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Tan importante fue la rana para ellos que su historia de amor empezó desde los dos lados de la barra. Él ya estaba dentro. Junto ... a otro socio, se había hecho cargo de un negocio de Daoiz y Velarde con un nombre curioso que echó a andar un madrileño, pero que «estuvo poco tiempo». «En las Navidades del 82 ya empecé yo a trastear por aquí». O sea, que en diciembre hará 37 años. Ella empezó a ir como clienta a 'La Rana Verde'. Al otro lado de la barra. «Fíjate si esto ha sido importante que más de media vida he estado casada con la rana y con él». Félix Gómez y Leli Magaldi lo cuentan en el local mientras un chaval con un carretillo descarga seis sacos enormes de patatas. Habla ya con el nuevo dueño, gente joven, que anda poniendo todo en su sitio en la cocina para empezar la jornada.
Ellos dos, estos días, están echando un cable. Ayudando para que el cambio de manos tras el traspaso sea suave. Se jubilan, pero estarán dos semanas más. Sobre todo, atentos «a las salsas». La Atómica, la de las Bravas a la Española... Su seña y el regusto en el paladar de tres generaciones de santanderinos. Un secreto -la receta- que era sólo suyo y que ahora han trasladado. «Quieren seguir, en principio, con lo mismo y es un orgullo. Por eso tenemos que ayudarles todo lo que podamos».
Leli Magaldi
Álex, hijo del matrimonio y periodista de profesión, ha escrito un texto cargado de recuerdos. «Mi padre rememora cómo una ración de patatas costaba setenta pesetas en el año 1983, y una caña de cerveza rondaba las treinta y cinco. Se instalaron en la calle Daoíz y Velarde cuando empezaba a ponerse de moda y su primera apuesta fue la de vender los vinos a sólo doce pesetas y media, frente a las quince que cobraban la mayoría de los establecimientos de la zona. Era una manera de darse a conocer».
«Muchas horas», repite Félix al hablar de trabajo. Tiempos de «chiquiteo», de cañas y vinos de diez en diez. Cuadrillas y «fines de semana que no podías pasar con el coche por estas calles de la gente que había». La rana, parada obligatoria. Lo curioso es que el nombre se lo puso su primer propietario, el madrileño. Aunque lo de llenar el establecimiento de figuras vino después. «Mi hermana, en un cumpleaños de Félix no sabía qué regalarle y le compró unas ranas. Ahí empezó», cuenta Leli. Luego llegaron las que iban sumando los clientes. «Todas regaladas». Una, por frágil, se la trajo en la mano desde Cuba un habitual. Y hubo, incluso, una rana real, disecada, que les llegó de México. «Entre las que hay aquí -en el local- y en casa, pasan de setecientas».
Son anécdotas. Como la de la ventana del antiguo local. Por ahí también atendían, pero a más de uno le sirvió para coger el pedido y marcharse corriendo. Félix llegó a oír que entre los chavales de la universidad apostaban para ver quién se iba sin pagar. O como las visitas del gran Juan Carlos Calderón. Se pedía un vino blanco de solera y un chupito -sí, no una ración de patatas, un chupito- de la salsa atómica. Cuando ya no podía moverse de casa, su hija se pasó por la rana para comprarle una botella entera.
Félix Gómez
La salsa y las patatas. Marca de la casa. «El 40% de lo que hacíamos. Lo que nos dio la fama. Siempre hemos procurado mantener la calidad. Aceite de oliva, buena patata...». ¿Y el secreto? «La constancia». Se ponen a echar números. «Una semana de puente o la de Santiago pasabas de veinte sacos de 25 kilos de patatas». De media, más de mil kilos al mes. A Leli, las bravas le siguen encantando y continúa, de cuando en cuando, pidiendo una ración. A Félix se le nota más el cansancio. «A veces pruebo una suelta para comprobar que están bien al salir de cocina o, con la cena, pongo dos o tres con la salsa». Pero hasta ahí. Lógico.
Ahora les toca descansar. Ya tienen algún viaje en mente. Para «adaptarse» a una vida nueva. «Ya no pelaremos más patatas». Ella dice que lo va a echar de menos «muchísimo», aunque reconoce que le costaba ya ponerse en la dinámica de buscar «gente nueva para reforzar de cara al verano». «Encontrar personal es lo más difícil». Él no lo pensó mucho. «Pero cuando ya tuve la idea clara de traspasarlo estaba deseando que llegara el momento». Son muchos años dale que te pego. Y siempre juntos. Mano a mano. «Yo era la correturnos. Acoplándome siempre a lo que faltara». Un comodín para el negocio.
Ahora repasan. El cliente que mandó a los amigos a por raciones el día de su boda porque tenía antojo. O la reforma del 97. «Teníamos mucho miedo». Fue un cambio radical y más de cuarenta metros nuevos. «Cuando decimos que la rana tiene hasta ducha no se lo cree nadie». Todo salió bien. Muy bien. Y la rana siguió con sus atómicas. Como siempre. Como ahora.
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