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Hace un año por estas fechas vivimos durante varias semanas –Semana Santa incluida– confinados en nuestros hogares por causa del coronavirus. Un año después, las cenas con un grupo de amigos son un 'rara avis'. ¿Recuerda la 'última cena' de este tipo? Ni siquiera en Navidades se pudo celebrar la Nochebuena o la Nochevieja como era tradicional, rodeado de familiares y personas cercanas.
La historia bíblica nos relata algunos pormenores de la 'Última Cena' de Jesucristo, un acontecimiento memorable y trascendental para el Cristianismo. Esta tuvo lugar en Jerusalén hace unos dos mil años (siglo I d. de C.). Jesús se reunió con sus discípulos –los 12 apóstoles–, y en el transcurso de la cena, mientras compartían pan y vino, les adelantó que iba a morir y que uno de ellos le iba a traicionar (Judas). La escena ha sido reproducida e interpretada infinidad de veces por artistas de diferentes épocas y estilos, siendo el mural más conocido el que pintó Leonardo da Vinci entre 1495 y 1498 en el refectorio del convento dominico de Santa Maria delle Grazie, en Milán.
Más allá de la transcendencia religiosa y del interés artístico que tiene el acontecimiento, las fuentes nos proporcionan una información muy valiosa para conocer las costumbres alimenticias de los judíos en la Palestina del siglo I, y por extensión de los romanos que gobernaban aquellos territorios y precursores un muchos aspectos de hábitos alimenticios que han llegado hasta nuestros días.
Esta cena, cuya celebración da origen a la Eucaristía, es mencionada en los cuatro evangelios (Mt 26, 17-29; Mc 14, 12- 25; Lc 22, 7-23; Jn 13, 18-30) y respecto a su composición, ésta queda determinada siempre por la disposición y forma de la mesa, si bien para la lectura iconográfica son los motivos dispuestos sobre ella (pez, cordero, pan y vino) los que enriquecen el significado puramente narrativo del episodio bíblico.
Inicialmente, en los frescos paleocristianos y las imágenes bizantinas, la forma escogida para su representación es la de sigma o media luna, con las figuras recostadas en una disposición heredada de los triclinios romanos. Fue en torno a mediados del siglo XI cuando en la tradición occidental introdujo la mesa rectangular, desde entonces dominante, que facilita la ordenación de los personajes en planos sucesivos y se asimila mejor al carácter narrativo de la escena y a su adecuación a los marcos pictóricos y escultóricos.
Hay varios libros escritos decifrando cada detalle de lo que sucedió en aquella lejana e histórica cena. Por un lado, los arqueólogos italiano Generoso Urciuoli y Marta Berogno publicaron en 2015 'Gerusalemme: L´Ultima Cena', que parten de que «la Biblia cuenta lo que ocurrió durante la cena, pero no especifica qué comieron Jesús y sus doce compañeros de comedor».
Por otro lado, el investigador español Miguel Ángel Almodóvar aborda en 'La última cena' (Oberon, 2015) la celebración más recreada artísticamente y sobre la que más se ha escrito.
Parece admitido que Jesús se reunió a cenar con sus discípulos en una casa particular de Jerusalén, en un barrio noble de la ciudad –así lo indican las excavaciones arqueológicas, el hecho de que se celebrara en una primera planta y la tradición, que ha identificado el lugar donde estaba situada–. Este era propiedad de una familia pudiente que habría prestado una de las habitaciones para que pudieran conmemorar esta fiesta judía, la más importante del calendario.
Una mesa baja, en el centro, y unos cojines o triclinios, donde se recostaban para comer, era el único mobiliario que decoraría la estancia. Ni bancos ni sillas como a partir de la Edad Media se representan. Unas lámparas de aceite iluminarían la dependencia y unos cuencos rellenos de agua para lavarse los dedos (comían con las manos) completarían la escena. No habría cubiertos, más que un cuchillo para cortar el pan, los vasos para la bebida y las bandejas con los alimentos preparados.
Aunque en los evangelios existen contradicciones que generan dudas, lo más admitido es que la cena se celebró en la noche del Jueves Santo, antes de la crucifixión del Viernes Santo.
Cumpliendo las tradiciones y, pese a que existen diferentes teorías, parece que Jesús y sus apóstoles cenaron un menú que comenzaba con el pan ácimo. La tradición judía contempla que en el Pesáj o Pascua se debe comer pan sin levadura en la masa. Este pueblo recuerda así su salida y liberación de Egipto, y el pan que se emplea es ácimo porque en la huida los israelitas no tuvieron tiempo de hacerlo con levadura.
En segundo lugar está el vino, que estaría aromatizado. Este es uno de los puntos en los que, parece ser, no hay duda en ninguna de las teorías, ya que al vino hizo alusión Jesús: «Yo soy la vid y vosotros los sarmientos» (Mateo 26:29), «Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el viñador» (Juan 15:1 y 2). El vino constituye la ofrenda. No hay que olvidar que la escena se desarrolla en una zona de clima mediterráneo cuyas tierras son óptimas para el cultivo de la vid. El vino tiene un importante papel en la civilización romana.
El tercer alimento fue el cordero recién sacrificado. En la Palestina de hace dos mil años el pastoreo y consumo de cordero estaban muy extendidos. Al igual que con el pan, la celebración de la pascua judía comenzaba con el 'primer día de los ácimos' en el que la cena debía consistir en un cordero pascual recién sacrificado, y parece ser que así fue en la Última Cena. El cordero es hoy uno de los símbolos más importantes del cristianismo: 'Cordero de Dios'.
El cordero había que comprarlo y llevarlo al templo para inmolarlo. Después de la ofrenda del sacrificio vespertino, sobre las dos y media de la tarde, el padre de familia o su representante lo degollaba mientras que un sacerdote recogía la sangre en una bandeja de oro o de plata y después la vertía sobre el altar.
Al sacrificar el cordero y al prepararlo para la cena, no se le podía quebrar ningún hueso. Junto al altar había ganchos donde se colgaban los corderos, ya desangrados, para desollarlos y destriparlos. Las criadillas, los riñones y las partes grasas se llevaban al altar de los holocaustos y se quemaban. El cordero limpio, envuelto en su piel era llevado a hombros a casa. Allí se ensartaba en una rama de granado y se asaba al fuego de carbón vegetal.
Finalmente, en cuarto lugar, es probable que también hubiera sal. Popularmente se cree que Judas Iscariote derramó sal durante la Cena; el cuadro de Leonardo Da Vinci así lo recoge (junto al brazo derecho del quinto personaje empezando por la izquierda).
Además, los investigadores sugieren que no faltaron en el menú verduras amargas (escarola, rábanos, pepino, apio...), salsa de mostaza, caldo de pescado –tipo el garum–, agua con sal y vinagre, jugo de higos, dátiles, aceites y un plato denominado jaroset, que es una mezcla de dulce de manzanas picadas, nueces, miel, canena y vino.
Respecto a la vajilla, era una costumbre compartir comida de una cazuela común. Los judíos que observaban las reglas de la pureza utilizaban vasos de piedra porque no eran susceptibles de transmitir la impureza.
En este encuentro habría un objeto muy especial: el vaso del que bebieron Jesucristo y sus discípulos. No podía ser una pieza cualquiera. En la Catedral de Valencia se conserva, en la Capilla del Santo Cáliz, una copa de ágata de estilo helenístico del siglo I con un pie y unas asas que son añadidos medievales.
Como epílogo, en la Catedral de Cáceres se custodia el considerado 'Mantel Sagrado de la Última Cena', un paño de lino de 4,42 metros por 92 centímetros, protagonista de un documental que se ha estrenado esta Semana Santa.
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Ana del Castillo
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