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Adolfo Sánchez de Movellán, junto a uno de sus leones, ‘Bruno’, en 1989 en el Parque de la Naturaleza de Cabárceno.
El hombre que vivía entre leones

El hombre que vivía entre leones

Adolfo Sánchez de Movellán crio a varios felinos en su casa de Ciudad Jardín y sus nietos les paseaban por esta zona residencial de Santander cogidos por el rabo

María de las Cuevas

Lunes, 11 de abril 2016, 21:34

Este mes se cumplen 25 años desde que un hecho insólito mantuvo en vilo a los habitantes de Villaescusa. La leona Petra se había escapado del Parque de la Naturaleza de Cabárceno y se desconocía cuál podía ser su comportamiento después de varios días sin comer y desorientada; el gran felino podía activar su instinto depredador.

Fueron cuatro días de alerta máxima, con batidas a cargo de la Guardia Civil, con responsables de Cabárceno, y encabezadas por el propietario del animal, Adolfo Sánchez de Movellán, un enamorado de estos mamíferos, con la experiencia de haber criado a dos leones en el garaje de su casa de Ciudad Jardín, en Santander, a finales de los años 70.

Cuando estos se hicieron adultos, a los cuatro años y con un peso de 300 kilos, los cedió al mini-zoo de La Magdalena para su exhibición pública y, más tarde, a Cabárceno. No obstante, el santanderino, funcionario de la Diputación prejubilado, continuó responsabilizándose del cuidado de sus leones a diario, les daba de comer, atendía su higiene y su salud, y jugaba con ellos.

Además de estos dos leones, a los que «sus nietos paseaban por esta zona residencial de Santander cogidos por el rabo», según recuerda su hijo Luis Sánchez de Movellán, tuvo otras tres crías que le regaló un domador de El Circo Mundial en 1984: Petra, Flora y Rocío. Cuando estas tuvieron descendencia, ahí estuvo Sánchez de Movellán ayudando a sacar los cachorros adelante: Zenón, Carla y Ciro. En definitiva, la vida inusual de este hombre entre leones, hizo que se convirtiera en un experto en su trato y estableció un apego nada común entre un superpredador y un ser humano.

El momento más sobrecogedor fue cuando se divisó a la leona Petra después de cuatro días a la fuga. Se encontraba en otro recinto de Cabárceno, tumbada sobre el césped. Ocho guardias civiles armados con orden de disparar estaban preparados, pero no hizo falta llegar tan lejos. «Mi abuelo se acercó a ella, calmándola, acariciándola, y ella remoloneó con él y jugaron unos minutos. Fue una imagen que le honra», recuerda su nieta, Rocío, quien por cierto tomó su nombre de una de sus leonas.

Era frecuente comprobar estas sorprendentes actitudes entre Sánchez de Movellán y cualquiera de los ocho leones que crio, atendió, alimentó y educó cada día de su vida, y ya al final, con la ayuda de su compañero de fatigas, Arturo.

Tantos años cerca de leones, hasta el día en que falleció en abril de 2012, y jamás «le sacaron las garras ni le dieron ningún susto, a pesar de que no estaban castrados ni se habían limado sus colmillos de ocho centímetros ni rebajado sus zarpas», rememora su hijo Luis. «Su vida eran sus leones, día y noche los cuidaba, primero en el garaje de casa, en una amplia jaula. Tuvo un gran compromiso con sus animales, nunca les faltó. Eran sus mejores amigos».

En Santander, en los años 80, muchos habían oído hablar de esta peculiar casa donde habitaban leones. Tanto era así que «recibíamos excursiones escolares para verlos y no había circo que pasara por la ciudad que no se acercara a casa a conocer a mi padre», recuerda Luis. «Era algo inédito y sorprendente, no había otros leones en Cantabria».

Como no se trataban precisamente de adorables mascotas, las denuncias puestas por los vecinos se acumulaban en el Ayuntamiento. Los rugidos eran «tan fuertes que vibraban los cristales de las ventanas», describe su hijo. Pese a todo, se desestimaban porque Adolfo tenía los permisos en regla los que en aquel tiempo se requerían, demostraba darles un cuidado óptimo, con sus correspondientes vacunas, y las medidas de seguridad oportunas.

Sánchez de Movellán, amante de los animales desde siempre, tuvo más de cien perros a lo largo de su vida, palomas mensajeras, monos, terneros, caballos... pero cuando un conocido le ofreció un cachorro de leona porque a su familia «le había entrado miedo», entonces su vida entera se centró en estos felinos. El segundo león, Bruno, que con los años adquirió una espesa melena propia del rey de la manada, se lo regaló el Zoo de Madrid, centro con el que había entrado en contacto a base de acudir para adquirir conocimientos.

Amistad con Hormaechea

Juan Hormaechea, alcalde de la ciudad en aquellos años, se acercó a conocer a este hombre con curiosidad y establecieron una profunda amistad pivotada en su pasión por las fieras. «Eran dos locos enamorados de los animales», afirma su hijo. «Mi padre participó activamente en el proyecto del Parque de Cabárceno que planeaba Juan Hormaechea. Estoy seguro de que sin él, el parque no hubiera tenido leones». Cuando Cabárceno abrió sus puertas en 1990, sus leones pasaron a ocupar un recinto amplio y hasta el día de hoy quedan descendientes es el caso de la leona Elsa. Otros de sus felinos volvieron a una reserva de África, porque ese fue su deseo.

«Esta experiencia ha dejado muchos recuerdos especiales en mi familia, que nos llenan de orgullo y alegría. Además, generó un vínculo especial entre mi padre y sus nietos, a quienes les traspasó su amor por los animales», añade Luis.

Tras su muerte, queda para la memoria la hazaña de este cántabro que traspasó los límites en la relación entre un ser racional y el mundo salvaje y demostró que es posible construir lazos de lealtad con estas temibles fieras, capaces de matar a su presa en cuestión de segundos, si se les dedica tiempo y cariño y se garantiza su bienestar.

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