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Alfredo Mira Iborra, de la cuarta generación de propietarios de la empresa, nos proporciona de primera mano algunas informaciones significativas sobre la historia de la empresa Turrones A. M. Monerris, que ha cumplido nada menos que 129 años ofreciendo la reconocida calidad de turrones, mazapanes, ... helados y otros productos que en seguida detallaremos. Es, sin duda, una de las empresas estrella de las Navidades desde hace más de un siglo y por tanto está inscrita en la memoria sentimental de varias generaciones de santanderinos. Sabido es que no se dedican solo a los productos propios de la Navidad: son proverbiales sus helados, no sé si hace falta recordarlo, con obrador en Santander que elabora más de veinticinco variedades, desde los clásicos mantecado, fresa o chocolate, hasta otros más sofisticados como capuchino, chocolate blanco con avellanas o yogur jaspeado. Pero Monerris tiene una estacionalidad muy alta en las ventas, de ahí que el número de empleados varíe mucho también, desde los seis en invierno a los veintitrés en la campaña navideña.
Para situarse en los inicios de Monerris hay que intentar situarse en aquel Santander de finales del siglo XIX que bullía en torno a la vida portuaria, aquel Santander cuyos muelles no eran reflejo de paseantes, sino espacios de verdadero tráfago para todo tipo de mercancías y aun de pasajeros transoceánicos: desde la ciudad uno podía embarcarse a México, Cuba o Filipinas. En ese contexto industrioso, de amplias dificultades y desigualdades socioeconómicas, muchos venían a intentar labrarse un futuro, bien en la misma ciudad o con idea de embarcarse hacia Ultramar. Siendo Santander uno de los principales puertos españoles, con una notable actividad comercial, era una plaza que sin embargo no estaba atendida por ningún turronero de la ferviente Jijona, lugar célebre por sus almendros y su industria artesana relacionada. Durante los siglos XIX y XX, era frecuente la emigración estacional de muchos jijonencos durante gran parte del año por toda España o América, vendiendo helados y turrones. Y en Santander recalaron dos jóvenes que decidieron elaborar algo de turrón y abrir un modesto punto de venta en la capital cántabra. Los hermanos Francisco y Enrique Monerris procedían de una familia humilde que se dedicaba exclusivamente a la fabricación y comercialización de turrones y mazapanes. Como resume Alfredo Mira, durante el resto del año se dedicaban a elaborar la fruta confitada y otros productos semielaborados, como la yema confitada y el boniato confitado, que se habrían de utilizar posteriormente en la elaboración de turrones, pasteles y panes de Cádiz. Cuentan que Francisco era alto y desgarbado, y que vestía a la usanza alicantina, lo que le convirtió en un personaje muy popular en la ciudad, hasta el punto de que se publicaran caricaturas suyas en la prensa local. Con el paso de los años se consolidó la aceptación de sus productos y otros miembros de la familia se trasladaron con ellos para ayudarles.
Los primeros productos de Monerris constituían un surtido bastante amplio de turrones clásicos de Jijona y Alicante, además de los que denominan «de obrador», que son los de yema, fruta y nieve, grageas variadas (como peladillas y piñones), garrapiñadas de canela y pasteles de yema y gloria. También vendían, cuando estaban en sazón, uvas y sandías también de Jijona, variedades exquisitas que hoy han desparecido. Hay que tener en cuenta que la industria turronera implica varios ámbitos productivos, empezando por el agropecuario. Aunque pueda parecer un tópico, lo que distingue los mazapanes y turrones de Monerris de otros es el uso de excelentes materias primas. Así, en el caso de las almendras, se seleccionan por variedades y tamaños adecuados para cada elaboración: almendra marcona para Jijona y Alicante (blando y duro respectivamente) y mieles varietales de romero o azahar, todos de procedencia nacional (es en España donde se produce la mejor almendra del mundo). En Jijona todavía quedan obradores que mantienen viva la artesanía turronera.
En las primeras décadas de su actividad, y antes de la guerra civil, Monerris tuvo su pequeña sede en el portal de la casa donde se ubicaba la ferretería Ubierna, en la antigua calle de la Blanca, una de las rúas más comerciales de la época, desaparecida con el incendio de 1941. Aunque el inmueble, que lindaba con Lealtad, se libró de la quema (fue 'la bien pagá' en el imaginario popular), Monerris se trasladó más tarde al número 8 de la calle Amós de Escalante, donde permaneció hasta 1987. Muchos aún se acuerdan de aquel portaluco en el que expedían sus productos, por ejemplo los pequeños bloques de turrones al corte. En 1987 adquirieron un local anexo, en el que continúan. En 1993, abrieron una segunda tienda en la plaza del Cuadro. No piensan, de momento, abrir establecimientos fuera de Santander, aunque tal vez la quinta generación familiar se anime. De momento, han iniciado la venta online a través de una página web que pusieron en marcha hace dos años.
La empresa ha vivido diferentes cambios en cuanto a los tipos de productos. En 1966 los padres de Alfredo Mira iniciaron la elaboración de helados y granizados, para lo que abrieron un obrador en Santander, manteniendo la producción de turrones y mazapanes hasta la actualidad en su obrador de Jijona. En los ochenta se introdujeron los turrones de chocolate, cuya gama de variedades y formatos sigue ampliándose. Aunque en Cantabria reside ya la mayor parte de la familia Monerris, mantienen una intensa relación con la localidad alicantina, donde es más fácil encontrar personal cuando se necesita durante la temporada. Cada septiembre se desplaza parte de la familia para iniciar la producción del turrón, que no finaliza hasta el 22 o el 23 de diciembre. Aunque se han mecanizado algunas tareas, la producción sigue siendo muy artesanal; por ejemplo, se hacen a mano todas las figuritas de mazapán y la decoración de los panes de Cádiz y otros productos.
El negocio no vive solo de la buena fama creada. Alfredo Mira tiene bien claros los tres principales retos: «Mantener operativo el obrador de Jijona que nos permite distinguirnos por el acabado artesano de nuestra producción; mantener la calidad de los productos, porque cada vez nos va constando más encontrar las variedades de almendra tradicionales; y finalmente innovar en nuevos productos y formatos para atraer a un público más amplio, para que conozca y disfrute de nuestros clásicos». Pues a ello. Y todos a disfrutarlo.
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