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Itsaso Álvarez
Jueves, 14 de febrero 2019, 15:18
El deporte femenino está en fase de crecimiento y las empresas deportivas lo saben. La tasa de actividad física semanal entre las féminas ha pasado del 28 al 42% en cinco años y ahora gastan un 23% más en productos y servicios deportivos que hace diez años. Y si la base del negocio del deporte masculino se encuentra en el ámbito profesional auspiciado por los grandes contratos de los deportistas, el marketing deportivo y los derechos audiovisuales, la apuesta más lucrativa en el ámbito femenino está en la atleta no profesional: 23 millones de españolas. ¿Cuál es su perfil? Según datos del Consejo Superior de Deportes (CSD) y del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), la mujer española y deportista se ejercita al menos una vez a la semana. Entre las que tienen hijos, el 42,4% les acompaña en los entrenamientos, tres de cada cuatro acude a los partidos y un tercio hace deporte con ellos. La consultora Nielsen Sports también ha elaborado sus estadísticas, según las cuales el 56% de las españolas afirma estar interesada o muy interesada en el deporte y el 53% asegura que lo practica como mínimo dos veces a la semana.
Esta realidad ha disparado las ventas deportivas no solo de los fabricantes especializados, sino también de las firmas de moda que han diversificado sus productos al calor de la fiebre del running, el yoga o el crossfit. La ropa deportiva femenina ha vivido su propia evolución. Y donde hace unos años había largas faldas y calientapiernas hasta las rodillas de vivos colores para practicar aeróbic, hoy las mujeres visten sujetadores deportivos que reducen el movimiento del pecho hasta un 78%, mallas de spandex, una fibra sintética única que absorbe el sudor para luego dejar que se evapore, camisetas que miden el ritmo cardíaco y pantalones de yoga que ayudan a perfeccionar la alineación corporal. Pero imaginemos cómo iba vestida una mujer que quería hacer ejercicio en el siglo XIX. Nada de leggins, polainas o una camiseta de licra ajustada, como muchas de las que hoy realizan actividades físicas. Si un vestido con una amplia falda sería una mala elección en los tiempos que corren, para las decimonónicas esta vestimenta era algo común.
En el año 1900, la británica Charlotte Cooper se convirtió en la primera mujer campeona olímpica de la historia. Tenía 30 años y una grave sordera cuando aquel importante título la llevó a engrosar no sólo las memorias deportivas, sino también las listas de los logros femeninos más importantes del mundo. A los 25 años había ganado su primer trofeo individual en Wimbledon y fue una jugadora incansable que se entregó por entero en cada competición, hasta su retirada, a los 50 años. De hecho, volvió a este torneo a los 37 años y ganó de nuevo, logrando un récord que aún sigue vigente: ser la jugadora de más edad en obtener el título. Cooper jugaba al tenis con camisa y falda larga blanca ajustada a la cintura, medias blancas y zapatos de cuero de cordones, lo que dictaba la moda victoriana. El color blanco era el obligatorio para transmitir pureza si se deseaba mostrar pudor y a su vez pretendía ocultar las «vergonzosas» aureolas causadas por la transpiración. Otra curiosidad. Tenía sólo dos raquetas; una para entrenar y competir los días de mal tiempo, y otra para los partidos a pleno sol. No necesitaba más.
La falda de las tenistas se acortó en los años 20, adaptándose a la moda popular, pero el pantalón no llegaría al las jugadoras hasta una década después. La primera en usarlos fue Alice Marble. Con el corte por la cintura y cuellos redondos el uniforme en estos años recordaba al vestuario de las denominadas 'flappers', esas jóvenes que decidieron vestirse, maquillarse y cortarse el pelo como les venía en gana. Fueron unas de las primeras liberadas del siglo, aunque la crisis y la guerra acabaron con su diversión. En esta década se empiezan a utilizar en natación los trajes de baño ajustados de una pieza. Eran bastante más antiestéticos que los bañadores integrales de hoy en día. Unos hasta la mitad del muslo, otros más largos, nada de tejido de poliuretano, eran de algodón. Pero antes de esto hubo una gran polémica, porque se hacían de seda. Aunque se complementaban con ropa interior y con manga corta, la seda dejaba entrever el cuerpo desnudo y esto fue determinante en la falta de participación de nadadoras en los Juegos Olímpicos de 1912.
Veinte años después este asunto aún colaba. Claire Dennis, en las Olimpiadas de 1932 se descubrió los omóplatos y esta «desfachatez» casi le vale la descalificación, aunque a partir de 1936 ya se convirtió en norma. En lo que respecta a los gorros, no tenían un diseño específico. Eran de algodón, seda y fibra de caucho con una correa en la barbilla al 'estilo aviador'. El látex se extendió a partir de 1920 y hasta los 70 no llegó la silicona. Las gafas de natación se introdujeron en los años 70. Los primeros modelos comerciales eran muy rígidos y producían molestias a las nadadoras. Hoy por hoy las chicas utilizan uñas postizas y bañadores completos muy ajustados para minimizar la resistencia del cuerpo frente al agua. Es habitual verlas esperando su turno escuchando música con auriculares, algo que científicamente está demostrado que permite mejorar la concentración y la motivación. Nada que ver.
Otra disciplina deportiva, la gimnasia. Hace poco menos de un siglo las atletas usaban prendas largas y holgadas para desarrollar sus rutinas. Nadia Comaneci, en las olimpiadas de Montreal de 1976 consiguió la calificación perfecta de diez. Para entonces las gimnastas ya usaban trajes que les daban total libertad en las piernas y llevaban el pelo recogido en una coleta. Pero desde el vestuario hasta el maquillaje, es increíble ver los cambios experimentados en la gimnasia por las deportistas. Las primeras en competir lo hicieron en 1936 en Berlín, poco después de que Hitler asumiera el poder. Las mujeres llevaban melena ondulada y sus accesorios casi siempre eran diademas o algo parecido a las mallas de cocina para mantener el pelo en su lugar. Los primeros trajes que llevaban las gimnastas en la modalidad artística tenían cuello en V y un corte bajo hasta la cadera, para acentuar la cintura.
El decoro también se trató de mantener una buena temporada en la pista de atletismo, hasta que las atletas lograron lucir camisetas ajustadas sin mangas y pantalones cortísimos, para tener una mejor capacidad de movimiento y comodidad. Como en el fútbol. Vaya escándalo habría supuesto en 1895 ver a jugadoras con camiseta y pantalón bastante por encima de la rodilla, cuando lo que entonces se llevaba era cubrir todo el cuerpo. La indumentaria de las jugadoras del primer club conformado por mujeres que creó la activista de los derechos de la mujer Nettie Honeyball (cuyo verdadero nombre es Mary Hutson), el British Ladies Football Club, del que Honeyball fue su primera capitana, ocupó bastantes líneas en la prensa de la época. El corresponsal del 'Manchester Guardian' escribió: «Sus trajes llamaron mucho la atención… una o dos faldas cortas puestas sobre unos pantalones. Cuando la novedad pase, no creo que el fútbol femenino atraiga a las masas».
Con todo, las cosas han ido mejorando. Llegan los 80 y el fitness toma mayor relevancia. A diferencia de años anteriores, ahora surge como una oportunidad de mostrar estilo y el status de la persona. Es un gran paso. Ellas comienzan a elegir ropa deportiva más ceñida y utilizan mallas largas en colores vivos, leotardos y calentadores. En los 90 combinan chándales con tops deportivos ('crop tanks') y las mallas y leotardos mantienen su popularidad. Con el año 2000 surgen los pantalones de yoga que no se transparentan y hoy por hoy las, profesionales y no profesionales son conscientes de la importancia de la ropa deportiva técnica. Además de buscar comodidad, quieren tener a su alcance indumentaria que les ayude a mejorar el rendimiento. O que por lo menos no les impida avanzar.
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