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El queso, ese tesoro gastronómico que lleva siglos conquistando paladares, es mucho más que un simple alimento, para mí es historia, es tradición y es ... placer.
Dentro de ese universo lácteo, ya habréis notado que uno de mis favoritos, si no es el que más me gusta está en el top 3, es el queso Nata de Cantabria, con DOP, y creo que bien merece un capítulo aparte.
Es un queso común a toda la región y es el reflejo de una tradición quesera que ha crecido entre verdes praderas y vacas felices, además de ser un imprescindible de cualquier tabla de quesos que se precie. Me parece uno de los mejores para fundir y por supuesto para cocinar con él.
Su elaboración es bien sencilla, se produce exclusivamente con leche entera de vaca, pasteurizada, sin aditivos, caseinatos, leche en polvo ni ninguna otra materia grasa, y para obtener un kilo de queso, se utilizan unos diez litros de leche, lo que garantiza su pureza y sabor excepcional, su textura mantecosa, su sabor suave y su aroma fresco.
La pasta es de color hueso y normalmente desprovista de ojos, ofrece una experiencia sólida y cremosa, mientras que la corteza natural, levemente amarilla y lisa, protege un interior irresistible que se presenta en formas paralelepípedas o cilíndricas, su peso normalmente oscila entre los 400 y los 2.800 gramos.
Detrás de cada queso de nata hay familias enteras que viven de este arte, desde los ganaderos que cuidan con esmero sus rebaños, hasta los maestros queseros que, con paciencia y dedicación, convierten la leche en una delicia cremosa, las queserías son el corazón de muchas pequeñas localidades, generando empleo y manteniendo vivas tradiciones que, de otro modo, se perderían en el tiempo.
Y hablando de vivir el queso, esta semana me dio por experimentar en la cocina y me salieron unas empanadillas de queso nata y cecina que, sinceramente, creo que merecen ser publicadas, porque estaban realmente buenas. La combinación del queso cremoso fundido con el punto ahumado de la cecina es simplemente espectacular. Solo hay que cortar el queso en un trozo y envolverlo en una loncha de cecina, luego introducirlo en una oblea, doblarlas, sellar los bordes y pintarlas con un poco de huevo batido antes de meterlas al horno. No puede ser más sencillo, horno precalentado a unos 200º y en unos 15 minutos, el resultado es un bocado crujiente por fuera, cremoso y lleno de sabor por dentro. ¡Ojo que nada más salir queman una barbaridad!
Mientras están en el horno me puse a pensar con qué acompañarlas, y buscando en la nevera encontré un poco de salsa de tomate que me había sobrado. La puse al fuego en una sartén y añadí un poco de sriracha, para darle un punto picante que le va que ni pintado.
Mojar las empanadillas en el tomate picante antes de degustarlas y ya me contaréis qué os parece. Son perfectas para un picoteo o como entrada en una comida y como veis no tiene complicación alguna, es sencillo y casi ni manchas la cocina.
Al final, el queso tiene esa magia, que transforma lo sencillo en algo memorable, y si es nata de Cantabria, pues mejor que mejor.
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Ana del Castillo
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