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«El consumo de los vinos de Cantabria va en aumento». Esta es una de las incógnitas que se despejaron en el acto de presentación de la última cosecha de vinos blancos donde también se habló de calidad, de cantidad, del gran potencial que ... tienen los vinos de Cantabria que se elaboran dentro y fuera de la IGP, así como de la realidad de un sector al que le queda mucha labor de promoción y de trabajar en conjunto para llegar a buen puerto.
Precisamente sobre este aspecto se pronunció Óscar Salán, de Bodega Casona Micaela, quien mostró su deseo de que «los restaurantes de Cantabria no tengan cinco vinos de Rueda, sino cinco u ocho de Cantabria».
Las nuevas añadas se presentaron de el pasado martes ante medio centenar de personas, entre las que se encontraban miembros de la asociación de catadores Umami –organizadora del acto–, profesionales del sector, de la hostelería y las escuelas, sumilleres y expertos, que asistieron a una cata celebrada en la cafetería Gurugú de Colindres.
El acto arrancó con el saludo de Ángel Luis Gómez Calle, coordinador de Umami, quien disculpó ante los presentes la ausencia de bodegueros y viticultores que no pudieron asistir, en diferentes casos, por problemas administrativos con el etiquetado o por mala cosecha. Contratiempos que en esta ocasión solo posibilitaron la asistencia de cuatro bodegas. «Todos están invitados y espero que solo sea una circunstancia y el año que viene nos puedan acompañar y se animen otras nuevas, porque parece que esto va a más. El hecho de que hoy hayan venido menos bodegas no significa que haya parado el fenómeno del vino blanco en Cantabria. Todo lo contrario, se está consolidando cada vez más y con mayor calidad».
Bodegas y Majuelos de Cieza. El primero en abrir la ronda de presentaciones fue Manuel Torío, propietario y representante de la familia de bodegueros que elabora el blanco Behetría de Cieza bajo la IGP Vino de la Tierra Costa de Cantabria. Un vino monovarietal de uva albariño elaborado en una bodega que cuenta con cuatro hectáreas de viñedo en Villayuso de Cieza, un valle situado entre Los Corrales de Buelna y Arenas de Iguña. «La finca es de lo que nos sentimos más orgullosos.
El valle en sí reúne unas condiciones muy buenas para el cultivo de la vid, muy protegido del gallego, totalmente orientada al sur –con muy buen suelo, arenoso, con mucho canto rodado–. Elaboramos dos clases de albariño, con las mismas uvas pero en tanques diferentes, de acero inoxidable y de roble, sobre lías durante seis meses. La cosecha pasada fue demencial, peor imposible sobre todo en cantidad. Somos muy rigurosos en seguir el principio del equilibrio entre calidad y cantidad, pero el año pasado nuestra uva sufrió el ataque del hongo mildiu terriblemente. El año pasado no vimos el sol y cuajó muy mal el fruto. Tuvimos una cosecha de muy mala calidad y ojalá no vuelva a venir otra igual. La anterior de 2017 tampoco fue nada buena. Durante años, en actos como este, oíamos a otros colegas lamentarse y ahora sabemos lo que es. Con lo que quedó, que no llega a la mitad de la producción, hemos hecho el vino y este año vamos a tener poco. Llevamos dos años sin hacer nuevos clientes para atender mejor a los que tenemos. Centrándonos en el vino, puedo decir que estamos orgullosos del producto que elaboramos, un vino honrado –hecho con uva albariño, que huele y sabe a albariño– en cuyo proceso de elaboración, realizado con mucho mimo, no metemos procesos químicos ni correcciones. Nos propusimos hacer un vino de calidad y lo hemos conseguido. La cosecha de este año se va a vender, en un 80% en los próximos tres meses, estos vinos con su acidez y elaboración, permiten una guarda bastante larga pero cuando mejor estará será dentro de uno y dos años, o incluso más. Lo ideal es que nuestro vino pueda evolucionar en botella durante más tiempo, me gustaría que la cosecha de 2018 se empezara a vender en el 2020, pero no hay forma de hacerlo. Si hubiésemos empezado así desde el principio.... Pero sería mortal que nuestro vino desapareciera durante un año del mercado».
Bodegas Miradorio. Concha Polo, en representación de esta bodega ubicada en Ruiloba presentó, por primera vez en esta cata, el vino estrella que elaboran bajo la IGP Vino de la Tierra Costa de Cantabria, Mar de Fondo, y que en 2016 embotelló su primera cosecha. «Se trata de un blanco coupage que combina cuatro variedades de uva –riesling, hondarrabi zuri, albariño y godello– que tienen en sus siete hectáreas de viñedos y está siete meses en depósito con sus lías. «El resultado es un vino fresco, aromático, elegante y sutil pero complejo y equilibrado que sorprende al tomarlo. Como ha dicho Manuel Torío, la cosecha del pasado año no fue nada buena aunque en la vendimia se recuperó algo. Embotellaremos unas ocho mil botellas».
Casona Micaela. Óscar Salán, distribuidor y socio de la bodega, sustituyó al interlocutor habitual en esta presentación, Carlos Recio. Casona Micaela es una bodega que está en el Valle de Villaverde en cuya finca tienen viñedos en espalderas muy altas para aprovechar mejor la luz, con dos variedades de uva, albariño y riesling. La última añada, la de 2018 representa la novena cosecha de este vino acogido a la IGP Vino de la Tierra Costa de Cantabria. «Tenemos un viñedo de doce años, ya es adulto para dar un vino de buena calidad, teniendo en cuenta el clima, las horas de sol y los días de lluvia que nos tocan. Concretamente 27 días en julio del año pasado. Un clima difícil que favorece el desarrollo de enfermedades en las viñas en pleno momento de formación. Con trabajo y tratamientos conseguimos salvar la cosecha en una parte dañada y finalmente con la uva riesling nos fue mejor que con la albariño. Como ha ocurrido en otras zonas, los meses de septiembre y octubre vienen buenos, con más viento sur que seca el ambiente, hay menos humedad, se seca también la uva, sube el azúcar y el grado de alcohol y cogemos una uva bastante sana. Por lo tanto estamos bastante orgullosos de la última añada aunque para nosotros la mejor fue la de 2017. Cantabria también tiene sus microclimas, en la costa, en Liébana y en el valle de Villaverde. Por eso aunque los vinos lleven las mismas variedades, nunca saben igual. En nuestra zona, por la orientación y la altitud quizá sea más fácil, aunque no por eso estamos exentos de problemas y de mucho trabajo. No cabe duda de que en Cantabria los viticultores son temerarios y creo que es el último sitio donde se viene a recoger uva para hacer vinos tranquilos, no sobremadurada».
1.- Roberto González: Sumiller
«Cuatro vinos diferentes que me han encantado. El primero, por su nervio y gran futuro, me gustaría tomarlo con bastantes más años. El segundo, con la fruta muy madura, muy fácil de beber y muy bien hecho. En el tercero se notaba esa crianza sobre lías, sedoso en boca y necesita más tiempo en botella. El último, no se si por el afán o entusiasmo, resulta muy ligero y con un final muy goloso».
2.-Philippe Cesco: Enólogo
«Hace años hice pruebas de blanco y me di cuenta de que Liébana no es tierra de tintos, sino de blancos. Tienen malvasía, doña blanca, moscatel, godello, palomino, albarín, albillo y otras desconocidas y la uva blanca se ha utilizado mucho en Liébana para mezclar con la uva tinta y suavizar los vinos. La comarca lebaniega tiene gran potencial para hacer vinos blancos y también Valderredible».
3.- Alfonso Fraile: Pte. Sumilleres de Cantabria
«Sobre el precio de nuestros vinos quiero aclarar que caros no son. Fijémonos a qué precio paga cada viticultor el kilo de uva. En Cantabria a 1,79€ como mínimo cuando en la DO Rueda se puede conseguir a 0,50€. Si sumamos botella, etiqueta, corcho, contra etiqueta, tira de la IGP... Sinceramente creo que tienen derecho a ganar dinero y devolver los créditos».
«El vino presentado, albariño y riesling, embotellado hace pocos días, estará mejor pasados unos meses. Los mercados son complicados y los consumidores quieren el vino joven, recién elaborado. Nos lo demandan muy rápido y aunque se quiera esperar es imposible».
«Uno de nuestros vinos está criado sobre lías finas que se remontan a diario durante cinco meses, lo que aporta al vino un poco más de volumen y otro buqué diferente al clásico de Casona Micaela. De este vino saldrán unas doce mil botellas. En nariz se nota mucho la riesling al principio, la acidez se va redondeando mientras la botella está en reposo».
Bodega Monte Tejea. Cerró la cata la intervención de Fernando Renovales, propietario de una bodega que bien podría calificarse de 'ilustre' por aquello de haber sido el pionero en la elaboración de vino blanco en Cantabria, con el objetivo de devolver a Cantabria la cultura de elaborar chacolí. «Quisiera empezar diciendo que mucha culpa de la falta de promoción de nuestros vinos la tenemos nosotros. Si nos comparamos con nuestros vecinos los vascos, estoy seguro de que no hay ningún bar o restaurante que no tenga su txacolí, el que sea pero le tienen, y en esta región hay muchos hosteleros que no saben que se hace vino en Cantabria. Y si tengo que referirme a la Administración, empezó haciéndolo bastante bien pero se le ha olvidado seguir haciéndolo. Volviendo a los vinos, llevo 27 años elaborando. No había entonces ninguna bodega, había uvas en Liébana para hacer orujo, pero no para vino. Durante años estuve elaborando vino bajo la IGP Vino de la Tierra pero me he salido y ahora mismo elaboro el vino que a mi me gusta y a mis clientes también. Las uvas que utilizo son riesling, petit manseng y hondarrabi zuri en mayor cantidad, porque el Valle de Villaverde, donde tenemos los viñedos, es muy parecido al País Vasco. Fue de los vascos de quienes yo aprendí a elaborar el chacolí y fui presidente de una asociación de txacolineros. Nuestro vino, del que vamos a tener unas tres mil botellas, no pasa nunca de 10,5º por lo que es un vino suave y de trago largo. Nunca he pretendido vivir de ello porque ha sido más un hobbie que un negocio».
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