![Antonio Núñez, Toñín, en su querido Bar del Puerto, a finales de 2021. Esta fue una de sus últimas apariciones públicas, tras el reconocimiento de la Asociación Empresarial de Hostelería](https://s1.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/2023/02/11/tonin-puerto-U190334448629BqD-U190590706729CBC-1200x840@Diario%20Montanes-DiarioMontanes.jpg)
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Contaba en una entrevista que le hicieron hace poco más de un año que era de los que, a diario, bajaba a la plaza (cualquier santanderino sabe que eso es darse una vuelta por el Mercado de La Esperanza). También que se bañaba en El ... Camello, en invierno y en verano. O que con 12 años, le dejaban en una puerta de Los Escolapios y se marchaba por la otra. Aquel fue un cuestionario valiente, cercano. De casa. ¿Le ha incomodado que le llamen 'puñaladas'? La primera, para empezar. Pues bien, Antonio Núñez Seoane (Santander, 1935) cocinó una respuesta antológica. «Nunca, en absoluto». Contó que el apodo se lo puso un armador de barcos y que Los Fontaneda le regalaron la insignia de oro en forma de puñal que encargaron en Presmanes. «Reconozco que lo cobraba, pero también daba a los clientes el mejor producto. ¿Y por qué no? Si hacíamos las cosas que los demás...». La plaza, El Camello, Los Escolapios, Los Fontaneda, Presmanes... Santander puro, de siempre. Como saber que en esta ciudad hay dos puertos. El de los barcos y el del comedor y la barra de Toñín. Este viernes, a los 88 años, se fue un referente de la gastronomía y de la intrahistoria santanderina. De la rutina, de las rabas, del verlo en el ir y venir. «Un raquero de Puertochico con carné». Qué mejor definición que una suya.
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Toñín era el pequeño de siete hermanos, dos hombres y cinco mujeres, en una España de otra manera. Junto a su hermana y socia Merche, transformó la tasca heredada de sus abuelos, el único 'bar del puerto', en un gran restaurante (fundado en 1939). Se casó dos veces, tuvo cinco hijos, nietos, biznietos (aunque confesaba que la palabra abuelo no le hacía mucha gracia)... «Mis padres me llevaron al bar y así empecé, fregando los vasos». Más de esa última charla. El hermano mayor era el jefe de cocina, pero se marchó para abrir el Mar de Castilla en la estación del Ferri. Las hermanas se casaron, dos de ellas tuvieron la pescadería que estaba detrás del bar –y que con los años pasó a formar parte del restaurante–... O sea, que les tocó (a Merche y a él). Que aunque sintiera envidia de los chavales que venían de intercambio en verano de Francia o Italia y soñara con conocer el mundo, su mundo fue El Puerto.
Y lo hizo bien. Esa entrevista, sin ir más lejos, fue con motivo del reconocimiento de la Asociación de Hostelería en 2021. El más reciente. Antes llegó el Premio Nécora, el distintivo del Club de Calidad Cantabria Infinita, el Premio a la Gastronomía de Cantabria, el ser miembro de la Chaîne des Rôtisseurs... Una lista más larga que la carta de su local. O las medallas en forma de foto con un rodaballo de casi quince kilos, una merluza de doce, las primeras angulas de la temporada o el apreciado Campanu... De todo, lo mejor. Marca de la casa. Y había que lucirlo. A él también le gustaba lucir. Bien vestido. Con americana y corbata, el jersey de pico con camisa o la guayabera en verano. Merche y Miliuca, las hermanas, le colocaban, contaba, la rosa de pitiminí en el ojal –junto al puñal de oro, claro–.
«Soy hombre de pocas palabras, hijo de Romana Seoane y Fortunato Núñez, nieto de Sinda y José Seoane». Pues que su legado hable por él. Su trayectoria. El género. El mar fresco. Besugos, machotes, rapes, merluzas, cigalas, bogavantes, langostas, percebes, nécoras, centollos... Bocartes de temporada. «Daba tres o cuatro vueltas a los puestos de la plaza, primero miraba, escogía a los mejores y después lo compraba al mejor precio», relataba su hijo. O gambas a la gabardina en la barra, en esa barra que es el Puertochico de los santanderinos de toda la vida. El punto de la tertulia, del blanqueo bien, de un caldito en invierno.
Él, más que de marisco, era de marmitas. De guisos marineros o anchoas. Y de buenos pescados. Sentado en la mesa número treinta del comedor. Siempre la misma. Pero, sobre todo, fue de servir todo eso a los demás. De meter muchas horas, preocuparse por no bajar el listón en un oficio que no perdona y recibir a los clientes.
En una ocasión sentó a cinco Premios Nobel a una misma mesa con el rector de la UIMP Raúl Morodo. E hizo amistad, a base de buen comer, con genios como José Carreras. A Ricardo Lorenzo, el arquitecto que hizo la gran reforma del restaurante en los años 60, le pagó –contaba– la mitad del trabajo en comidas. «Entonces no teníamos tanta liquidez y así saldamos la cuenta». Historias. Como aquella de Manuel Fraga, al que el hijo de Toñín no dejó subir al comedor principal en pantalones cortos (le pusieron una queja en el libro por dejar subir a las señoras en falda o vestido, y a los hombres no). Anécdotas y personajes. Julio Iglesias, Zubin Mehta, Bruce Springsteen, toreros, futbolistas, actores de teatro... Parada obligada del viaje en comida o cena.
¿Ha sido feliz?, le preguntaban en esa entrevista que es hoy un gran testamento vital, un documento. Legado. «Sí, lo he sido. He disfrutado mucho con el bar, con esta gran familia que hemos sido, con la que me he sentido muy seguro. Se ha jubilado personal con más de cuarenta años en la casa. Me gustaba mucho recibir a los clientes».
Para los de la última frase. Aquí va una. Antonio Núñez Seoane, Toñín, 'puñalada'... Lo que quieran. Fue feliz e hizo felices a muchos. Feliz travesía desde tu puerto de Puertochico.
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