Teresa Monteoliva, la empresaria cántabra que irradia pasión por la vida

Cuando Teresa me habla de cómo este primer local ha sido el «padre» del resto de negocios, una chispa se percibe en su mirada. Siente orgullo y le gusta saber que quienes visitan y degustan sus platos salen contentos y satisfechos. «Este restaurante para mí es como un ser vivo al que cuidar. Yo se que todo lo que le doy me lo devuelve con creces. Por ejemplo, el otro día traje unos cuantos centros de flores y sentí como cobraban vida y sentido en el comedor», me comenta entusiasmada.

Ella es quien dirige al cien por cien el restaurante de la plaza santanderina, sin embargo, este es uno más del gran grupo que ella y sus socios tienen desde hace ocho años. El Cañadío Madrid, La Maruca, La Primera, La Bien Aparecida… son sólo los primeros «nuevos miembros» en llegar a la familia. Pronto habrá más y estoy segura que no dejarán de crecer. Al fin y al cabo, cuando las cosas se hacen con ganas y con cabeza, además de corazón, crecen y traen éxito.

Pero, por supuesto, Teresa es mucho más que una mujer de negocios. Ella, que disfruta con cada negociación, con cada compra de materia prima, con cada nuevo reto… es también una mujer muy familiar y rodeada de grandes amigos. Queda claro al escucharla que su hijo es lo primero para ella, siente adoración y admiración por todo lo que él va consiguiendo. Me cuenta como hace poco estuvieron en el reciente maratón de Nueva York y él, tras correrla, madrugaba para seguir trabajando en remoto con España. Son desde luego, una familia de campeones.

Sorprende de ella también cómo se siente una más entre hombres. Quizá tenga mucho (o todo) que ver que creció rodeada por sus hermanos. Seguramente no solo se sintió muy querida y mimada, sino que la enseñó ha crecerse y hacerse valer. Es muy probable que esa vida que ha tenido la haya hecho ser como es, atrevida y echada para adelante. Ningún reto se le escapa de las manos: «Fui, junto con otra chica, la primera sumiller titulada de Santander. El negocio comenzaba, allá por el 2000, a pedir que supiéramos de vinos para aconsejar a nuestros clientes. No me lo pensé dos veces y obtuve la titulación de Sumiller y maestre de sala», explica mientras me comenta su pasión por los vinos y cómo imparte catas y visita las mejores bodegas del país.

No hace falta preguntar por la moda a Teresa. Cuando uno la ve acercarse percibe la fuerza que ella siente, la seguridad… y eso, además de por los valores que uno tiene dentro (que en este caso son muchos), lo hace también la ropa que uno lleva. «Soy una mujer muy coqueta, pero también muy práctica. Por mi trabajo hay ciertas prendas que no puedo ponerme. Estoy todo el día yendo para mil sitios, conduciendo (cosa que me encanta hacer, por cierto), cargando con cosas, en la bodega… Pero que quiera estar cómoda no significa que no pueda estar elegante y atractiva. Ahora, también sé lo que me queda bien y qué prendas son para mí y cuáles no. Creo que esto es muy importante. No a todo el mundo le queda bien todo», asegura sincera.

Teresa me deslumbra, me hace pensar en cómo debemos luchar cada día para lograr aquello que nos hace felices. Me quedaría horas escuchando cómo me cuenta aventuras que surgen por su amor a los animales, nuevos retos que seguro están en ebullición en ese cerebro tan privilegiado, anécdotas con la gente que acude a su local o mil y una historia que darían para un libro entero.