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Amigo lector, hoy es 8 de enero, las fiestas han quedado atrás en otro año ensombrecido por el dichoso virus que no somos capaces de quitarnos de encima, y no nos queda más remedio que mirar al frente en las diversas facetas de nuestras vidas. ... Es un tópico el comentar que en estas fechas nos prometemos a nosotros mismos mejorar en temas como el gimnasio, el inglés, etc. y que año tras año, nos defraudaremos, salvo raras excepciones.
Desde el punto de vista gastronómico, también nos autoprometemos cambios, tras dejar atrás las comidas copiosas familiares, de los compañeros de trabajo, con abundancias de dulces y alcohol, y ponemos nuestro horizonte en una vida que clásicamente llamamos «más sana», y que en el fondo no es ni más ni menos, verdura y fruta, más productos de toda la vida y alejarse de las grasas y el azúcar.
Y siguiendo el hilo, hoy os voy a escribir sobre un producto «de los de toda la vida», como es el huevo, injustamente maltratado con mucha frecuencia y que en los últimos tiempos ocupa en los medios de comunicación muchas líneas, aclarándose que mucha culpabilidad que se le había atribuido era injustificada.
Los huevos los ponemos disfrutar cocidos, pochados, revueltos, etc, y sobre todo fritos. Y sobre esta manera de preparar huevos, hace un tiempo os expliqué en un artículo, que esa frase de que es tan fácil hacer algo como para usar la frase: «No saber ni freír un huevo», precisaba muchas puntualizaciones.
Mucha de la gente joven que me podáis leer en estos momentos no habréis podido disfrutar de «un huevo pasado por agua». Es una elaboración que ha perdido mucho interés y hábito. En mi caso me retrotrae a mi abuela materna Pilar, que nació en el año 1888, a la cual vi disfrutar del hábito de comer huevos de tal manera, y como la genética no perdona, mi hijo Marcos ha heredado tal buena costumbre.
Fue muy frecuente su elaboración en nuestra tierra, pues en sus escritos José María de Pereda lo refleja, al menos en 'Blasones y Talegas' (1869) y en 'El Sabor de la Tierruca' (1882).
Tambien es una forma de degustar el huevo por la realeza. De hecho, el príncipe Carlos de Inglaterra desayuna un huevo así cada día. Le preparan una serie de huevos con diferentes tiempos de elaboración, colocados en línea ascendente, y si por ejemplo el 5 no está para su gusto, al estar demasiado líquido, derribará la parte superior del número 6 o 7. Pero solo toma uno, como lo afirma en su libro de Jeremy Paxman sobre la monarquía. Y curiosamente él nunca ha elaborado ni uno.
Y hablando de su elaboración, deciros que se introduce el huevo con su cascara en agua hirviendo, en no muy alta temperatura, y, tras ser sacado, se rompe el mismo por un extremo colocándose en una huevera, soporte especial de porcelana, loza, metal o madera, en forma de copa pequeña, comiéndose bien con una cucharita e incluso absorbiendo. Tales hueveras actualmente no se suelen ver, salvo en coleccionistas de las mismas.
El secreto está en el tiempo de mantenimiento en el agua y el gusto de cada uno. Se suele hablar de dos minutos y popularmente es muy celebre el modo de contar el tiempo adecuado: «En cuanto el agua empiece a hervir añadir el huevo y rezar tres padrenuestros», cuando hayamos terminado, ya tienes un huevo pasado por agua listo para comer. Otros hablan de rezar un credo, e incluso se han llamado a veces «huevos al credo».
Recordad la frase de la antropóloga estadounidense Zora Neale Hurston: «El presente es un huevo puesto por el pasado que tenía el futuro dentro de su cáscara».
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