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Nieves Bolado
Jueves, 28 de abril 2016, 12:30
Julio de 1939. Cuando toda España hacía cola durante horas buscando los exiguos alimentos que proporcionaba el racionamiento y cuando muchos españoles rebuscaban donde fuera para encontrar algo de comida, en Corconte se servía langosta sin miramientos y a cuerpo de rey. No era ... para menos. El todopoderoso fascista italiano Gian Galeazzo Ciano, conde de Cortellazzo y Buccari, que pasó a la historia más nefasta de Europa como conde Ciano, pisaba La Montaña aún lejos de ser Cantabria y era homenajeado por los prebostes del régimen franquista por todo lo alto.
Hacía tres meses el 1 de abril de 1939 que Franco había proclamado a los cuatro vientos que la guerra civil española se había acabado, cuando parte de la cúpula del gobierno del también fascista Benito Mussolini pisaba España. Bien es cierto que La Montaña había sido liberada dos años antes, y que por eso, aquí, había dado tiempo de erigir algunos monumentos votivos en honor de los italianos que habían venido a luchar junto al ejército sublevado con Franco, y por lo tanto debían darles un homenaje, y qué mejor que viandas abundantes y lo que hoy se llamaría políticamente correctas sobre las mesas del Balneario de Corconte, donde la comitiva llegó y fue recibida brazo en alto, tal y como había dictado, y obligado, el nuevo gobierno.
Ciano era ministro de Asuntos Exteriores de Italia (1936-1943), pero además, era familia de Benito Mussolini, no en vano se había casado con la hija del duce, Edda Mussolini, en 1930. Aunque acabó perseguido y fusilado por su suegro en 1944, el ínterin que pasó al lado del dirigente fascista italiano le supuso privilegios y mucho dinero.
En aquella España de hambruna y miseria, el conde Ciano llegó a Santander procedente Vizcaya, a bordo del Crucero Almirante Cervera para, además de darse un baño de multitudes, inaugurar el Cementerio de los Italianos en el puerto de El Escudo, ahora vacío, pero que albergaba los cuerpos de 360 italianos muertos en las batallas que tuvieron lugar entre Burgos y Santander apoyando a Franco.
Menú políticamente correcto
Después del acto inaugural, la comitiva se desplazó hasta la localidad de Corconte (cuyo balneario se encuentra en tierras ya burgalesas), donde se le tributó un homenaje personal y gastronómico. En la depauperada España de 1939 se eligió un menú que habría dejado ojiplático a más de un español de los de pan negro y achicoria. Para que la comida ofrecida al dirigente fascista tuviera un color local, nacional e italiano, se adaptó el menú con apelativos acompasados con el momento y la ocasión.
Así, como primer plato se sirvieron huevos revueltos a la montañesa, dándole así al menú un toque regional. Después, como plato principal, se puso sobre la mesa langosta a la italiana, en homenaje al dirigente fascista llegado de Italia. No hay referencia de dónde se consiguieron tan exquisitos mariscos, pero los prebostes españoles tiraron la casa por la ventana.
Después de ponerse se supone morados de langosta, se sirvieron medallones de ternera a la española, aportando así el toque nacional, plato que se acompañó con diversas legumbres. La imperial España no podía dejar pasar la oportunidad y, como postre, se sirvió, primero, tarta Imperial, además de frutas y quesos de Santander. Del pan no se habló en el menú que quedó escrito y firmado por Ciano para la posteridad, y que puede verse colgado en las paredes del balneario, pero se presume que no tuvieron que recurrir al estraperlo para ofrecer el envidiado pan blanco, delicia imaginaria de los carpantas españoles.
También en los vinos se buscó el toque internacional, aunque aún quedaban casi tres cuartos de siglo para que aparecieran en las mesas los vinos de la costa de Cantabria. Así que se optó por el Jerez Jandilla para el aperitivo, un mítico, y para muchos inalcanzable, caldo de la casa Domecq. Con la langosta se cató un vino blanco, que como no podía ser de otra manera, sirvió de homenaje al yerno del duce: un vino netamente alemán traído desde el Rhin.
El tinto por excelencia, español del siglo XX, un rioja, acompañó a la ternera, concretamente un Marqués de Riscal, crianza de 1939. Con los postres, para férreos guerreros, nada dulce: un corpulento coñac Carlos I (que entonces aún se podía denominar así, y no brandy como ahora) que en la marca aunaba de nuevo a España y Alemania, con el emperador que daba nombre a la contundente bebida. Se supone que, además, habría cigarros puros, pero de este detalle no se ocuparon las crónicas.
Reliquia autografiada
Quienes visiten el Balneario de Corconte, a 200 metros del pantano del Ebro, un edificio con el encanto de lo decadente, podrán ver colgados en una de sus paredes los tarjetones originales que se entregaron aquel 13 de junio de 1939 a los comensales, con el opíparo menú descrito. Además, la reliquia en papel está autografiada por el mismísimo conde Ciano y por el general Fidel Dávila, a la sazón ministro del Ejército Español y acompañante de jornada; se unió también al principal cortejo el general José López Pinto, capitán general de Burgos.
A su llegada a Corconte fue agasajado, además de por un seguramente obligado pueblo, por un grupo de mujeres ataviadas a la montañesa que departieron amigablemente con el fascista italiano. Todos brazo en alto. También estuvo en el convite el capellán italiano Bazianini, encargado de bendecir el cementerio y de hacer los honores religiosos. Pero toda aquella vida de poder y glamour terminó en 1943 cuando, sin importarle a su suegro Mussolini, Ciano fue fusilado en Verona, junto con otros cinco antiguos miembros del Gran Consejo Fascista que habían votado contra el dictador. Pero eso ya es otra historia.
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