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ANA ROSA GARCÍA
Jueves, 14 de julio 2016, 20:03
Todo empezó con un impresionante tatuaje de una sirena y un tritón en el cuerpo desnudo de un joven con rastas y aceros en los pezones. Aquel día, en la Ibiza de hace 24 años, la santanderina Mara López Canal, hasta entonces «la mujer ... de los mil y un oficios» que se mudó a la isla pitiusa para dar rienda suelta a su creatividad artesana y sacar adelante a sus cuatro hijas, decidió que quería dedicar su vida a plasmar su arte en la piel.
Buscó al «mejor mentor», que «al principio se negó a enseñarme», y con él inició una carrera profesional que ahora le ha hecho merecedora de la Medalla de Oro del Foro Europa 2001, un premio que recogerá mañana en una gala en Madrid. «Cuando me lo comunicaron no daba crédito, pensé que era una broma. Yo decía: ¡'Pero si yo no he descubierto nada'!», declara.
Este galardón reconoce a los profesionales más sobresalientes del ámbito médico, sociocultural, científico y empresarial. «¡Cómo iba a imaginar que me lo iban a dar a mí!». Tras la «sorpresa» inicial, Mara supo que su nominación partió de una pintora vasca, cuyo hijo ha sido alumno suyo. Y es que la formación es la otra faceta en la que se ha especializado la santanderina, con tal éxito que recibe aprendices de toda España y de medio mundo -Francia, Suiza, Inglaterra, Italia... hasta de Australia-.
El Foro Europa 2001, iniciativa del abogado José Luis Salaverría, nació como encuentro de intercambio de ideas y conocimientos entre personas relevantes en el mundo empresarial, cultural y político. Considerado uno de los premios más pretigiosos de España, por primera vez recae en una profesional del tatuaje. Desde su creación, en 1996, esta Medalla de Oro la han recibido personalidades y expertos como el oftalmólogo Joaquín Barraquer, la escritora Carmen Posadas, el poeta Muñoz Hidalgo, el exvicepresidente del Congreso de los Diputados, José López de Lerma; el periodista Luis del Olmo, el exministro de Asuntos Exteriores Josep Piqué; el presidente de la revista Hola, Eduardo Sánchez Junco; la periodista Teresa Viejo o el arquitecto Joaquín Torres Veres, entre otros.
«Es un premio a la trayectoria, a la continuidad, al amor que pongo en la escuela; lo que hago es con una dedicación plena», confiesa. Tanto, que «a veces pienso que se me ha pasado la vida sentada en una banqueta, como si no hubiera salido de la 'isla Mara', trabajando hasta 16 horas al día, pero esa isla es mía y ahora este reconocimiento es la recompensa», dice orgullosa.
Ha perdido la cuenta de los tatuajes que llevan su firma, aunque «no olvidaré nunca los más emotivos, que son cada retrato a una madre de su hijo fallecido. Se te quedan marcados todos», igual que las palabras de agradecimiento de las mujeres mastectomizadas tras el cáncer a las que, de forma gratuita y como experta en tatuaje reconstructivo paramédico, ha pigmentado la areola mamaria para «devolverlas la autoestima y quitarlas complejos. Es un trabajo enriquecedor, que no voy a dejar de hacer».
Mara defiende que «los tatuajes tienen que ser simbólicos, tener un significado. No comprendo el tatuaje como moda, porque la moda es pasajera; hay gente que se calienta y se llena. Yo creo que, te hagas muchos o pocos, tienen que tener un por qué». Y esa es la razón de que solo lleve uno, escondido a la vista.
Aprovechando este galardón, que «me hace muy feliz», recuerda aquellos comienzos «nada fáciles», en los que «tuve que vender mi furgoneta, el único bien que tenía, para poder pagar al que fue mi maestro -entonces no había centros de tatuaje en España- por los diez días que pasé observando cómo lo hacía». Así nació Mara Tatoo. «Después de dos años en Ibiza, regresé a Santander. Amaba tanto lo que hacía que los problemas que me iba encontrando no me suponían ningún drama. Ver que estaba haciendo lo que me gustaba y que me permitía vivir, era un lazo que me tiraba para adelante».
Sus primeras alumnas
Perder a su familia siendo muy joven, hizo que su «mayor preocupación» fuera el futuro de sus hijas. «Por eso decidí enseñarlas el oficio, para que el día de mañana tuvieran una forma de ganarse el sueldo. Eran unas niñas cuando empezaron a tatuar -la pequeña aprendió con 8 años-», cuenta.
En realidad, fueron sus primeras alumnas, «el comienzo de una escuela» con demanda nacional e internacional y el «mérito» de haber crecido «cuando aún no había internet ni teléfonos móviles», apostilla Mara. Imparte cursos intensivos (10 horas al día durante cuatro jornadas) para grupos reducidos -tres personas-, «a algunos los he llegado a alojar en casa, para abaratarles los gastos, especialmente en los años más duros de la crisis».
Aclara que «el arte no se aprende aquí, aquí aprenden la técnica de tatuar (movimiento de agujas, sombreados, introducción del color...), aunque ofrecemos también clases de arte -con profesionales reputados- y cursos higiénicos-sanitarios (obligatorios por ley y homologados por Sanidad, impartidos por una enfermera o un médico), imprescindibles para poder hacer el de tatuaje)».
Y el resultado, que se puede ver en las fotos y vídeos colgados en su página de Facebook (Curso de Tatuaje Mara Tatoo), «asombran». «Cuando me dicen que 'Es tan bueno que no puede ser cierto', no me ofende, sino que me enorgullece. He creado mi propia técnica, mi forma de enseñar y de tatuar», asegura.
El perfil de sus alumnos es tan variado como el catálogo de sus diseños, «desde licenciados en Bellas Artes y pintores de 50 años hasta el adolescente que no quiere estudiar, cuya madre no sabe qué hacer con él, y aquí se siente como pez en el agua». Con el aliciente de aprender «lo más difícil» (tatuajes de un mínimo de 20 centímetros) y sobre modelos reales. «Tenemos una cola de 500 personas que se ofrecen como modelos (incluso de fuera de Cantabria)».
Desde su centro de Santander -instalado en esta última etapa en la calle Guevara 3-, ha visto la evolución del tatuaje a través de sus miles de clientes. «Antes era una decisión de una minoría. La gente se hacía cosas pequeñas y se movía por modas -la de la rosa, la de la letra china, el delfín-; ahora las proporciones han cambiado: si antes un tatuaje pequeño era como un dedo índice, ahora es una palma de la mano», donde dominan las catrinas, las carpas koi (pez que se convierte en dragón) y las sugar skull (calaveras de colores).
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