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especias como recuerdos

Guillermo Balbona

Santander

Jueves, 14 de septiembre 2017, 17:10

En los fogones del mundo los toques legados por abuelas y madres suelen ser la expresión de la diferencia. En el cine también han existido toques históricos, encabezados sin duda por Lubitsch, sin olvidar los aderezos de cineastas como Buñuel o Hitchcock que marcan su personalidad visual.

En la pasada década cocinas y cámaras volvieron a encontrarse en ‘Un toque de canela’, una de esas obras amables en las que confluyen memoria, sabores, culturas y relatos. Es una cinta de especias, de raíces y filosofía culinaria, de recetas ocultas y legados con esencia. Tassos Boulmetis, cineasta con escaso bagaje, logró cierta proyección con este trayecto entre Grecia y Estambul, entre recuerdos y pérdidas.

Canela, pimentón, sal y pimienta a través de recetarios y pizcas de surrealismo, en una historia de evocaciones sensoriales de infancia y secretos bien guardados. Los aromas se funden con la tradición y menús degustación donde no falta lo exótico. Una miscelánea de textura y condimentos, nostalgia y metáforas astronómicas. Esos paralelismos entre los platos de la tierra y los banquetes de estrellas constituyen el fundamento peculiar del filme con trasfondo político y colisiones culturales.

Comedia agridulce de cocinero-astrónomo adulto, niño y abuelo, entretiempos y toques de sal, que persigue suturar las heridas y vacíos de la vida. El orden de los planetas y el aderezo de un plato de albóndigas conviven en comunión y armonía.

Agridulce viaje entre dos ciudades, también entre la infancia y la madurez para honrar los  platos de una vida. Contornos y siluetas de paladares familiares y brotes del pasado cargados de palabras reconocibles y estancias cómplices. Hay imágenes hermosas, como ese travelling inicial sobre los tejados de Estambul, aunque quizás domine un exceso empalagoso de postales.

Los paralelismos entre la fragmentación vital, la cocina y las diferentes edades asociadas a determinados sabores es lo mejor del filme.

Melodías griegas y turcas envuelven esta geografía cultural que propone un toque de canela cuando el conflicto íntimo y político estalla. No alcanza la excelencia pero su reivindicación de los sentidos, esa mezcla de pausa oriental y atmósfera mediterránea, deja un cierto poso de serenidad y contemplación existencial. Un bazar de las especias que se estructura cual menú tradicional con sus primeros, segundos y postres.

Un filme de aprendizaje que pone la mesa sobre la vida, y viceversa, entre diálogos y conversaciones que dejan en evidencia la débil frontera que existe entre la estupidez, la convivencia, los deseos y la intolerancia. Un toque de gastronomía costumbrista para mirar al cielo de la boca.

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