Amor entre pucheros
CONFIDENCIAS AL OTRO LADO DE LA BARRA ·
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CONFIDENCIAS AL OTRO LADO DE LA BARRA ·
En alguna ocasión he escrito en estas mismas páginas sobre los establecimientos hosteleros que se han transmitido en sucesivas generaciones. Y hay muchos en Cantabria. Por asociación de ideas, pensaba en todos los que están regentados por una pareja. Son muy frecuentes, tanto en los ... restaurantes de alta cocina como en los más sencillos, en los pequeños bares de barrio o en los pueblos. Se dan las dos situaciones, que la mujer esté en la cocina y su pareja en la sala y lo contrario.
Haciendo uso de la memoria y comentándolo con algunos amigos, recordaba varios ejemplos. Del primer caso, ellas entre pucheros y ellos en la sala, en Las Piscinas de Villacarriedo, María Jesús López e Ildefonso Fernández; en El Español de Selaya, Luisa Abascal y Luis Sáez; en Casa Navarro de Pámanes, Pilar Navarro y Juan Manuel Barquín; en Casa Augusto de Alceda, María Consolación Fernández y Jesús Calderón; en Prada a Tope de Treceño, Mercedes Carpintero y Javier Nieto; en Santander, en La Mayor, Lourdes Sáez; en el restaurante Mores de Vargas, Vanessa López y Cristian Cacho; en El Túnel y en Son de Mar, de Laredo, Mónica González y Javier Cacho; y José Luis García y en El Asador de Aranda, Violeta Montes y Goyo Palomero. Una reivindicación de la cocina elaborada por mujeres con un gran prestigio en la gastronomía regional.
En las situaciones contrarias cabe citar en Villaverde de Pontones al laureado Jesús Sánchez y Marián Martínez; en Solana, en La Bien Aparecida, Nacho Solana y Noelia Hermosilla; en La Bicicleta de Hoznayo, Eduardo Quintana y Cristina Cruz; en La Cartería de Cartes, Enrique Pérez Malagón y Noelia Sánchez; en El Ojo del Ábrego de Liérganes, Marc William y Carmen Villanueva; en La Estación de Mogro, Javier Falagán y Nuria Soler; en Laila, Menchu Cabrera y Gustavo Pérez; en la Punvieja de Los Tojos, José Antonio Lastras y Josefina Dosal; en Las Redes de San Vicente de la Barquera, José Antonio Molleda y Susana González; en La Nogalea de Ruente, Santi García Vázquez y Cecilia Cabeza; y en Sotavento, Alberto Rodríguez y Marta; en Santander, en La Flor de Tetuán, Elías Saiz y Maite Rodríguez.
A veces estos matrimonios son ayudados por algún hijo, como en el caso del restaurante Augusto de San Vicente, donde el relevo está asegurado: Augusto en la cocina y su mujer Flor en la sala en un trabajo compartido con su hijo Luis en los fogones y su nuera, Natalia, atendiendo a los clientes. Claro que hay muchos más, pero esto no es una guía gastronómica completa.
Usted, lector, los conocerá y quizás los frecuente. No hay que olvidar, como antes decía, esos pequeños bares de barrio y de pueblo en los que la mujer elabora platos tradicionales personalizados (recetas secretas y un saber hacer por los años de servicio), menús del día caseros con esos sabores que asociamos llevados por la memoria a los sabores clásicos, a los de siempre, o unos pinchos exquisitos mientras el marido sirve vinos y cañas a los parroquianos. Entre los muchos perjudicados en la hostelería a consecuencia de la pandemia, están estos acogedores bares regentados en familia. También ellos tratan de resistir.
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