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Nacho gonzález ucelay
Viernes, 24 de junio 2016, 07:18
Cerca de 5.000 musulmanes residentes en Cantabria, la mayoría de ellos afincados en Santander, Torrelavega y Los Corrales, celebran en estos días el ramadán, tiempo de abstinencia obligatoria en el que todos sus practicantes ponen a prueba su capacidad de sacrificio, adoración y ... entrega a Dios. Lejos de su familia, lejos de su tierra, lejos de su civilización, los seguidores de Mahoma, su profeta, se someten al ayuno preceptivo uno de los cinco pilares que sostienen al Islam entre el alba y el ocaso de los días.
Ramadán es el noveno mes del calendario islámico, que tiene doce, los mismos que el gregoriano, pero no se rige por el sol sino por la luna, de ahí que el año musulmán tenga once días menos que el cristiano y que sus meses, de 29 ó 30 días, cambien cíclicamente de estación. Entre Shaabán y Shawwal, el octavo y el décimo, respectivamente, está considerado como el mes sagrado del Islam.
Según el credo de los mahometanos, que no viven en el año 2016 sino en el año 1437 de la Hégira la emigración de los musulmanes de La Meca a Medina producida durante el año 622 de la era cristiana, el Profeta Muhammad (Mahoma) recibió la primera revelación del Corán en ese mes del año, ramadán, tiempo que la comunidad islámica dedica a purificar su alma y su cuerpo aumentando las horas de oración y practicando el ayuno (swan) desde el alba hasta el ocaso.
Encumbrado por el Eid al Fitr, la fiesta que pone fin a la abstinencia, y marcado por la Lailat al Qadr, la noche que recuerda la efeméride, el ramadán se celebra este año entre los días 6 de junio y 6 de julio, periodo en el que los musulmanes tienen terminantemente prohibido comer, beber, fumar y mantener relaciones carnales desde que sale hasta que se pone el sol.
«Es de cumplimiento obligatorio para todo musulmán que haya alcanzado la pubertad y esté sano», dice el imán de la mezquita de Santander, Milad Masun.
Por supuesto, hay excepciones. «Están exentos los menores de edad, las mujeres que tengan la menstruación o estén en fase de puerperio postparto y las personas que se encuentren enfermas o de viaje», que podrán retrasar la abstinencia aunque deberán cumplirla antes de que acabe el año.
- Cuándo. El Ramadán comenzó el pasado día 6 de junio y finalizará el próximo día 6 de julio con la celebración del Eid al Fitr.
- Cómo. Los practicantes no pueden comer, beber, fumar o mantener relaciones carnales entre el alba y el ocaso.
- Quiénes. Tiene la obligación de cumplirlo todo aquel musulmán que haya alcanzado la pubertad y tenga buena salud.
Considerado un acto de sacrificio, el ayuno tiene varios objetivos. No comer, no beber, no fumar y no mantener relaciones sexuales durante las horas de sol es una demostración de adoración y entrega a Dios, «pero también nos permite acordarnos de las personas que pasan hambre y nos ayuda a purificar y depurar el organismo y a fortalecer nuestra voluntad», dice el imán, que asegura que, en estos días de vigilia, «procuramos que nuestra rutina sea prácticamente la misma que el resto de los días del año».
Si acaso se levantan más temprano de lo habitual, de madrugada, para no perder la hora del desayuno y afrontar con la energía suficiente una jornada en la que ya no ingerirán más alimentos hasta el ocaso, lo cual puede resultar un calvario dependiendo de la época del año en que caiga el ramadán. En esta concreta, junio/julio, «la abstinencia se prolongará entre las 15 y 16 horas», por lo que el esfuerzo será mayor que en otras en las que hay más horas de oscuridad y, por lo tanto, menos de ayuno.
Para evitar una caída de glucosa que provocaría bajadas de tensión y dolores de cabeza, los musulmanes desayunan productos ricos en azúcares naturales tales como frutos secos (dátiles o uvas pasas), frutas variadas, leche o té de menta, embutido de vaca y pan con mantequilla, viandas que la mayoría acompaña con agua abundante para mantener el organismo hidratado.
El iftar
Con eso tienen que aguantar el resto del día, pues luego, al salir el sol, cuando no puedas distinguir a simple vista un hilo blanco de uno negro, tendrán que abstenerse de comer y de beber.
«Estamos acostumbrados», resume Milad, para quien la abstinencia, aún de obligado cumplimiento, es un acto de fe que ellos practican sin que ello les cause un desagrado. «No es un hecho impuesto que, como tal, pueda producir rechazo. Es un sacrificio que nosotros aceptamos con orgullo», precisa el imán, que al caer la noche revisa el comedor de la mezquita y se cerciora de que todo está a punto para la ruptura del ayuno.
Es la hora del iftar, momento en el que los musulmanes se sientan a la mesa para disfrutar en familia los que la tienen próxima de una suculenta cena que los Matahi están a punto de servir en su piso de Fernando de los Ríos.
la abstinencia
El ayuno en el mes de ramadán es el cuarto de los cinco pilares que sostienen la base del Islam, cimentado igualmente sobre el testimonio de fe (Shahada); la oración (Salat); la ayuda a los necesitados (Zakat); y la peregrinación a la Meca (Hayy).
El testimonio de fe, el primero y más importante, consiste en decir con convicción la frase «No existe dios verdadero sino Allah y Muhammad es el mensajero de Allah». La oración, que se practica cinco veces al día, es «la conexión directa con Dios sin que existan intermediarios». La ayuda a los necesitados requiere «dar un porcentaje especificado sobre ciertas propiedades a ciertas clases de gente necesitada». Y, por último, el peregrinaje a la Meca es una obligación que deben cumplir al menos una vez en la vida todos aquellos fieles que dispongan de los medios físicos y económicos para poder hacerla.
«Para nosotros estas fechas son como para ustedes las Navidades», explica Hayat, que lleva cocinando desde las seis de la tarde para deleitar a su esposo, Tarek, y a las dos hijas del matrimonio, Malak y Basma, con los productos característicos de su tierra marroquí.
Hay entre ellos dátiles y leche. «Los tomamos antes de empezar», generalmente tras la cuarta oración del día (Al Magreb) y para acostumbrar al organismo antes de un banquete que comienza con la harira, un plato indispensable en ramadán. «Es una sopa espesa con base de tomate, apio y cebolla que lleva garbanzos, lentejas, fideos y carne», dice la mujer, que también ha preparado para esta ocasión chebakia un dulce hecho con tiras de pasta de miel recubiertas con sésamo, tajín un guiso de pollo y aceitunas, bastila un pastel relleno de pollo y almendras y algunas hamburguesas de vacuno que acompaña con panes típicos.
Durante la velada, que los Matahi riegan con agua, zumos y té o café, Hayat, que significa vida, cuenta que llegó a España hace trece años. Tenía 23 y una oferta para trabajar en la cocina de un restaurante de Potes, que dejó para meterse en la de otro de Reinosa, de la que se fue para venir finalmente a Santander, donde nacieron las dos peqeñas fruto de su matrimonio con Tarek, al que conoció durante unas vacaciones en Marruecos y convenció para instalarse aquí.
Hoy, perfectamente integrados, Tarek y Hayat disfrutan viendo crecer a sus dos tesoros, a sus dos niñas, a las que han inculcado las costumbres musulmanas sin que ello influya en los hábitos de vida que les impone una cultura diferente que respetan y aceptan.
Añoranza
«Esta es nuestra tierra de acogida», reconoce al otro lado de la ciudad Lamin Sakho mientras sirve un tazón de leche a su nieto Mohammed. Sobre la mesa, junto a la cafetera, un plato con dátiles y otro con varios trozos de pan, los clásicos aperitivos antes de una cena abundante que su esposa, Fatou, aún prepara con la ayuda de sus hijas pequeñas, Khadi y Adama.
Senegalés de nacimiento y marino de profesión, Lamin, de 61 años, llegó a España en 1987 para comenzar una nueva vida con escalas en Las Palmas, Huelva y el País Vasco. «Ahora no tengo barco», dice el hombre, que a pesar de llevar en el país casi 30 años tiene que hacer verdaderos esfuerzos para poder entenderse en castellano.
Lo que sí tiene es algo de hambre. A esas alturas de la noche, las diez, Lamin lleva ya casi 15 horas sin comer ni beber, aunque, según dice, «aquí se hace mucho más llevadero» que en su añorada y lejana Senegal, donde los musulmanes soportan este mes temperaturas de más de 40 grados que hacen del ramadán una tortura.
Aunque, para él, lo peor no es eso. «Lo peor es la añoranza que produce vivir estas fechas lejos de casa». Algo a lo que nadie se acostumbra por mucho empeño que se ponga. «Nosotros abrimos la mezquita y damos de comer a los hermanos que no tienen ni donde ni con quien pasar el ramadán», recuerda el imán. «Pero claro, esto no es lo mismo». No, no lo es.
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