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Cuando tienes la oportunidad de conversar con cocineros profesionales veteranos, ya retirados y dispuestos a rememorar los mejores y peores momentos de su trayectoria, te ... das cuenta cómo el panorama ha cambiado en el ámbito de esta profesión tan sacrificada como entregada a satisfacer el paladar de los demás. Hace décadas, eran tiempos en los que las cocinas estaban en los sótanos de los restaurantes u hoteles, apenas había luz natural, el calor era infernal y se carecía de la mínima circulación de aire. En el día a día, las jerarquías estaban muy definidas y el jefe de cocina era el dueño y señor de los fogones, compartiendo lo mínimo posible sus recetas magistrales y secretas. Costaba llegar a ser discípulo ya que antes había que ganarse su confianza. La tensión estaba a la altura de los sudores del equipo. Y la relación con los profesionales de sala, sobre todo con el maitre, era tirante. Cada reyezuelo quería dominar su territorio sin interferencias. Precisamente era el maitre el que se llevaba todos los elogios de la clientela, al que se le rendía pleitesía para que sus atenciones tuviesen continuidad. Y su figura tenía proyección más allá de las cuatro paredes del restaurante.
Hoy, la realidad, en líneas generales, es diametralmente distinta. Aunque con matices. Son los chefs los que se han convertido en protagonistas, cierto que unos más que otros. Sigue habiendo ejemplos de humildad en esta profesión. Los programas de televisión han hecho mucho daño, entiéndase, y ha regado el ego de algunos jefes de cocina hasta el punto que el bosque se ha desbordado e invadido la pradera. Los jefes de sala y los camareros, salvo excepciones, han pasado a un segundo plano, a pesar de que su papel en el negocio del restaurante sigue siendo más decisivo del que muchos quieran ver. Y, aunque los jóvenes rotan por cocinas de media España buscando engrosar su currículum haciendo stages en restaurantes de renombre, no todos de los chefs se puede decir que han hecho escuela.
Lo que persiste en las cocinas es la tensión. En muchos casos, sus integrantes son un grupo de personas que se ocupan de elaborar los platos cada día más que un equipo. Y no son pocas las anécdotas que recuerda más de uno cuando en una sobremesa larga salen a relucir episodios de insultos, lanzamiento de instrumentos de cocina e incluso de peleas. Hay muchas cocinas que siguen siendo un infierno y en las que faltan esas palmaditas del jefe en la espalda del aprendiz o de un integrante de la cocina cuando se ha concluido un servicio complicado, largo y exigente.
Muchos cocineros deberían fijarse en los gestos que tienen entrenadores como Flick o Ancelotti con sus jugadores cuando los sustituyen o cuando termina un partido. Sin más.
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