¡Felices Navicalorías y una próspera Naviobesidad!
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Lo de las Navidades se nos está yendo de las manos. Yo entiendo que a los niños les entusiasme el ambiente navideño. Comprendo también que tanta 'lucecita' y 'cancioncilla' navideña estimule determinadas áreas del cerebro, que inducen a comprar cualquier cosa innecesaria. ... Por tantas razones me adapto y tolero que los peces en el río anden bebiendo y vuelvan a beber ya desde mediados de octubre. Pero lo que me parece que ha alcanzado niveles que rozan la exageración son los aspectos grastronómicos de esta entrañable fiesta.
Recuerdo que cuando era pequeño mi madre compraba los dulces y los alimentos para hacer sus deliciosos guisos especiales, allá por el 20 de diciembre. Turrones, polvorones y demás golosinas las guardaba bajo llave en la despensa (cuando las despensas tenían llave). Y la Navidad transcurría gastronómicamente con sus cinco comidas extraordinarias, que se correspondían con los números mágicos, como si fueran los de la lotería, ya saben: 24, 25, 31, 1 y 6. Y hasta el año que viene.
Así que la G.P.N. (Ganancia de peso por Navidad) era poco relevante. Pero en la actualidad ya asoma a mediados de octubre la avanzadilla de ese cuerpo de élite que son los polvorones. Luego viene el resto del ejercito en cadena. Como están baratos, compramos. Y nos autojustificamos con el «así ahorramos».
Pero hay un refrán que profetiza: «Gallina en casa rica, siempre pica». Y picando y picando los polvorones se van acabando. Así que llega el día 22 y hay que recargar la munición. Nos pasamos de rosca y acabamos comiendo la última torta imperial en febrero. Total que nos pasamos dos meses y pico comiendo dulces navideños.
Pero ese no el único exceso. El problema se agrava con las comidas o cenas de…. (aquí hay que añadir empresa, colegio, amigos del gimnasio, madres y padres del colegio, etc.). Por ahí alguien decía que en España hay más comidas de empresa, que empresas. Y además hay que sumar las comidas y cenas tradicionales. Pero es que estos días señalados, esas columnas fundamentales de los excesos navideños, también han sufrido drásticas transformaciones calóricas. Ya no se reúnen las familias en las casas, con tiempo suficiente para cenar temprano y luego hacer una fiestecilla. No. Ahora, a media tarde la gente se va reuniendo en los bares por toda la ciudad y da comienzo una celebración previa y paralela donde se bebe y se come con abundancia. De tal forma que cuando, a las tantas, van llegando estos modernos pastorcillos a las casas familiares ya vienen con el depósito lleno de carburante calórico. Y hay que hacer de tripas corazón (que oportuna la expresión) y zamparse un cuenco de consomé y un buen trozo del cordero de la abuela y luego los turrones con el cava para brindar.
Por término medio, aquellos que se tomen la Navidad con ahínco, no saldrán de las fiestas con menos de 5 kg de G.P.N.
Sé que he recargado las tintas al dibujar este paisaje navideño. Pero mi intención era alertar del peligro de las calorías navideñas. Y cierro con un refrán que me acabo de inventar: «Lo que se engorda en Navidad se tarda en perder una barbaridad».
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