CRUASÁN DE ESCAPARATE

Purito glamour democratizado entre nostalgia de escaparates, melodía interiorizada y esa elegancia de una actriz que en cada gesto parecía dar lecciones de vida. Cada vez que se mastica 'Desayuno con diamantes' permite una digestión de iconos a los acordes de 'Moon River'.

Mientras hoy en día el cine anda sobrado de vacuidad y luminosa nadería, en este desayuno brilla la fértil sofisticación, algo así como una banda sonora de la vida. Audrey/Holly son vasos comunicantes de la mitología, símbolos de realidad y ficción.

A modo de deliciosa travesía sentimental la cinta es un escrache emocional ante la puerta de la mediocridad. Pese al símbolo del filme, la bollería no fue precisamente un buen trago para la actriz.

Audrey odiaba los pasteles lo cual supuso que la escena se convirtiera en todo un reto para ella. Se decía que solo comía ensaladas pero era una confesa amante de la comida italiana, de la cual tenía estupendas recetas que publicó en una biografía.

Pero a ella la asociamos con esa escena especial: se baja de un taxi con su vestido negro y sus guantes de fiesta. Lleva gafas oscuras, camina por la acera y se acerca a un edificio. Un rótulo revela que se trata de la tienda de Tiffany & Co. De una bolsa de papel extrae un cruasán y un café. Todos compartimos para siempre su desayuno a través del reflejo del escaparate que es pantalla/mito/sueño íntimo y colectivo.