![«Esta es una profesión muy bonita y elegante, los jóvenes tienen que abrirse a ella»](https://s3.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/202208/13/media/cortadas/Imagen%20Manolo%20camarero02-kA1G-U170968990340qPI-1248x770@Diario%20Montanes.jpg)
![«Esta es una profesión muy bonita y elegante, los jóvenes tienen que abrirse a ella»](https://s3.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/202208/13/media/cortadas/Imagen%20Manolo%20camarero02-kA1G-U170968990340qPI-1248x770@Diario%20Montanes.jpg)
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Manuel Vega Linares (Guarnizo 1957), Manolo, colgó su camisa blanca este miércoles, después de casi medio siglo dedicado, íntegramente, a la hostelería. Una profesión, la de camarero, que le ha hecho «muy feliz». Su carisma y don de gentes especial le han granjeado muchas y «muy buenas» amistades.
Echando la vista atrás se amontonan los recuerdos, las anécdotas y confiesa haber sido un «enamorado» de la barra, más que de la sala. «Me ha gustado siempre el contacto con los clientes en el bar, charlar y hasta cantar con ellos. Ahora tengo la edad de jubilarme y muchas ganas de vivir la vida. De hacer aquello para lo que antes tenía poco tiempo».
–¿Cuántos años ha estado exactamente en activo?
–Cuarenta y seis. Empecé en el año 1987, tenía 19 años y ahora 65, eche cuentas...
–¿Dónde empezó?
–En la cafetería México, en Solares. Estudiaba en la escuela de Formación Profesional de Guarnizo para ser ajustador mecánico y al tener ganas de trabajar probé la temporada de verano y me gustó. Después volví a mi pueblo, Maliaño, a la cafetería Niza, donde estuve siete años...
–Usted ha sido la cara de muchos y muy conocidos establecimientos...
–Efectivamente... Estuve 18 años en el restaurante Laury, después tres años en La Bombi... Luego fui propietario del Restaurante Oyambre, en Cuatro Caminos, y los últimos tres años los he pasado en el Gastrobar Los Arenales, donde mi mujer es cocinera.
–¿Cómo fue el último día?
–Espectacular. Muy emotivo. Brindé con todos los compañeros y hasta me permití el lujo de romper una camisa blanca.
–Ahora que no va a tener que madrugar, ¿va a 'tirarse a la bartola'?
–¡Qué felicidad! Aunque no he sido muy madrugador, más bien trasnochador porque siempre me ha tocado el cierre. De 'tirarme a la bartola' nada. Tengo cinco nietos, y quieren que les lleve a la piscina porque nadar es otra de mis pasiones. Soy el socio número 35 de La Vidriera... Antes de ser camarero fui entrenador de fútbol, quise ser jugador pero no era bueno... Nací en Guarnizo, enfrente de la casa de Paco Gento, con esto digo bastante... Ahora me voy a dedicar a ver mucho fútbol.
–Habrá visto entonces el partido del miércoles...
–Le escuché por la radio, pero ahora que voy a tener tiempo los compraré todos.
–¿Qué recuerdos guarda de la profesión?
–Muchos y muy buenos. Llenos de anécdotas... Tengo grandes amigos, muchos de ellos médicos, de la época del Laury. Estando en La Bombi recuerdo la llegada de Alfredo Di Stéfano. Como buen madridista, salí de la barra directo a darle un abrazo ante la mirada atónita de mi jefe... ¡Me regaló una insignia! Otro momento que recuerdo con especial cariño fue cuando me retraté con Fernando Romay. Él, con sus 2 metros y 18 centímetros y yo, que no levanto más de 1,50... Tuve que subirme a una escalera y aún así no conseguí alcanzarle.
–¿Qué es lo que más le ha hecho disfrutar?
–Cuando ha habido finales de fútbol que llenaban el bar... Las copas de UEFA... y los toros... En la época del Oyambre montamos la Peña Alejandro Talabante... El bar lo cerré pero la peña sigue.
–¿Y sudar la camisa?
–Cuando venían mesas de 30 o 40 personas y las ferias de Santiago... Fue demasiado...
–Ha sido un buen profesional...
–Lo normal... Este es un oficio precioso que me ha enseñado mucho, he ido aprendiendo con él... En los 90 puse de moda los vermuts especiales que preparaba en el Laury, y también los gin tonics... Me gustaba la coctelería. Ahí si puedo presumir un poco, pero tampoco lo considero algo extraordinario.
–Qué ha cambiado más, la profesión o el cliente...
–El cliente, y creo que es fruto del estrés, del ritmo habitual del día a día y de que nos hemos vuelto muy egoístas... Quizá es que estoy acostumbrado al camarero antiguo... Antes se nos valoraba más, ahora es como que ellos tienen más derechos por ser los que pagan.
–¿Cómo ve la profesión?
–Se lo describo perfectamente. La veo un poco abandonada por dos cuestiones, aunque no se si es momento de hacer crítica... La gente no quiere trabajar en esto, eso lo sabemos, quizás sea cierto que no está lo suficientemente remunerada, pero en Cantabria, y en Santander, hemos tenido siempre una hostelería muy fuerte. Cuando yo empecé venía gente de Madrid a trabajar al Sardinero. Fueron tiempos muy boyantes, con un servicio muy especial, éramos el número 1. He podido comprobar desde ambos lados, del hostelero y empresario, que todos tenemos que ceder para llegar a buen puerto.
La formación es clave, hay que invertir en ella, y pagar bien al personal. Esta es una profesión muy bonita y elegante, pero los jóvenes tienen que abrirse a ella. A los veteranos ya nos toca jubilarnos.
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Ana del Castillo
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