La fruta que le pone color y dulzor a la mesa

El 'Prunus domestica' es el árbol de la familia de las rosáceas y del género 'prunus' cuyo fruto es la apetitosa ciruela, una de las delicias del verano. Pequeña, de muchos colores (amarillas, rojas, verdes, púrpuras, moradas...) y con más de 200 variedades, la ciruela es perfecta para un sano capítulo final a un almuerzo o cena. También por supuesto, para una merienda o aperitivo de lo mas refrescante, capaz de paliar el calor.

Su sabor es tan característico como su forma y textura: entre ácido y dulce. Las amarillas tienen mucho jugo (acidulado) y las rojas son más dulces, mientras que las verdes, denominadas claudias (de las más conocidas y consumidas, al menos en nuestro país) se distinguen por un aromático dulzor. La parte carnosa es la jugosa y de consistencia firme, mientras que su cáscara tiene una textura cerosa.

Lérida, Aragón, Sevilla y la zona del Mediterráneo son las mayores productoras de este manjar natural que puede encontrarse en los mercados desde finales de abril hasta septiembre.

Rica en agua, fibra e hidratos de carbono, apenas contiene grasas y proteínas. También es una fuente de potasio, de calcio (en menor cantidad), fósforo, magnesio y hierro, así como de vitamina C, provitamina A y vitamina E. Todos estos contenidos la convierten en un alimento energético, alcalinizante, depurativo, refrescante, ligero y tonificante, que es capaz de estimular el sistema nervioso y combatir la fatiga. Previenen las enfermedades cardíacas y ayuda a reducir los niveles de colesterol. Incluso se aconseja para favorecer el equilibrio del sistema nervioso y reducir la fatiga, y son idóneas para contrarrestar los efectos negativos de los radicales libres.

Muy conocidas por combatir el estreñimiento y proteger al mismo tiempo la mucosa intestinal (sobre todo si se incluye en el desayuno), frescas, secas, en compota o en mermelada, una buena combinación es, incluso, con yogur.

En la mesa combina bien si se fusiona con lechugas dulces y la achicoria o los berros realzan su dulzor, como si se mezclan con frutos secos como las nueces, piñones, almendras y con otras frutas, como la manzana. Son un buen ingrediente a la hora de realizar postres dulces y sobre todo saludables.

De su fama y popularidad es una buena muestra el dato histórico de que los antiguos egipcios ya las cultivaban, incluso utilizaban las desecadas como provisión para el «más allá» que depositaban en las pirámides. Las variedades europeas, luego llevadas a América, tienen su origen en la zona del Cáucaso, y las orientales derivan de China.