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Álvaro Machín
Miércoles, 3 de agosto 2016, 07:10
Aún queda un rato para el despegue, pero en las pantallas del aeropuerto ya han fijado la hora de embarque del vuelo a Barcelona. Siempre está el que prefiere entrar sin prisa y pasar el control sin hacer cola. La señora recoge sus cosas de la bandeja, se pone la mochila al hombro y tira del asa extensible de la maleta. Cuatro pasos y se detiene. La imagen del pequeño cementerio de Cos, en Mazcuerras, le ha llamado la atención. Así, desde arriba, recuerda al plano con el que Russell Crowe viajaba mentalmente a su villa de Hispania en Gladiator. Sintiendo con la palma las espigas. «Una pasada», ha dicho una de las vigilantes de seguridad del recinto apenas un minuto antes. Es una de las nueva imágenes de la exposición. Cantabria aérea, de Javier Rosendo (Cabezón de la Sal, 1974). A vista de pájaro justo antes de subirse al avión.
Porque está en la sala de embarque del Seve Ballesteros. Y allí se quedará hasta final de año. O sea, que la verán los que tengan un billete. Antes de irse. Otro motivo más para no esperar al último momento. Organizada por El Diario Montañés y con la sugerencia en la mente del fotógrafo de los Amigos de Parayas, Rosendo muestra una parte del catálogo que ha captado desde las alturas. No es nuevo. Avionetas, ultraligeros... Ha mirado muchas veces con su cámara desde allí arriba en los últimos veinte años. Pero para las nueve de esta muestra se ayudó de un dron.
El resultado es llamativo. La sombra de la torre parece una aguja que se posa sobre las aguas verdes del Pantano del Ebro. Es la imagen que abre la muestra. La siguiente es la del cementerio, con su avenida de entrada (con esta perspectiva, la estampa se llena de metáforas). El cielo llama la atención. Muy de cementerio. Rosendo explica que las fotos se exhiben en un formato de 95 x 130 centímetros y en un soporte de metacrilato sobre aluminio dibond que les confiere un acabado muy brillante. «El más apropiado para resaltar el agua, los cielos azules y otros elementos que se repiten. El efecto es muy especial».
La carretera serpenteante que une La Florida con El Soplao, el dique de Gamazo y la Duna de Zaera... Hay barcos en competición y velas tumbadas en los diques junto al Cear de Vela. Sigue la serie. El convento de San Luis es lo primero que se ve, pero en realidad es una completa postal de San Vicente de La Barquera lo que contiene la siguiente imagen. Unos miran de reojo al pasar mientras buscan su puerta, otros pasan de largo metidos de lleno en las conversaciones sobre las habitaciones de hotel que han reservado. Pero algunos se paran. Ante la playa de Berellín, en la que el agua, vista así, es como la bruma. O ante el aparcamiento de la estación de Alto Campoo abarrotado de vehículos en una de esas jornadas de nieve para dar y tomar.
Inadvertidos
Ya en el tramo final, cerca de la tienda, del Duty free, destaca la torre medieval de San Martín de Hoyos. Está hueca y eso realza su encanto para hacer que los viajeros se detengan. «Descubrir explica Rosendo con asombro lugares que desde arriba transmiten una sensación impresionante y pasan inadvertidos desde abajo o permanecen en el olvido». Una de las claves del paseo. Historia o paisaje, porque la última de la fila es la del Parque Natural de Oyambre, en Valdáliga. Fin de la muestra; los viajeros del vuelo a Barcelona siguen hasta el fondo. La siguiente vista de Cantabria será ya desde el avión
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