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Jorge Murcia
Santander
Jueves, 6 de marzo 2025, 15:05
Dejó los estudios a los 15 años para triunfar en la moda, fundó su propia agencia de modelos y poco después dejó aquel mundo para apostar por el de la inversión inmobiliaria de lujo. Se convirtió en millonaria con sólo 29 años y actualmente está considerada por Forbes México como una de las 100 mujeres más influyentes de ese país, al que emigró cuando las cosas no le iban bien en España.
Es Marta Marcilla, badalonesa de nacimiento, mexicana de adopción, y residente en Miami. Hace casi diez años fundó Tsalach Real State, empresa de compraventa de activos inmobiliarios que invierte en los destinos más exclusivos del mundo, como la Riviera Maya, Los Cabos, Miami y República Dominicana.
«Mamá, esposa y emprendedora», se define Marcilla en su perfil de Instagram. Muy activa en redes sociales -cuenta también con su propio canal de Youtube-, la empresaria catalana ha revelado aspectos de su vida y su carrera profesional hasta ahora poco conocidos. Lo ha hecho en el episodio 70 de 'Búscate la vida», el canal de Youtube del también empresario José Elías y su amigo Eric Ponce.
Recuerda cómo se sentía, sin realmente serlo, el «patito feo de la clase». Su apellido y su aspecto de chica regordeta -aunque tampoco demasiado- era objeto de burla («Marcilla, morcilla»). Era buena alumna, aunque sólo en matemáticas. Por lo demás, pensaba que estudiar era «una pérdida de tiempo». Así que con 15 años dejó los libros para buscarse la vida en el mundo de la moda, apenas armada con su «morro», y «sin mucha expectativa». No encontró oposición en casa aunque su padre le advirtió: «No te voy a mantener, ni ahora nin nunca».
Su precoz carrera de modelo le llevó a recorrer decenas de países y a conocer más a fondo «una industria muy puta, donde está permitido faltarte al respeto». Se acostumbró a que todo el mundo juzgara su físico, «y a partir de ahí me empezó a dar igual lo que la gente dijera de mí».
Llegó a pasar «hambre» durante su estancia en París, aunque su peor experiencia la pasó cuando la drogaron con burundanga, con 18 años recién cumplidos. «La agencia nos invitó a una salida, una cena y una fiesta», recuerda. En el coche que les llevaba hasta esa fiesta, y después de tomar una copa en una discoteca, empezó a sentirse de forma «rara». Comprobó, sin poder reaccionar, cómo «alguien me estaba dando un beso, un tío de 60 años». Estaba consciente, «pero habían abolido por completo mi derecho a escoger. No podía decir nada». De esa pesadilla le despertó de un plumazo, echándole un cubo de agua a la cara, «una compañera modelo húngara, que también me dio un bofetón y me bajó del coche».
Marcilla dejó la pasarela para fundar una agencia de modelos, con la intención de «cambiar algo de ese mundo» pero también «para ganar dinero». Porque, reconoce sin tapujos, «todo lo que hago es porque hay pasta detrás». De esa nueva etapa profesional no tardó en aburrirse, y el siguiente paso fue vender la agencia y marcharse a México reclamada por su manager, bajo la promesa de una carrera como actriz que ni siquiera llegó a arrancar.
Eran los años posteriores a la crisis financiera del 2008, que arruinó a la economía familiar -su padre se dedicaba a la venta de libros de medicina-. «Yo tenía 23 años y me dije que tenía que ayudar. Y así encontré mi camino», el del 'real estate', la compraventa de activos inmobiliarios, otra vez en México. En seis meses apenas vendió nada pero, espoleada por su ambición («una palabra preciosa pero que tiene mala fama») y sus ganas de reflotar la economía familiar, se dijo que «tenía que reventarlo sí o sí».
El punto de inflexión para despegar en el negocio fue «entender realmente lo que estaba haciendo. Para mí vender un piso, era 'mira qué bonito, qué vistas, y tal' y no era eso, al menos donde yo estaba. Porque eran segundas casas, y la gente quería un retorno de inversión». Se empezó a formar en temas inmobiliarios y fiscales, y poco a poco fue abriéndose paso «en un mundo de hombres».
Otro de los hitos de su carrera profesional fue conocer a Jordan Beltford, el bróker al que Leonardo di Caprio interpretó en 'El Lobo de Wall Street'. Beltford buscaba empresarios con los que ejercer de mentor, y Marcilla logró entrar en un reducido grupo de cinco personas que tuvieron la ocasión de conocer a un tipo «superanalítico, que no sólo vende bien, y al que merece la pena tenerle cerca».
El flechazo -profesional y personal, que no sentimental- fue mutuo, y Beltford le apoyó y dio consejo en los momentos más duros, como cuando apenas unos días después de conocerlo, Marcilla perdió a su mano derecha en la empresa.
El aval del 'Lobo de Wall Street' supuso el espaldarazo definitivo. «la empresa creció un 375%», admite Marcilla, que mantiene una relación contradictoria con el éxito, «una nube que apesta» y que «adormece a una sociedad que, si de verdad conociera lo que es, no lo perseguiría tanto».
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