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Hoy me he decidido a escribiros sobre el vino, tema al que en pocas ocasiones le he dedicado mis reflexiones. Antes de entrar en el tema creo que es conveniente que recordemos que no es lo mismo el catar que degustar un vino, esto último ... es disfrutar y pasar un buen rato ante una copa de vino y aquello es realizar un análisis técnico del mismo. Pero ¡ay! el problema se produce cuando en un ambiente que no es de cata, alguien, que en general ha leído y catado poco, se cree con nivel suficiente y nos larga sus ideas sin venir a cuento.
El lenguaje de la cata resulta muchas veces arrogante, difícil de comprender e incluyendo frases con metáforas y comparaciones, constituyendo muchas veces una jerga como monte bajo, fruta blanca, vainilla, mineralidad, redondo, etc. Frases o expresiones que en una cata, de las cuales he realizado muchas, e incluso he pertenecido durante años a un club de catas, sirven para entenderse, pero que en mi opinión fuera de ese momento no procede soltarlas. Incluso alguien ha llegado a afirmar que tal lenguaje intenta describir lo indescriptible.
Tras una cata se puede otorgar un calor o cifra al vino, que da idea del nivel del mismo, es más, veréis frecuentemente en la etiqueta de los vinos que compráis un número impreso, por ejemplo 88 o 90. Tal cifra resulta de la puntuación de los tres fases de una cata, visual, olfativa y gustativa, otorgándose más valor a esta última fase que a las dos primeras. Como norma a tener en cuenta y atendiendo a la cifra tendremos los siguientes niveles: de 80 a 90 vino muy bueno, de 90 a 94 vino excelente y de 95 a 100 excepcional. La puntación de 100 muy pocos vinos lo alcanzan pues supone la perfección.
Con habitualidad podréis observar que mucha gente que está bebiendo una copa de vino no sujeta la misma de forma adecuada. Lo correcto es sujetar la copa por el tallo y con la yema de cuatro dedos. Varias razones nos asisten para hacerlo así, pues al hacerlo en el tallo no transmitimos la temperatura de nuestra mano al vino, al tiempo que el cristal queda transparente para poder visualizar mejor el color del vino y con cuatro yemas para sostener la copa con estabilidad.
Esto que parece tan sencillo y de sentido común, observareis en vuestro entorno que mucha gente lo realiza mal, e incluso aquellos con un supuesto nivel socioeconómico, cultural y gastronómico alto.
También es muy frecuente el observar tal falta en muchas películas, o series de televisión, aunque todos suponemos que tendrán asesores para vestuario, etc, e incluso para estos detalles. Muy famosa ha sido una foto de un brindis entre Ángela Merkel y Barak Obama, donde la alemana sujeta la copa con finura y no tanto el americano.
Fijándoos, podéis observar a alguien que la sostiene la parte final del tallo y la base de la copa, enganchando la misma 'en forma de garra', de manera que los tres dedos, se sitúan en el cuerpo o cáliz. Otros la sujetan como cuando alguien agarra una pelota de beisbol que se quiere lanzar, y otra manera frecuente es ver sujetarla con la palma de la mano hacia arriba, quedando el cuello entre los dedos. Y la más preocupante es cuando se realiza como cuando hace años se sujetaba la copa de brandy, con la creencia que el mismo había de calentarlo, craso error ante un vino, sobre todo si se trata de un blanco o un espumoso.
De todas las maneras, tengamos siempre presente lo que nos aseguro el filósofo y ensayista José Ortega y Gasset: «El vino da brillantez a las campiñas, exalta los corazones, enciende las pupilas y enseña a los pies la danza».
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