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Miren Arzalluz (Bilbao, 1978) es una prestigiosa historiadora del arte, actual directora del Palais Galliera-Museo de la Moda de París y está considerada la mayor experta del mundo en la obra del modisto Cristóbal Balenciaga, en cuya serie ha participado como asesora.
-¿Existe ... un techo de cristal en la moda? Parece que siempre ha sido un ámbito propicio para las mujeres, las minorías sexuales y la diversidad racial.
-Es menos cierto de lo que nos gustaría. De hecho, es una de las cuestiones candentes en la discusión sobre la industria de la moda. Se está señalando que los nombramientos de los directores artísticos corresponden, fundamentalmente, a hombres y no es que vayamos a mejor, sino a peor. En el aspecto empresarial apenas hay mujeres. Lo que pasa en la moda es un reflejo de lo que sucede en la sociedad.
-Tampoco parece demasiado influido por la corriente 'Me Too'.
-No especialmente, ha habido algo en el ámbito de modelos hombres y mujeres y los fotógrafos de moda, con acusaciones de acoso moral y sexual, pero no tanto como se podría esperar. Tengo la impresión de que el problema está bastante silenciado y, seguramente, saldrá a la luz.
-La moda ha llegado a la ficción. ¿Qué opinión le merece la serie sobre Cristóbal Balenciaga, en la que ha asesorado a sus creadores?
-Es una serie que se ha hecho con gran profesionalidad. He tenido la suerte y el honor de poder aportar algo como asesora histórica y supone una satisfacción cuando llevas tantos años estudiándolo. Se trata de una producción muy seria que va a permitir que mucha gente lo descubra. Hablamos de una narración televisiva, no de una tesis doctoral, y necesita su tensión dramática, pero resulta tremendamente rigurosa, sensible y respetuosa.
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Teresa Flaño
-Se ha criticado el retrato del diseñador como una persona atormentada.
-Cuando empecé a trabajar con ellos les dije que yo tenía mi Balenciaga y que les iba a trasmitir todo lo que yo pensaba, según una reconstrucción basada en documentación y archivos. En cualquier caso, existen grandes lagunas porque él no habló de sí mismo y las personas con las que se relacionó no querían hablar porque sabían que era muy discreto. Hay mucho espacio para la interpretación y los guionistas han querido profundizar en cuestiones como su perfeccionismo y frustraciones, lo que, en suma, es un creador. Mi pena es que se centró en su etapa parisina y no abordó su origen y formación en el País Vasco.
-¿La moda mata o perturba? Están los casos de Alexander McQueen, Kate Spade, L'Wren Scott, John Galliano y Mark Jacobs.
-Es un fenómeno que encontramos en las personalidades más influyentes en la música o el arte. La moda posee un ritmo de producción de colecciones especialmente intenso y que, además, se está agudizando. No existe mucho espacio para la reflexión. Los creadores se han convertido en estrellas ellos mismos. Se les exige que sean celebridades, que encarnen la marca, aparezcan en público y tomen la palabra, una combinación muy peligrosa para cualquier alma sensible y abundan este tipo de almas en ese trabajo.
-La casa Balenciaga sigue en vigor. ¿Cómo se hereda una tendencia estética? Es como si Van Gogh cediera su firma a otro pintor.
-Ahí radica la dificultad. Las grandes marcas son muy conscientes del valor de su patrimonio y no están dispuestas a deshacerse de esa herencia, pero, luego, se encuentran con el reto de diseñar para el futuro. Balenciaga creó alta costura para una reducida clientela de alto valor adquisitivo y eso es muy diferente de la realidad del actual director que hace fundamentalmente prêt-à-porter y vive en otro mundo que no es el de los años 50. Además, hoy no basta con hacer cosas que sean más o menos bellas y conceptuales, sino que deben enfrentarse a cuestiones tales como la sostenibilidad y la diversidad. ¿Cómo respetar el legado y responder a las necesidades de tu época? Algunos lo consiguen, otros, no; a veces, importa y, otras, no.
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Gloria Salgado
-¿Conoce los vertederos de ropa en África? ¿No tenemos una relación malsana con la ropa? ¿No se ha convertido en una especie de adicción para las masas?
-Uno de los grandes retos de la moda es su compromiso con la sostenibilidad ecológica y humana. Se precisan cambios, pero no soy muy optimista. Durante la pandemia, en el campo de la moda, se aseguraba que se iba a desacelerar, producir menos y consumir mejor e invertir en calidad. Es una realidad que la industria de la moda está en plena reflexión, pero no lo vemos en la producción y consumo. Esto es un drama.
-Se multiplican las tiendas 'low cost'.
-La única dimensión positiva es la democratización. La moda resulta importante en la construcción de nuestra propia identidad, de cómo nos mostramos, y ahora contamos con más posibilidades y las tendencias de los grandes diseñadores llegan a todos los niveles. Pero no olvidemos que existen otras formas de consumo, como la segunda mano, el intercambio o el 'making yourself'. El modelo de crear la necesidad y el deseo debe cambiar.
-La juventud, objetivo preferente de este sector, suele carecer de un espíritu crítico para enfrentarse al poderoso marketing.
-El paradigma debe modificarse. Yo no quiero tener 200 prendas en mi armario, sino 10 o 25 de buena calidad que me duren. Hemos de encontrar otra manera de expresarnos que no sea mediante el estreno diario. Todos precisamos de la dimensión pedagógica porque todos participamos de esta sociedad de consumo. No sólo hay que valorar la calidad, también la memoria de nuestras prendas. Yo llevo chaquetas y camisas de mi padre (el histórico dirigente del PNV Xabier Arzalluz), y artículos de mi madre de los años 70 y 80, incluso de mi abuela.
-Usted ha estudiado arte y política, ¿la moda también permea a esta última?
- La política y la moda están en todas partes y tenían que encontrarse de alguna forma. El textil, como potencia industrial, se convierte en una cuestión política y como segunda piel y herramienta para expresarnos también se plasma en expresión o identificación política. Por ejemplo, he contemplado una exposición sobre la moda modesta, que establece una relación con la religión.
-¿París sigue siendo el epicentro de la moda?
-El sistema se ha complejizado mucho con la globalización. Hay semanas de la moda en todas partes, pero París, Londres, Nueva York y Milán siguen siendo los grandes centros. Francia ha apostado no sólo como industria, sino también como influencia cultural. Algo pasa en esa ciudad para que creadores de todo el mundo, aunque se formen, inspiren y produzcan fuera, quieran mostrar allí sus colecciones. No es moda francesa, pero sí que se trata de un catalizador de la creación en todo el mundo.
-¿Y sentarse en el 'front row' parisino supone entonces un ser o no ser?
-Para mí, no. Me duele cuando se habla sólo de la dimensión frívola de la moda, pero reconozco que existe. Hay una vertiente superficial que aparece en esas situaciones. Desde el 'front row' ves mejor el desfile, pero nada más. También es cierto que algunos lo contemplan a través de su móvil porque lo que realmente les interesa es difundirlo por Instagram.
-¿Lo de los 'influencers' es algo anecdótico?
-Siempre ha habido personalidades que se han erigido en modelos de referencia, lo que se ha modificado es el ritmo, los medios y el tipo de personalidad, mucho más variado, acelerado y multiplicado.
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