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No hay nada más reconfortante que un buen guiso en invierno. Es como un abrazo de abuela servido en un plato hondo. Ese aroma que llena la casa, el borboteo constante en la olla, pura magia, y, sin embargo, ¿cuántos nos animamos a hacerlo en ... casa? La respuesta es bien sencilla, muy pocos.
Antes, los guisos eran el pan de cada día, o mejor dicho, el cuchareo de cada día. Se cocinaba con lo que había en casa, las verduras del huerto, un trocito de carne de la matanza, legumbres de toda la vida y poco más. Y, ojo, era sostenible sin que nadie te diera una charla sobre huella de carbono, comer lo que tenías a mano no era una elección, era lo lógico, lo que se hacía por rutina. Ahora que volvemos a hablar de consumo local, resulta que nuestras abuelas eran unas adelantadas a su tiempo, en eso y en lo que los cursis llaman «slow cooking», o sea, el fuego lento de toda la vida.
Hablando claro, un plato de cuchara en invierno es lo más parecido a una chimenea para el estómago, unas sencillas lentejas, un buen cocido montañés, o unos ricos garbanzos con espinacas, todos tienen súper poderes para levantar el ánimo y espantar el frío.
Es evidente que uno de los ingredientes estrella en los guisos son las legumbres, pero además de ellas, una de las cosas que más me gustan y que realmente simplifican pasos y tiempos de cocción si lo que queremos es hacer un guiso en casa es la patata, así que hoy nos toca hacer uno de los grandes guisos de nuestra tierra, un espectacular cachón con patatas.
El cachón es uno de los tesoros de nuestra bahía. Aquí, junto al magano de guadañeta, se considera de lo más codiciado, y si hablamos de las patatas, aquí jugamos en primera división, las de Valderredible, con sus motitas polvorientas y su carne amarilla, no solo tienen un sabor único, también llevan consigo la esencia de nuestra tierra. Estos dos productos, juntos en una cazuela, son un espectáculo que merece que le dediquéis un poco de cariño y un poco de tiempo.
Un cachón.
5 cebollas (tres de ellas, rojas).
1 puerro y 2 dientes de ajo.
1 tomate troceado y pelado.
1 pimiento verde.
1 pimiento rojo.
Patatas (de Valderredible).
1 vaso de vino blanco.Azafrán (unas hebras).
Comenzamos con el caldo en una cazuela. Vamos a pochar un par de cebollas, un par de dientes de ajo, un puerro limpio y troceado y un tomate pelado. Lo sofreímos todo bien y añadimos las patas y recortes del cachón, lo que no vamos a usar para la marmita. Tras un par de minutos, cubrimos con agua y dejamos cocer media hora. Transcurrido este tiempo, lo colamos y lo reservamos.
Nos ponemos con el sofrito, que es la base de nuestro guiso. Picamos tres cebollas rojas, un pimiento verde y otro rojo y lo pochamos todo con paciencia y amor, a fuego bien lento, dándole vueltas; salpimentamos y cuando esté listo, añadimos el cuerpo del cachón cortado en cubos. Lo sofreímos unos diez minutos y añadimos un vaso de vino blanco, subimos el fuego y dejamos que reduzca.
Mientras vamos a pelar las patatas y las chascamos, ese truco mágico para liberar almidón y espesar el caldo. Las añadimos a la cazuela, las mezclamos bien, añadimos unas cuantas hebras de azafrán, una cucharadita de pulpa de pimiento choricero y una pizca de pimentón. Removemos bien y añadimos el caldo del cachón.
Ahora entran en juego la paciencia y el tiempo. Dejamos que todo se haga poco a poco hasta que las patatas estén tiernas y hayan absorbido los sabores. Os recomiendo, si es posible, dejar reposar el guiso antes de comerlo, este paso marca la diferencia.
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