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La nueva línea de ropa Berris, fabricada en Cantabria, acaba de lanzarse al mercado, donde trata de hacerse un hueco con un diseño original de sudaderas (por el momento, aunque irá ampliando catálogo), detalles propios y una alta calidad de algodón. Pero lo que realmente ... importa a los creadoras del proyecto empresarial, la Asociación Nueva Vida, son las personas que confeccionan las prendas. Porque las manos que enhebran los hilos, etiquetan y empaquetan vienen huyendo de difíciles experiencias vitales y están o han estado amenazadas de muerte por las mafias de la explotación sexual o gobiernos de países donde no se respetan los derechos humanos.
El proyecto surgió hace dos años cuando se empezó con la formación de un equipo de 22 personas, 18 de las cuales habían escapado de la trata de mujeres en clubs y pisos, donde ejercían como esclavas sexuales debido a «la deuda que habían generado con sus captores. Se encontraban sin papeles y sin sitio a donde ir hasta que encontraron una mano amiga que les ofreció ayuda», explica Julio García Justamante, gerente de la Asociación Nueva Vida.
Otro de los rostros que se esconde tras las máquinas de coser de Berris es el de un joven iraní LGTBI: «Tuvo que salir huyendo del país o atenerse a ser ahorcado públicamente por su condición sexual», explican desde el colectivo. Atrás dejó a su familia y llegó a España, sin maletas, hace una década. Antes, vivió en Turquía cinco años, donde trabajó en un taller textil. «Cosía de lunes a sábado, un mínimo de diez horas al día y cobraba 36 euros al mes», recuerda.
«No todo vale para fabricar una sudadera. No vale la esclavitud en los talleres, donde niños, niñas y mujeres trabajan sin cobrar y duermen allí mismo, junto a las máquinas de coser. Tampoco vale contaminar el medio ambiente. Tiene que haber límites y condiciones dignas», expone García Justamante.
El joven iraní tiene, a día de hoy, un contrato de trabajo indefinido en Berris a jornada completa, con un salario por encima del convenio, y lleva una vida estable. Hace dos años hizo la formación de Nueva Vida Textil en la escuela-taller certificada por el Ayuntamiento de Camargo, «cuyo apoyo fue clave, ya que financió una parte con 11.000 euros», agradece el gerente de Nueva Vida. Este proceso de formación no es como en otras empresas porque estas personas llegan con sus 'mochilas': «No olvido sus miradas al llegar», recuerda Carlos Lanza, diseñador de la marca y coordinador del proyecto. «Miran con miedo como si les fueses a golpear. Vienen de esa violencia. El miedo está en sus ojos. Necesitan unas semanas para comenzar a recuperar parte de su autoestima y confianza», explica Lanza, que procede del mundo de la moda dentro de grandes marcas y llegó a tener varias tiendas de ropa de alta costura. Dejó todo esto atrás y comenzó un nuevo propósito de vida enmarcado en este proyecto de inclusión social: «La esclavitud en el sector textil en países fuera de Europa es una realidad, pero las grandes marcas miran para otro lado».
Los 22 alumnos que pasaron por esta escuela-taller están a día de hoy trabajando en el sector textil en distintas empresas dentro y fuera de Cantabria. Provienen de cuatro continentes, Asia, África, América y Europa, y todos huían en busca de una segunda oportunidad.
Gracias a la empresa cántabra Austral Sports (fabricantes de ropa deportiva), que comunicó a Nueva Vida la falta de mano de obra para confeccionar ropa, surgió esta idea de negocio, que nace con el fin de «generar puesto de trabajo de calidad, con salarios y condiciones dignas, para promover la inclusión social de las personas marginadas a quienes la sociedad no se lo pone fácil para tener una segunda oportunidad».
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