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Luis Alfonso Gámez
Martes, 7 de mayo 2019, 15:38
«Disfruta de más facilidades para desarrollar su trabajo, sobre todo para expresar su creatividad y alentar buenos tratos». Es lo que hace unos días pronosticaba la astróloga Guiomar Eillor a todos los escorpio. Es decir, más o menos a una duodécima parte de la Humanidad. Porque hay doce signos del Zodiaco que se reparten a partes iguales entre los doce meses del año. Así, los escorpio son los nacidos del 23 de octubre y al 21 de noviembre. Da igual el año y el lugar. Todos. Incluidos los desempleados –que ya me dirán cómo pueden expresar su creatividad en el puesto de trabajo–, los operarios de cadenas de montaje, los conductores de autobús, los recolectores de la fresa, los profesores de universidad, los... El mismo día, esa misma astróloga auguraba a los libra «semanas de un entendimiento más cariñoso con la pareja». Vale, ¿y si no la tienen?
No intente darle al horóscopo diario más vueltas que las que merece una colección de vaguedades concebidas para que mucha gente se sienta identificada con ellas. Es como si yo digo que las runas me han revelado que «los nacidos hoy tienen ante sí una larga vida llena de momentos alegres, pero también salpicada de episodios tristes». Exactamente lo mismo. Si ve el truco en la frase anterior –seguro que sí– y se siente capaz de construir sentencias de ese estilo –seguro que también–, podría ser la próxima Esperanza Gracia, la astróloga y tarotista de Telecinco que anima cada noche a cientos de miles de personas a que llamen a su consultorio telefónico. De pago, por supuesto. «Si hay algo que te inquieta, te atormenta, te perturba...», dice la sobreactuada adivina echando el anzuelo a los insomnes.
Salud, dinero y amor
Resulta perturbador que haya en la España de 2018 quien caiga en las trampas de Eguillor, Gracia y otros pícaros que hacen su agosto en el negocio de la videncia. Unos tipos incapaces de prever los atentados terroristas y las catástrofes que se cobran cada año las vidas de miles de personas y que, sin embargo, dedican sus supuestos poderes a ver el futuro sentimental de la folclórica o el pijo de moda. Y es que, fuera de las revistas del corazón –donde casi todo es previsible y sin importancia– y de sus consultas, los fracasos de los adivinos son notorios. sin ir más lejos, en la noche de las elecciones presidenciales estadounidenses de 2016, Esperanza Gracia vio «ganadora» a Hillary Clinton y horas después, cuando se anunció la victoria de Donald Trump y le dijeron que había fallado, replicó en Twitter: «Yo no, los astros. Para mí que en el último momento han hecho un movimiento y no me he enterado». Asunto solucionado y a seguir pescando incautos.
¿Por qué tienen éxito los adivinos? Pensemos un poco sobre ello. Cada uno de nosotros es único, diferente al resto; pero, a la vez, todos nos parecemos mucho. A todos nos preocupan la salud, el dinero y el amor, las tres cosas que, como cantaban Cristina y Los Stop en 1967, hay en la vida. Si soy adivino y viene a mi consulta, a 100 euros la sesión, una joven bien parecida y elegante, no sería muy arriesgado aventurar que sufre mal de amores. Si va bien vestida, pero tiene mal aspecto físico, apostaría por la salud. Y si el aspecto es malo y la ropa ajada, por el dinero. Eso es lo primero en lo que se fija todo adivino, en la apariencia del cliente y, a partir de ahí, empieza el juego de las predicciones.
Los adivinos telefónicos suele resolver ese paso previo con preguntas del tipo de: ¿qué es lo que te preocupa?, ¿qué quieres que vea en las cartas? Desde el momento en que abrimos la boca, estamos dando pistas al pícaro, que, si callamos, tendrá un problema. Una vez una tarotista me preguntó por mi signo del Zodiaco. Le respondí que ella era la adivina y que seguro que podía deducirlo de mi personalidad. Yo sabía que era imposible y que tendría que apostar a ciegas porque no existe ninguna relación entre signo zodiacal y personalidad. Evitó hacerlo, me echó las cartas y me vaticinó un importante cambio profesional en unos meses. Ocho años después, sigo en el mismo trabajo.
Juego de preguntas y respuestas
Para el vidente es fundamental que la víctima entre en el juego de preguntas y respuestas porque, sin darse cuenta, le dará información que luego él le devolverá como fruto de sus poderes. Es lo que se conoce en el argot de los mentalistas, los ilusionistas que simulan tener poderes paranormales, como lectura en frío. Así, si usted le dice que le preocupa su hija adolescente, puede que aventure: «Es que los chicos...». Si usted le replica que lo que le preocupa son los estudios, él reculará y le empezará a decir obviedades como que la muchacha está un tanto desorientada –¿qué adolescente no lo está?– y que todo es cuestión de tiempo, además de reforzar la buena imagen que usted tiene de su hija. Esta es otra de las claves del éxito como vidente: al cliente no se le incomoda. Jamás. Nada es culpa de él. Si tiene problemas en el trabajo porque es un vago redomado o con sus hijos porque es un tirano, le dirá que la gente no le comprende y que no se desanime. Admítalo, nadie paga porque le insulten, porque le digan que es desagradable, un maleducado o un guarro.
De vez en cuando, el adivino puede arriesgarse y predecir, por ejemplo, que te harán una buena oferta laboral en unos meses. Si luego no es así, tampoco será preocupante para él por dos razones. La primera, porque nadie es infalible –eso ya se lo dijo al comienzo de la primera sesión– y de vez hasta alguien tan sabio como él interpreta mal los astros, el tarot, los posos del te, las líneas de la mano o las del culo. Sí, no se sorprenda. Ulf Buck, un vidente ciego alemán, se gana la vida leyendo las líneas del culo de sus clientes, don que comparte con la madre de Sylvester Stallone. La segunda razón por la que un metedura de pata de vez en cuando no importa es porque nuestra memoria es selectiva. Lo mismo que recordamos más los buenos momentos de la vida que los reveses, tendemos a recordar los aciertos y pasar por alto los fracasos. Así que, si en una sesión el adivino yerra un par de veces, siempre podrá tapar esos errores con los aciertos de los que se adueña repitiendo información que le hemos dado al responder a sus preguntas o comentarios. Por ejemplo, que no nos preocupan especialmente las amistades de nuestra hija, siguiendo con el ejemplo anterior.
La próxima vez que de madrugada salte de canal en canal de televisión y se tope con un vidente, párese, tenga en cuenta lo aquí contado y disfrute del espectáculo. Si puede, grabe la sesión para luego verla tranquilamente. Moverse hacia atrás en una grabación facilita la detección de los trucos. Comprobará así cómo el adivino sonsaca con preguntas y comentarios a su víctima información que luego le devuelve como fruto de sus poderes, y le parecerá increíble lo fáciles que somos de engañar. «¿Tu hija tiende últimamente a encerrarse en sí misma?». Da igual lo que responda usted, él tendrá la explicación. Si es que sí, será, por ejemplo, porque el Sol está en cuadratura con Saturno, a lo que seguirá un vago discurso apto para cualquier adolescente. Si es que no, lo mismo.
Ningún adivino adivina nada. Nunca. Y, si parece que lo hace, si le dice al cliente cosas que este no le ha contado antes en directo, es que algún cómplice ha recopilado esa información antes de dar paso a la llamada telefónica o que usted entre en su gabinete. Porque no importa el método de adivinación, no hay uno cierto y otros falsos; todos son fraudulentos. Las cartas, la bola de cristal, el signo del Zodiaco, los posos de te, el I Ching... son perchas de las que el charlatán cuelga sus invenciones y zalamerías, un Macguffin que le sirve para hacer que la trama avance y usted siga al teléfono gastando dinero. Seamos serios, si viera usted el futuro, ¿se dedicaría a algo tan cutre como la videncia televisiva o telefónica o estaría tumbado a la bartola en algún paraíso tropical disfrutando de los millones ganados en la Bolsa o los juegos de azar y con la seguridad de que en cualquier momento puede dar otro pelotazo?
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