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Miguel López se ha criado entre pimientos, tomates y cebollas. Sus padres tenían una pequeña huerta como muchas familias cántabras y él ha conservado la tradición, aunque, como otras costumbres, se va perdiendo poco a poco. Eran otras condiciones de vida y unas generaciones que ... nada tienen que ver con las actuales. Sin embargo, este vecino de Rocamundo (Valderredible) está jubilado y dispone de tiempo suficiente para dedicarse al cultivo de una amplia variedad de productos con los que se autoabastece y hace frente, de alguna manera, a la crisis económica. «Sólo compramos aceite, pescado y algo de carne de ternera, porque también tenemos huevos, pollos y conejos».
Hasta aquí, la historia de este hombre de 67 años, que regentó el Bar El Arroyo durante 23 años, puede ser la de cualquier otro jubilado de la región. Pero Miguel López dio un paso más hace unos meses cuando la situación económica empezó a empeorar. «Amplié la huerta de 50 a 1.500 metros cuadrados». Casi nada. De tener «cuatro pimientos, cuatro cebollas y cuatro tomates (lo de cuatro no es literal)», ha pasado a tener prácticamente todo lo que uno se puede encontrar en un supermercado: tomates, berenjenas, calabazas, sandías, lechugas, puerros, cebollas, repollos, pimientos, alubias, habas, ajos... Menos patatas –un producto típico de su zona– tiene de todo. «Todo eso lo reparto con mis tres hijos (dos varones y una mujer)», comenta.
Miguel López | Vecino de Valderredible
Durante más de veinte años, Miguel López regentó el Bar El Arroyo de Rocamundo, un trabajo que complementaba con la venta de miel. Ahora, con 67 años y jubilado, se dedica junto a su mujer al cultivo de una amplia variedad de hortalizas y frutas en una finca de 1.500 metros cuadrados. Además, tiene gallinas, pollos y conejos, con lo que apenas compra aceite, pescado y algo de carne de ternera. «No tengo necesidad de pagar tanto por las hortalizas y la fruta».
Miguel reconoce que la huerta se ha convertido en un buen aliado para mitigar los efectos del encarecimiento de la cesta de la compra. «Cuando vas al mercado y ves los precios, te asustas. Un kilo de manzanas cuesta dos euros y el de tomates, cinco. Ves los precios y te das cuenta del valor de lo que tienes, aunque en los pueblos no lo valoremos tanto como la gente que vive en la ciudad». Eso sí, este agricultor no esconde la dedicación que supone trabajar una huerta. Porque seguramente usted haya escuchado en los últimos meses a más de uno eso de «sale mejor poner una huerta para no tener que pagar tanto en el supermercado». Pero son pocos los que dan el paso. «Hace falta tiempo y te tiene que gustar». Y Miguel lo ha mamado desde pequeño. Tanto que tiene un horario como cualquier trabajador, aunque con la libertad de que no tiene ningún jefe. «Mi mujer y yo solemos ir de ocho y media a once y media de la mañana y, por la tarde, desde las seis hasta que anochece». Eso, a partir de la primavera, que es cuando empieza la siembra. A estas alturas de año lo tiene ya todo recogido, «apenas me quedan por recolectar unas manzanas».
¿Y cuánto invierte en la huerta? «Unos 200 euros en plantas, porque el agua lo captamos de un arroyo que pasa cerca de la finca». De no tener esta posibilidad dice que «no nos saldría rentable cultivar lo que tenemos». «También utilizamos abono natural, que es más económico», añade este agricultor, cuyo mayor gasto es «el tiempo que pierdes con la huerta».
Manuel Bada | Vecino de Solares
A sus 64 años de edad, casado, con dos hijos y una nieta, Manuel Bada, vecino de Solares (Medio Cudeyo), cuenta con un huerto urbano de los que ha habilitado el Ayuntamiento detrás del polideportivo. Jubilado de la extinta matricería Candemat, aprendió a cultivar en la huerta de la mano de sumadre, que tuvo un terreno en Escalante, y fijándose en sus vecinos. Ahora dedica parte de su tiempo a esta tarea. «Tener huerta es una ayuda, pero yo la tengo por afición».
Manuel Bada, vecino de Solares, también conoce muy bien el funcionamiento de un huerto, el trabajo que supone y las ventajas que tiene. Heredó hace diez años un terreno en Escalante que su madre trabajó toda su vida y ahora, hace apenas unos meses, lo ha sustituido por uno de los veinte huertos urbanos que el Ayuntamiento de Medio Cudeyo ha habilitado junto al pabellón polideportivo. «Me viene mejor porque lo tengo cerca de casa, a un kilómetro escaso».
Casado, con dos hijos y presumiendo de nieta, este pequeño agricultor, de 64 años, ya jubilado, cuenta con una parcela de unos 15 metros cuadrados, al aire libre, y otra más pequeña, de ocho metros, en un invernadero. «Planto tomates, pimientos, cebollas, lechugas, calabacines, pepinos, puerros y guisantes».
Aunque reconoce que disponer de un huerto es «una ayuda» frente a la crisis, él lo tiene, más que nada, como entretenimiento, «como un hobby». «Si tienes buena cosecha de cebollas puedes tirar todo el año con ellas. Y en el caso del tomate, además de que comes producto de calidad, lo puedes embotar para salsas o como acompañamiento». Eso sí, advierte que se requiere de tiempo para que esta tarea dé sus frutos. «Lo más laborioso es plantar, después se trata de regar y recolectar». En cuanto a los gastos, este agricultor señala que el agua lo sufraga el Ayuntamiento y las herramientas las comparten entre los que disponen de un huerto. «Apenas tengo que comprar algunas plantas, que me suponen unos 40 euros, y algo de insecticida para los tomates. El abono procuro que sea natural, se lo pido a algún vecino que tenga animales».
El caso de David Pérez, gerente del Restaurante Ronquillo, en Ramales de la Victoria, es diferente a los dos anteriores. Nunca ha trabajado una huerta y está recurriendo a su tío y algún vecino con experiencia para poder cultivar un terreno que tiene «donde quiero plantar los productos que me apetece cocinar para mis clientes». Se refiere, principalmente, a productos de temporada, «pero nada de invernadero». Repollos, berza, puerros, tomates, habas, guisantes...
Galardonado con un Sol Guía Repsol en 2021, este cocinero reconoce que no tiene tiempo para poder atender su huerta, «ya que requiere de mucho trabajo, además de que tiene que gustarte». Por eso, tiene pensado contratar a una personas para que se haga cargo de todo lo que conlleva esta actividad.
En cualquier caso, apunta que tener una huerta supone un «ahorro económico», «pero si no se tiene en cuenta el tiempo que hay que dedicarle».
El precio de las hortalizas frescas ha crecido un 14% en Cantabria en el último año si comparamos los datos del pasado julio con los del mismo mes de 2021. Uno de los productos de la huerta que más se ha encarecido es la coliflor, que ha pasado de un precio medio de 1,24 euros a 1,92 (54%). También las patatas han experimentado una importante subida (45%), seguidas de las berenjenas (34%), los tomates (32%), los pimientos (19%), las judías verdes (16%), las cebollas (15%), los calabacines (14%) y las zanahorias (13%). En cambio, se han abaratado las lechugas (-0,7%), las coles (-29%) y el brócoli (-2%).
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