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Ana Rosa García
Jueves, 12 de mayo 2016, 07:09
Los recuerdos y la emoción inundaron ayer el abarrotado salón de actos de la Residencia. La «gran familia» profesional de la Cantabria se reunió por última vez para despedir al emblemático hospital que ha sido testigo de más de 250.000 nacimientos y pieza ... clave en la historia de Valdecilla. El domingo, su casa se quedará vacía tras un intenso traslado hacia el complejo de las Tres Torres. Medio millar de trabajadores, incluidos muchos de los jubilados, quisieron participar en este «entrañable homenaje». Los uniformes (blancos, celestes, verdes...) delataban a quienes se escapaban unos instantes de sus puestos para sumarse a una fiesta «agridulce». «No podíamos faltar. Esto es histórico», se escuchaba en los corrillos.
Fue una ocasión para el reencuentro, donde hubo abrazos, anécdotas, risas, pero también miradas que no pudieron aguantar las lágrimas. «Desde el 1 de agosto de 1969 que se abrió, somos muchos los profesionales que hemos trabajado, sufrido y disfrutado entre estas cuatro paredes». Con estas palabras arrancó la bienvenida el médico intensivista José Luis Teja, maestro de ceremonias y miembro de la comisión organizadora del evento.
Un acto celebrado a iniciativa de la plantilla, que huyó de protocolos y autoridades y se dejó llevar por las sensaciones. Y si hubo una que predominó entre los presentes era la «pena». «No queríamos que llegara este momento», confesó Aída San Miguel, auxiliar jubilada y una de las personas que puso voz a la despedida. «Pero llegó... Este es el fin del trayecto, aunque nos queda el consuelo de que la Residencia la hemos hecho nosotros y estará allí donde estén sus profesionales», añadió. «¡Qué lejos se veía el cierre!», apostilló la matrona Rosa Pardo, que empezó su carrera profesional en la Cantabria allá por 1972. Con ironía, recordó las veces que el boca a boca anunciaba «eso de que a primeros bajamos, aunque no sabíamos si era de mes, de año o de siglo».
Ninguno tenía prisa porque el aviso se cumpliera. Cada nuevo retraso de las obras de Valdecilla daba una tregua. «Entre todos hicimos de este viejo y descuidado edificio un hospital cercano», subrayó Pardo. «Incluso un director felicitaba las Navidades personalmente», añadió Vicente Polidura, uno de los trabajadores del servicio de mantenimiento, a quienes no les ha faltado trabajo. A su juicio, ante este desalojo «hay que compadecer más que congratular, porque ya nada será igual: lo nuevo y sus diseños no siempre son mejores».
Otros profesionales, en cambio, destacaron que «la Residencia ya ha cumplido con creces su función y que, pese a la inevitable nostalgia, el avance de la medicina y la demanda asistencial exigen una actualización de las instalaciones». Por ello, se mostraron partidarios de aprovechar este momento para «coger toda la energía nueva hacia el futuro», como aconsejó la enfermera Teresa Boix, y «procurar que este sentimiento de buen compañerismo no se pierda nunca».
«Clima laboral familiar»
Ese «clima laboral familiar» ha caracterizado desde sus orígenes a la Residencia, como coincidieron médicos, enfermeras, auxiliares, celadores, técnicos, limpiadoras, personal administrativo y de mantenimiento....Su otra gran virtud fue «su ubicación, dominando desde lo alto de Cazoña el magnífico paisaje de la bahía de Santander», señaló Teja, cuya carrera ha estado ligada durante 25 años a este hospital. Si suma las horas de trabajo y las guardias, «cinco años íntegros de mi vida los he pasado en este edificio».
Testigos de la apertura
Guadalupe García fue una de las enfermeras que vivió la apertura de la Residencia y que ayer no quiso perderse el adiós: «Hemos sido como una gran familia, nos conocíamos todos». Como ella, su compañeraTeresa González, también jubilada, rememoró aquellos «durísimos» inicios de «mucho trabajo y esfuerzo, pero siempre en un ambiente agradable y de cariño. He pasado mi vida aquí y he hecho muy buenas amistades, por eso hoy es un día triste».
Mientras termina la frase, se seca las lágrimas Rusé Duque, hija de una enfermera de aquella primera generación, que se emocionaba al recordar «a los que ya no están» y al describir «el calor de la acogida» que le dieron las compañeras nada más incorporarse a la plantilla. «Solo llevo siete años aquí, pero tengo que decir que me he sentido siempre muy arropada», dijo.
En su intervención, Rosa Pardo destacó que «la Residencia nos acogió como una buena madre a todos. Por eso es nuestra de corazón. Los momentos vividos dejan marcada una huella en cada uno de nosotros, y los buenos recuerdos permanecen, sobre todo el llanto hermoso de tantos bebés nacidos en la que ha sido la cuna de Cantabria durante 47 años».
Apenas habían transcurrido unos miutos de la inauguración, aquel 1 de agosto, cuando se registraba el primer nacimiento. Miguel Pérez fue el celador que recibió y trasladó a los paritorios a aquella embarazada, y ayer rememoró las carreras del estreno: «Abríamos a las ocho de la mañana y ella ya estaba esperando desde las seis y media. La subimos con una silla de ruedas, la cambiamos a una camilla y deprisa a partos porque pensábamos que no llegaba a tiempo».
Otro de los veteranos que no faltó a la cita fue Carlos Fernández, casualmente el primer cántabro que accedió al nuevo Valdecilla el día que se abrió al público el hall principal. «Voy de abridor», bromeaba. «Empecé en la Casa Salud Valdecilla, estuve en lo que llamaban el pabellón 8 y después en la Residencia. Trabajé durante 49 años en el taller, preparando y reparando todo el instrumental quirúrgico de los médicos». Ayer, presumía de su vínculo con esta casa mostrando la chapa de su solapa la del homenaje de los 25 años trabajados.
En el acto, se proyectó un vídeo con las imágenes históricas y de la plantilla aportadas desde los diferentes servicios. La auxiliar de enfermería Aída San Miguel recordó que «todos llegamos jóvenes, llenos de proyectos e ilusiones; encontramos compañeros que con el paso de los años se han convertido en amigos, en familia hemos pasado casi más horas y vivencias con ellos que en nuestra propia casa». Pero el tiempo ha dejado también «pérdidas», que también estuvieron en la mente de todos.
El pediatra Vicente Madrigal afirmó que «este adiós al edificio es también una despedida entre todos aquellos que hemos convivido en ella», mientras el que fuera jefe de Ginecología y Obstetricia hasta hace solo unos meses, que se jubiló, José Ramón de Miguel, insistió en que «gran parte de nosotros se queda aquí. Tenemos que estar orgullosos del trabajo y de haber contribuido a la salud de Cantabria. Con el tiempo diremos yo trabajé en la Residencia y se nos pondrá la piel de gallina».
El sentir de los veteranos era compartido por los más jóvenes. Como el ginecólogo Diego Erasun, que acaba de terminar el MIR en la especialidad de Ginecología y Obstetricia. «Parte de mi vida ha girado en torno a la Residencia, donde nacimos mis hermanos y yo. Pero esta casa se ha hecho mucho más emblemática por el respeto y admiración que le tengo a mi padre (Fernando Erasun), que ha trabajado en ella como ginecólogo durante 40 años. Me he dado cuenta en estos años que realmente lo especial de este edificio han sido las personas que trabajan en él».
En representación del cuerpo de celadores habló José Ramón Rodríguez, uno de los tres tenores él y dos compañeros que acostumbraban a cantar villancicos planta por planta cada Navidad (ayer dedicaron uno para la ocasión). Rodríguez, que confesó haber asistido «a cuatro partos en la puerta de Urgencias», contó que cuando le trasladaron desde Valdecilla «se decía que este era un lugar de castigo». Le bastaron un par de meses para rechazar la oferta de volver al hospital cabecera. «Ni hablar, bendito castigo», respondió.
La razón principal, el «buen clima de trabajo». La Cantabria acogió a los servicios derivados primero tras el accidente de la fachada de Traumatología y, después, por el largo periodo de obras. «No hay mayor satisfacción que los profesionales que en algún momento pasaron por este hospital nos dijeran cuando nos veían que cómo echaban de menos la Residencia», subrayó.
En sus palabras, se acordó «de las supervisoras de planta, de las chicas de admisión, que lo mismo te daban un papel o un sobre que una mujer de parto; del personal de urgencias, del de quirófano, de los profesionales de consultas...» y, no pasó por alto tampoco la «complicada situación» de la plantilla de la cafetería, que echará el cierre el día 25. A todos animó «a mantener el espíritu de esta casa allá donde vayamos».
El broche lo puso la actuación musical del Kinder Coro Infantil del Palacio de Festivales, «todos nacidos en la Residencia», incluida su directora, Paula Sumillera. La plantilla se concentró a las puertas del hospital para una fotografía histórica, la del «adiós, querida Residencia».
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