escuchar: «¡Ahora!», ya era tarde para pensárselo mejor. Tras el 'tonel' (una rotación de 360 grados en el eje longitudinal del avión, que marca la dirección del vuelo) llegaron unos 'ochos perezosos' (maniobra acrobática en la cual el avión describe un ocho en el espacio) y acabamos con el looping (acrobacia aérea en la que el avión describe un círculo completo en sentido vertical), durante la cual acabamos con la cabeza donde teníamos los pies hacía unos segundos. La tierra se dio la vuelta y el espectáculo se agrandó.
Aunque durante el vuelo no me sentí indispuesta, al tocar tierra, un mareo me acompañó durante el resto del día. Debería haber hecho caso a mi piloto y haberme dado una ducha de agua fría, el remedio «infalible», me sigue jurando. Aún así, ver la costa de Cantabria desde el aire, con el verde de los prados y montañas tocando casi el azul del mar, bien vale un esfuerzo y un marero.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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