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Dice un buen amigo, Fernando, vasco para más señas, de buen comer y sociable como pocos, y afincado en Madrid, que la comida como mejor ... sabe es en buena compañía. Y yo creo que no le falta razón. Compartir mesa en un restaurante, aunque solo sea para tomar unas raciones, un menú del día o celebrar cualquier efemérides, siempre se puede y se debe convertir en un momento agradable y hasta un simple sándwich estará más rico rodeado de la gente con la que te diviertes, conversas y arreglas el mundo o tu barrio.
Sin embargo, para los que aspiran a ser considerados unos refinados y envidiados gourmets, esos que siempre tienen tildes para poner en cualquier vocal y a quienes nos les falta la osadía de compartir/sentenciar sin rubor en una red social sus valoraciones –que muchas veces tienen que ver más con sus gustos personales–, comer solo posiblemente sea la mejor opción cuando se trata de degustar y comprender en toda su profundidad un menú degustación gastronómico, de esos cuyos precios son inalcanzables o prohibitivos para la mayoría de los mortales. O como mucho, lo puede ser comer únicamente con otra persona que comparta las mismas inquietudes y tenga idénticos objetivos.
Quienes tienen que comer un menú del día en solitario en un mesón o en un restaurante, siempre dan la impresión de que preferirían tener alguien enfrente. Generalmente recurren a posar su mirada en la televisión o en el móvil. Comen deprisa, por alimentarse, sin aparentar que puedan estar disfrutando. Un trámite que mejor pasar rápido.
Hay un club en Madrid, Nunca comas solo, promovido por J. Miguel Herrero que organiza cenas en sitios especiales para personas que se apunten a ese evento sin saber con quienes va a compartir mesa. Por algo será.
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