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Además de que estamos todos expectantes porque sale este suplemento, para mi hay algo especial en los sábados por la mañana. En mi casa, es ... el momento en el que mi suegro se instala en su sillón favorito, con su taza de cacao bien caliente, y se pone a leer mi artículo de la semana; pero no os creáis que se limita a leerlo; no, no, lo analiza, lo desmenuza y luego, con una sonrisa, me lanza sus preguntas para que debatamos durante un buen rato. «¿Y esto por qué lo has hecho así?», «¿No crees que podrías haber incluido esto otro?» Vamos, que es mi crítico más implacable, pero también el más entrañable.
Por eso, este artículo es para él, como agradecimiento por esos sábados en los que no solo hablamos de palabras, sino también de lo que realmente importa: la cocina, la vida y el compartir. Y qué mejor forma de hacerlo que con un plato que huele a tradición y sabe a hogar: la sopa de ajo. Uno de esos platos que nunca falla, humilde y sencillo, pero tiene esa capacidad mágica de reconfortarte como nada más. Y, por supuesto, es el plato perfecto para compartir con alguien especial, como mi suegro, que cada semana me enseña que la cocina, como la vida, es mejor cuando se disfruta en compañía. Así que aquí está mi pequeño homenaje a él, al cacao caliente, a las charlas de los sábados y a la sopa de ajo, que siempre tendrá un lugar en nuestras mesas.
Unos ajos.
Aceite de oliva.
Unos taquitos de jamón.
Pan del día anterior.
1 cucharada de pimentón (dulce o picante, al gusto).
Caldo de pollo o de verduras, incluso agua.
Un huevo.
Papel film
Un chorrito de vinagre.
Comenzamos laminando los ajos que vamos a dorar despacito en una cazuela con aceite de oliva. Seguidamente añadimos unos taquitos de jamón. A mí me gusta esperar a que se tuesten un poco, pero debemos de tener cuidado con los ajos ya que no queremos que se nos quemen porque en ese caso amargan un poco. Añadimos una cucharada de pimentón, dulce o picante –a gusto del cocinero o de los comensales pero un toque picante me parece que le va genial– y por supuesto un poco de sal, no mucha porque luego podremos rectificar.
El caldo caliente, puede ser de pollo, de verduras o incluso agua con un poco de gracia. Lo añadimos y a fuego lento, la magia sucede, el pan se deshace, el jamón aporta su fuerza y el ajo lo envuelve todo en un abrazo cálido. Lo dejamos cocer unos minutos y mientras vamos preparando el final del plato, un huevo pochado que corone esta obra maestra.
Hacer un huevo pochado suena complicado, pero es más fácil de lo que parece. Ya os he explicado alguna vez como hacerlo con papel film, pero hoy aún vamos a prepararlo más fácil. Lo cocinamos unos 4 minutos en una cazuela con agua hirviendo con un chorrito de vinagre, lo sacamos con una espumadera, con mucho cuidado y tenemos una joya culinaria lista para coronar la sopa.
Servimos la sopa bien caliente con el huevo y que cada uno rompa su yema, la mezcle con el caldo, y disfrute de esta maravilla.
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Ana del Castillo
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