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La Navidad es la mejor ocasión para el reencuentro de familiares y amigos, normalmente en torno a una mesa en la que se degustan, sin limitaciones, suculentos alimentos y deliciosas bebidas. Cuando yo era un niño, las fiestas de Navidad comenzaban oficialmente hacia el 20 ... de diciembre, cuando se daban las vacaciones en los colegios. Era el momento de montar los belenes o los árboles y decorar sobriamente las casas con unas ramas de muérdago y algunas lucecitas de colores.
En ese momento se compraban los productos especiales que nos servían de base a las delicias que en cada casa se disfrutaban en tres cenas (Nochebuena, Añoviejo y víspera de Reyes) y dos comidas (Navidad y Reyes). En estas cinco ocasiones algunos miembros de la familia se lucían con sus recetas especiales y a los postres se ofrecían bandejas con los dulces típicos que se regaban con cava. Y ese era todo el exceso gastronómico navideño.
Los días intermedios se cubrían con el consumo de las sobras de las celebraciones y la dieta habitual en cada hogar. En esos días los dulces desaparecían, como ocurría en mi casa con siete hijos a cual más comilón, guardados bajo llave; en aquella época cuando las despensas tenían puerta con llave.
Pero a partir de los años cincuenta del siglo pasado la Navidad y todas sus manifestaciones se fueron alargando, cada año un poco más, hasta llegar al desmadre (perdonen pero no encuentro otro calificativo para describir tal situación) de estas fiestas de 2022.
Me he encontrado en octubre con las mesas de turrones y polvorones a las entradas de todos los supermercados. Hemos visto a madrugadores alcaldes incendiar de luces sus ciudades a primeros de noviembre. Y a mediados de noviembre ya andaban los peces bebiendo y volviendo a beber en todos los grandes almacenes y centros comerciales. Y las tres cenas y las dos comidas tradicionales se han incrementado con un montón de cenas y comidas. El número de tales ágapes, en la actualidad, coinciden exactamente con los grupos de WhatsApp de nuestros teléfonos móviles. Y nuestro afán de consumo, y el miedo a quedarnos sin reservas a mitad de las fiestas, hace que acumulemos tal cantidad de víveres que el último turrón lo comemos a finales de enero y bien avanzado febrero desaparece el último polvorón.
Siempre la Navidad ha supuesto una ganancia ponderal que en una ocasión estimé, por término medio, en unos tres kilos por persona. Esa cifra hoy podemos incrementarla hasta los cinco kilos. No pretendo, empezando por mí mismo, que no podamos disfrutar de las fiestas. Nuestro organismo está diseñado por la evolución para asimilar algunos excesos de vez en cuando. En el Paleolítico era el conseguir cazar un gordo mamut y devorarlo toda la tribu hasta los huesos; luego venían días de escasez. El equivalente actual es asistir a una abundante comida familiar o de empresa. Pero para lo que nuestro organismo no esté diseñado es para comerse quince mamuts a lo largo de un mes.
Como estos excesos gastronómicos es algo que no podemos eludir, la mejor media es pasar hambre en los días intermedios. Así que les recomiendo practicar un saludable ayuno intermitente entre comilonas.
Feliz y saludable Navidad.
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