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El mes de junio tiene una fecha señalada en rojo para los vinos blancos de Cantabria. En vísperas del verano, cuando el consumo de estos caldos frescos se multiplica, la asociación de catadores Umami –una organización sin ánimo de lucro– reúne en Colindres a los principales elaboradores, la gran mayoría adheridos a la Indicación Geográfica Protegida (IGP) Vino de la Tierra Costa de Cantabria, para que presenten su última añada, para que compartan con los asistentes a un acto sencillo y al mismo tiempo ilusionante sus impresiones sobre el trabajo desarrollado en el último ejercicio tanto en el campo como en la bodega, y, también, para que entre ellos mantengan una relación fluida que pueda enriquecer sus conocimientos en materia de viticultura.
En esta ocasión fueron 12 las bodegas representadas por sus responsables; fueron invitadas todas las que comercializan vino, pero por diferentes razones algunos de sus responsables no pudieron asistir o declinaron su participación. Una cifra que, como comentó Ángel Luis Gómez Calle, miembro de Umami y conductor del acto, contrasta con los que asistieron a la primera edición de este evento hace algo más de 16 años: en aquella ocasión fueron tres las bodegas.
Sin duda, este incremento, que podría llegar hasta una veintena de proyectos si se suman los que están en marcha y que a corto o medio plazo también podrán presentar sus elaboraciones, es un signo inequívoco de que los vinos blancos de Cantabria están en una trayectoria ascendente, tanto en volumen como en calidad. El acto contó con la presencia del alcalde de Colindres, Javier Incera, que celebró y agradeció que este evento tradicionalmente se desarrolle en las instalaciones del Café Gurugú.
También intervino el director general de Pesca y Alimentación de la Consejería de Desarrollo Rural del Gobierno de Cantabria, Paulino San Emeterio, que puso énfasis en la importancia que está dando su departamento a los vinos, algo que se plasma en la constitución de la Mesa del Vino, en la que tienen presencia todos los agentes del sector con el fin de generar ideas, proyectos y normativas que ayuden a los viticultores y bodegueros a crecer en todos los sentidos.
Tampoco se quisieron perder el evento el vicepresidente del Parlamento de Cantabria, Alejandro Liz; el presidente de los Sumilleres de Cantabria, Alfredo Torrijos; los responsables de sala de destacados restaurantes de la región como Imma Solana (Solana), Rafael Prieto (El Serbal), Elvira Abascal (El Nuevo Molino); Pachi Aguilera y Paloma Fernández, de la Oficina Agroalimentaria de la CEO-Cepyme); la directora del IESFuente Fresnedo, Mónica Celaá; el profesor de Las Carolinas, Alfonso Fraile; Chema Alonso (Quesoba y Quered)y numerosos miembros de la asociación Umami.
«No tienen disculpa ahora los responsables de los establecimientos de hostelería para no tener un vino blanco de Cantabria en sus cartas. Estamos en un momento en el que hay una gran variedad de referencias como para poder elegir, vinos de diferentes variedades de uva, de distintas zonas y con perfiles propios. Si queremos fortalecer el sector agroalimentario de la región y apoyar estas pequeñas iniciativas, es imprescindible que cada restaurante tenga al menos dos o tres referencias de vinos blancos de Cantabria, cuyo nivel ha crecido notablemente en los últimos años como se pone de relieve en estas catas», comentaba uno de los asistentes al evento.
No le falta razón, como exponíamos anteriormente, en que el número de bodegas ha crecido exponencialmente, aunque la mayoría de ellas sean pequeños proyectos, en muchos casos fruto de una pasión que con el tiempo se quieren rentabilizar, aunque sea mínimamente.
Otros aspectos fundamental es que explican su reconocida mayor calidad son, por un lado, la mayor experiencia que acumulan los viticultores, lo cual está estrechamente vinculado a la mayor edad de las viñas. Las primeras que se plantaron en esta que se puede considerar nueva etapa para la producción del vino de Cantabria, tras la filoxera, hace unos 20-25 años.
Paralelamente, han llegado al sector profesionales con una mayor formación, en algunos casos con experiencia en otras zonas vitivinícolas y en otros casos dispuestos a formarse y a dejarse asesorar por la figura de los enólogos, asesores externos de las bodegas que realizan un trabajo de vital importancia.
En el sector del vino blanco de Cantabria hay coincidencia de que hay un largo camino por recorrer y que ese no lo pueden realizar solos los titulares de los proyectos que ya comercializan sus vinos o de los que están en fase embrionaria.
El apoyo de la administración, de los hosteleros y sumilleres, de los propios clientes, de la distribución... sumados a la visibilidad que les pueden seguir dando algunos medios de comunicación son claves para que la identidad que transmiten los vinos blancos de Cantabria acabe cautivando el paladar de los propios habitantes de la región y de los visitantes.
Estamos ante unos vinos fresco, en unos casos más que otros con un toque de salinidad por la proximidad del Cantábrico lo que les proporciona ese carácter atlántico, con una moderada acidez –se ha matizado notablemente en los últimos años– y con una relación calidad-precio más que correcta, aunque haya quien se empeñe de acusarlos de ser más costosos que un verdejo o un albariño de alguna de las grandes compañías del país. En este caso, hay que dar un margen a estos proyectos pequeños, con unos costes fijos que son más difíciles de aquilatar cuando se trasladan al precio unitario de cada botella.
Otro aspecto que, sin ser nuevo, también apunta a un futuro prometedor. Cada día son más los elaboradores que tratan de ir un poco más allá, con crianzas en barrica o atreviéndose con espumosos. Dicen que en la variedad está el gusto y, en este sentido, los vinos blancos de Cantabria avanzan con paso firme.
La celebrada esta semana ha sido la 16ª presentación de las nuevas añadas de los vinos blancos de Cantabria organizada por la asociación de catadores Umami. Salvo la primera, todas ellas se han celebrado en el Café Bar Gurugú de Colindres, donde la familia Susinos siempre ejerce como magníficos anfitriones.
Pero este año, quienes participan cada año en este evento, echaron en falta la presencia de Pepe, el patriarca de esta extensa y emprendedora familia. Hace algo más de un mes no dejó para siempre, pero su habitual y discreta asistencia a este acto fue reconocida por parte de Umami con un sencillo homenaje y la entrega de una escultura –obra de Tomás Velarde– al mayor de los diez hermanos: Juanjo Susinos. Su madre, Nati, y el resto de sus hermanos, Nati, Belén, Pedro, Ico, Bruno, Nando, Ana, Leti y Andrés, también agradecieron este signo de cariño y reconocimiento a una familia con una dilatada trayectoria hostelera.
Un total de doce bodegueros y viticultores participaron en la actividad organizada por Umami en Colindres. Cada uno de ellos tomó la palabra para presentar su proyecto y su vino, antes de que los asistentes y los propios ponentes pudieran catar cada vino al concluir los turnos de exposición.
Óscar Salán, socio de la bodega que puso en marcha Carlos Recio en Valle de Villaverde, sostuvo que este último año fue muy satisfactorio, con una uva muy sana y buenos rendimientos. El resultado, un vino muy identificado con el territorio, fresco y con una punta de acidez agradable.
Irene Rodríguez, propietaria y enóloga, ha completado la sexta añada y, aunque su producción es pequeña, dos mil botellas con media hectárea en Guriezo del coupage con riesling y gewürztraminer, su grado de satisfacción es alto ya que la demanda supera las existencias. Su proyecto está en crecimiento con más hectáreas.
Antonio Merino, enólogo de esta bodega manchega que se ha introducido con éxito en Cantabria –dispone de viñedos en Nates, Treto y en un futuro en Cicero– manifestó su satisfacción con la evolución de Viña Mar (albariño) y de Palacio de Treto (envejecido en bota de 500 litros durante cinco seis meses. No obstante, cada año es diferente en función del clima y de la salud del viñedo, algo que dificulta, a su juicio, meterse en nuevos mercados.
Mikel Durán, uno de los pioneros de la viticultura en la zona de la costa en esta nueva etapa para los blancos de Cantabria, presentó su proyecto –con viñas en Vidular, Noja y Castillo Siete Villas– y su vino Ribera del Asón. A su juicio es importante que el carácter del vino «nos lleve a la tierra. Un vino es paisaje y en nuestro caso frescura, salinidad y acidez integrada».
Ignacio Abajo, responsable de esta veterana bodega de Bárcena de Cicero, alabó a la variedad riesling, «es la más noble», lo que se transmite en su vino. Y terminó con un «merece la pena» en relación a la viticultura.
Jorge Cañizo, uno de los tres socios y amigos que están al frente de este joven proyecto, presentó la tercera añada de Trueque fruto de un viñedo joven, de ocho años, que traslada frescura y salinidad al vino.
Manuel Torío, titular de este negocio familiar en el valle del Basaya, no presentó grandes novedades, pero destacó su estrategia, a partir del covid, de dar más tiempo al vino sobre lías y en botella. Así, en su caso, presentó la cosecha 2022, algo que a su juicio facilita que el vino esté más redondo. Uno de los vinos tiene barrica.
Eulogio Fernández, responsable comercial de esta bodega de Ruiloba, presentó su buque insignia, Mar de Fondo, uno de sus dos blancos a partir de 7 has. También destacó el proyecto enoturístico y la idea de duplicar la superficie de viñedo.
Juan de Miguel, con dos hectáreas en Novales, vinculó su vino con la enorme riqueza del suelo y no ocultó su deseo de hacer vino de calidad a un precio de aquí.
Joven proyecto de la mano de Raúl Gómez Tresgallo en Suances, donde también elabora queso. La juventud de la viña aún no permite extraer conclusiones. Pequeña producción y proyecto enoturístico con catas en el propio viñedo.
José Gabriel Quintanal poco a poco va dando forma a lo que nacio como un hobby a partir de las viñas que tiene plantadas en la localidad de Vargas (Puente Viesgo). Su vino fresco, albariño, gana presencia en mercados y el restaurantes de la zona. «Seguimos luchando», resume Gabriel, que ahora tiene también un punto de venta en Puente Viesgo al frente del cual está su mujer.
Era la primera vez que Antonio del Campo presentaba su vino en este evento. Aprovecho también para hablar de su bodega, ubicada en la localidad de Castanedo (Ribamontán al Mar) y donde a medio plazo espera disponer de 20 hectáreas de viñedo. Una de sus líneas de negocio está en el enoturismo, con el fin de aprovechar las posibilidades que tienen sus modernas instalaciones, en las que también da servicio a otros viticultores que no disponen de bodega propia. Y terminó su intervención apelando a la unidad del sector entorno a la asociación Cantabria Brinda que se ha constituido en el seno de la CEOE.
Esta semana, un grupo de viticultores de la región han participado en una actividad organizado el CIFA que les ha permitido visitar las instalaciones de la Estación de fruticultura de Zalla y su bodega experimental. Uno de los fines es conocer mejor variedades resistentes a mildiu y oídio, que el CIFA está comenzando con una plantación experimental en Castanedo.
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