Tokio y la maravilla del mercado de Osaka
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Domingo
Aterrizada en Tokio el domingo tras un vuelo directo con Iberia de casi 14 horas –con sopa de miso incluida–, la primera sensación fue de un orden absoluto dentro del caos de una ciudad de millones de habitantes llena de estímulos, callejones y recovecos con ... fachadas repletas de carteles y colores. El primer acercamiento a su gastronomía fue a través del tonkatsu, una receta típica de cerdo empanado que pudimos probar en un diminuto restaurante cerca de nuestro hotel, cola de 30 minutos incluida, donde servían diferentes cortes dentro de un menú establecido: elección de fritura, sopa de miso, bol de arroz, encurtidos y té verde. Se imaginarán la implosión mental al pedir tres tipos de fritura para dos personas, pero lo cierto es que los dos cortes de cerdo y el mixto con pescado estaban realmente jugosos, fritos sin rastro de aceite, con una gruesa capa de rebozado tras pasar por harina luego huevo y posteriormente por panko (ese pan rallado más grueso que utilizan) y con muchísimo sabor por tan solo 25 euros por persona.
Esa misma noche cerraríamos los paseos por la capital nipona en una izakaya marinera, muy cerca del archiconocido cruce de Shibuya, llamada Kaikaya by the Sea con realmente poca trascendencia gastronómica salvo la de tener un primer contacto con una taberna japonesa llena de bullicio con una cocina directa y la tremenda simpatía del japonés.
Lunes
Para desayunar el lunes nada mejor que un bol de fideos soba –los oscuros, de trigo sarraceno– con un buen caldo, su huevo y tempura por encima en un puesto a pie de calle de esos para los que hay que comprar un ticket en la entrada y luego rezar con que lo que haya expedido la máquina sea de nuestro gusto.
En el centro de Tokio, las calles de Asakusa son quizás las que más encanto tienen por esa sensación más auténtica de la que te privan los altísimos edificios que poseen a la ciudad. Por allí es un acierto probar en Irokawa su unagi a la parrilla, finísimos y tiernísimos lomos de anguila que una mujer de avanzada edad preparaba con unas manos que lastraban una profunda artrosis para posarlos sobre un bol de arroz y acompañarla de un té verde y unos encurtidos. Sólo pudimos agregar una brocheta de su hígado, también a la brasa, de sabor amargo y potente no apto para milindris.
Martes
Si buscan un buen ramen es imprescindible la visita a Ginza Kagari, un pequeñísimo escondite hallado en los entresijos del carísimo barrio de Ginza, que ofrece únicamente un portentoso caldo de pollo, denso casi untuoso y con un fondo que emociona. Los fideos que nos sirvieron el martes son perfectos, con mordida pero suaves, y se acompañan con un poco de pechuga de pollo, un huevo cocido con yema cremosa, tomate cherry y algún vegetal más. Probé el natural y también al que añaden soja, ambos una auténtica delicia.
Miércoles
Para despedir Tokio, tras recorrer sus calles y terminar en Akihabara visitando el barrio más estrambótico de todos, caímos por casualidad en un pequeño restaurante familiar dedicado a los yakitori, las brochetas a la brasa, donde tuvimos que repetir de las primeras que llegaron a la mesa: las de pollo y las de unas crujientes pero blandísimas albóndigas del mismo ave. Algo realmente mágico. Desfilaron por Torijin –en el barrio de Okachimachi– también la piel del pollo, sus alitas, cerdo, ternera y shiitake salidos de las ascuas y desde la cocina un suculento tofu frito en salsa, una divertida y nada grasa tempura de pescaditos y unos estupendos encurtidos caseros.
Me falta compartir con ustedes la cercanía y hospitalidad de todos y cada uno de ellos que, a pesar de no compartir ni una palabra en el mismo idioma (no es tan fácil que hablen inglés), siempre hacen por intentar agradar y complacer.
Viernes
El viernes salimos hacia Osaka para disfrutar de sus luces de neón pero también de esa comida callejera y local, sin expectativas gastronómicas, que son los takoyaki o los okonomiyaki. Los primeros son una suerte de buñuelos de masa líquida en su interior (cruda, vamos) con trozos de pulpo chicloso y embadurnados de salsas golosas; y los segundos, unas tortillas de col que se hacen sobre esa plancha llamada teppan a la vista del cliente con todos los toppings que cada uno desee y también terminados con varias salsas por encima.
Pero lo mejor de Osaka fue sin duda la visita al mercado a las 4.15h de la mañana, hora a la que sucede cada día la subasta de atunes para a voz en grito (casi gutural a veces, en otras de timbre agudo) ir despachándolos.
Un mercado enorme con una actividad frenética y fantástica con cientos de puestos donde limpian pescado con tremenda habilidad, no huele ni a un rastro del mismo y se ven fresquísimos ejemplares.
Allí mismo desayunamos en el bar de los pescaderos una suculenta sopa y unas gyozas, esas empanadillas suyas, para después pasar a un restaurante de sushi que abría a las 6.15h de la mañana y donde compartimos mesa con tres japoneses que habíamos conocido en el comedor anterior y que quisieron invitarnos a empezar el día con 16 piezas de nigiri –de arroz templado y sedoso, nada apelmazado– de diferentes cortes donde sobresalió el otoro (ventresca de atún), el de erizo, el de huevas de salmón y también un delicioso nigiri de molusco que presumiblemente era de concha grande. Lo pincelábamos con soja, sólo el pescado (nada de mojar) y con palillos a la boca. Para terminar, un cuenco de sopa de miso con mini conchitas dentro. No podía haber habido un mejor comienzo del día.
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