Michelin y la lotería
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UN COMINO ·
Quizás seamos tan exigentes con las decisiones de la guía francesa porque no deja de ser un poco de todos, como la sanidad pública o el equipo de fútbolLa ceremonia de las estrellas Michelin y la lotería de Navidad parecen fenómenos primos hermanos, ahora que lo pienso. Una vez al año y por unas horas despiertan el interés de tirios y troyanos y todo el mundo se moviliza para saber a quién ... le ha tocado el gordo y en dónde han caído los segundos y terceros y hasta la pedrea. Para la mayoría de los jugadores llega la decepción y la vuelta la rutina en cuanto comprueban la lista y ven que no han sido agraciados. A unos pocos les cambiará la vida. Aparecen felices en los telediarios y en las portadas de los diarios y se convierten en protagonistas de sus sueños. El resto, los que seguro se merecían más y los que no, se quedan a vivir en el dolor de los ausentes.
Se dirá que este paralelismo es poco más que una broma porque en el sorteo navideño todos los jugadores tienen la misma oportunidad y es la suerte la única variable que incide en el resultado, mientras que en el veredicto de la guía roja es el esfuerzo de los restaurantes y sus equipos el que se mide en justa lid de modo que, si la teoría se aplica tajantemente, aquellos que trabajan más y mejor son indefectiblemente recompensados.
Sin embargo, no hay año en el que la opinión pública que forman críticos, periodistas profesionales, cocineros, blogueros y aficionados con alta pulsión y reconocimiento en las redes sociales no haga una crítica severa a la decisión de sus señorías, los inspectores de Michelin. Año va, año viene, el respetable les da más cera que a las tarimas del Palacio Real. ¿Y eso por qué? ¿Tanto importa? ¿Por qué tanta inquina, resentimiento y hasta saña? ¿Por qué la guía sigue siendo cicatera en la Península Ibérica? Entre broma y serio les propongo una hipótesis que nos salva a todos un poco.
La guía francesa lleva entre nosotros más de un siglo, más que cualquier institución democrática, casi tanto como la vida moderna de este país porque es fruto de la época en la que la revolución industrial comenzó a socializar los automóviles y los restaurantes. Ahí sigue, impertérrita y oscurantista, líder en su negociado pese a todo lo que ha cambiado el mundo y a que los últimos 15 años le han surgido serios competidores en el ramo, primero el 50Best y ahora otra media docena de listas más. Probablemente dentro de otros quince el ranking de los ingleses no será ni la mitad de sonoro de lo que es ahora y, si los coches y camiones siguen llevando ruedas, la Michelin continuará a flote, con sus incomprendidos inspectores independientes que pagan sus facturas antes de salir del restaurante.
Quizás seamos tan exigentes con las decisiones de la Michelin porque no deja de ser un poco de todos, como la sanidad pública o el equipo de fútbol. ¿Qué aficionado no es un entrenador frustrado de la selección nacional, el Barcelona, Athletic o Real Madrid? Después de cada partido lo segundo que da más placer es poder criticar al entrenador por su alineación, a cada jugador por su escaso esfuerzo y no digamos al árbitro. ¿Se imaginan que, puesto que son responsabilidad exclusiva del mister y del colegiado, nadie discutiera esas decisiones? El fútbol habría terminado. Quizás de modo similar a la Michelin le caiga la del pulpo después de cada final, que en su caso se llama ceremonia de entrega de estrellas, porque de comer parece que sabemos todos.
No crean que con este artículo trato de salvarles la cara. A mí no me ha gustado el veredicto de sus señorías, sobre todo porque hay demasiados ausentes difícilmente explicable –léase Albert Adrià, Ricard Camarena, Bittor Arginzoniz, Óscar Velasco, Josean Alija, Andoni Aduriz, Toño Pérez y Luis Alberto Lera por citar solo alguno de los más sangrantes–, pero no por ello cuestiono el modelo y lo prefiero a los otros alternativos que se han propuesto. Quizás por mi condición de periodista quiero profesionales cuyas alubias no dependen del negocio que auditan, expertos independientes que trabajan bajo un código deontológico que se mantiene por décadas, aunque luego en su aplicación, como ocurre en el periodismo, surjan injusticias y errores.
No suelo creer en las teorías conspiratorias en general pero es verdad que no encuentro explicación racional a que este año Canarias –junto con Andalucía y Levante, ya beneficiadas en los últimos años– haya sido una auténtica pedrea de estrellas y ni Galicia, ni Asturias ni el País Vasco –a excepción de Berasategui, a quien dejamos fuera de toda clasificación– se hayan llevado ni una. Se me ocurrió que quizás los inspectores sean insuficientes y trabajen como los barcos arrastreros, por zonas, y en este año solo han buscado en las tres regiones citadas, aunque no sé me ocurre por qué en esas y no en otras. ¿Y ustedes?
PD. En lo que sí ha habido acuerdo unánime es en el éxito de la gala, pese a la amenazante lluvia que cayó durante el día. A diferencia de lo que ocurrió el año pasado en Lisboa, el espacio del teatro Lope de Vega y la propuesta gastronómica de los ocho chefs andaluces con estrella fueron un auténtico éxito.
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